Rafaela se encendió con el Festival de Teatro

El Festival de Teatro de Rafaela es la prueba contundente de que se pueden hacer proyectos transformadores desde la política cultural. La historia es así: en el 2004 se realiza la Fiesta Nacional del Teatro (del Instituto Nacional del Teatro) por primera vez en una ciudad que, sin ser capital de provincia, fue seleccionada como anfitriona, el éxito fue rotundo y el entonces intendente de Rafaela (hoy senador nacional de Santa Fe) Omar Perotti convoca a Marcelo Allasino para darle continuidad a este fenómeno teatral. Con voluntad política y armando un equipo de profesionales es que nace en el 2005 el FTR, que fue creciendo incansablemente y este año celebró su decimocuarta edición (la tercera bajo la dirección de Gustavo Mondino), sumando elencos de todo el país e internacionales y brindando como siempre una programación de altísima calidad y variedad.

Hay una generación rafaelina que se crió de la mano del festival y que hoy pisa los escenarios con la formación y la convicción de saber que el teatro es transformador.Vaga mundos de Ariel Falchini y el Colectivo De Artistas Rafaelinos fue el espectáculo elegido para hacer el clásico desfile de apertura que marca el puntapié inicial de cada edición, que este año por primera vez, estuvo a cargo íntegramente de artistas locales. Así como también la obra rafaelina elegida, Lola de Cintia Viviana Morales, fue realizada en un espacio no convencional proponiendo un recorrido inmersivo, pasando de lo siniestro a lo cotidiano, con un elenco de jóvenes actrices que cada año vimos participar de los talleres, charlas y rondas de devolución; el círculo se cierra y todo vuelve.

Además, lo que comenzó como un evento de 5 días, 17 obras, en 4 salas de la ciudad de Rafaela, hoy se expande más allá de la propia ciudad con las subsedes que se suman cual satélites replicando el suceso, y con las muchísimas personas que, desde diferentes puntos de la provincia y del resto del país, se acercan en plenas vacaciones de invierno a vivir el FTR, cual faro que ilumina todo el país, como escribimos con colegas en una carta abierta a la comunidad. Las vacaciones son el contexto ideal para que las familias copen la carpa del circo, las salas vecinales y las plazas de la ciudad. Las propuestas son muchísimas: hay teatro de objetos, circo, acrobacias, musicales, payasos, obras clásicas y otras innovadoras, hay para todos los gustos. Ese año arrancamos con la vara bien alto: Nómadas del grupo hispano chileno La llave maestra hizo magia con cajas de cartón, plástico y materiales de embalaje en un periplo onírico de extrema poesía evocando infinidad de imaginarios relativos a los viajes. Impecable manejo de los objetos, con sus texturas, pesos y variabilidad, fusionando elementos del clown, del bufón ruso, la danza y las máscaras cual comedia del arte. “Buscamos poner en escena lo invisible, lo que se siente pero no se ve” contó Edurne Rankin, actriz y directora de la compañía.

Nómadas de La Llave Maestra (Chile/España)

Las hermanas Misterio, servicio de respuestas de Victoria Baldomir, Mercedes Torre y Carolina Ferrer, fue un exquisito despliegue de talento con música en vivo que arma un universo sonoro casi como de dibujos animados, y logra una verdadera comunión con el público; pura ternura y alegría. Internacional (Vamos a marte), de la compañía A cielo abierto que viene fusionando acrobacia, teatro y circo desde hace diez años, logró un magnetismo que cautivó al público por completo. Naturaleza rota, del talentosísimo Gustavo Guirado nos hechizó con su excelente manejo del cuerpo fusionado con elementos dentro de un changuito de supermercado que se transforma y resignifica robando carcajadas y asombro por doquier. Yo sabo, es una obra de los hermanos Gastón y Mariano Guerra “que hacen teatro para seguir jugando”. Una propuesta comprometida con la realidad, plantea temas actuales despertando el interés de los más chicos con un trabajo de sincronía y mucho humor. El Fausto criollo, es una versión del clásico con elementos de la comedia del arte como las máscaras y hasta algo Shakespeariano en la presentación de los personajes; gran propuesta que reivindica al circo criollo.

Por el lado de la danza, se presentó Palíndroma de William Prociuk y Margarita Molfino, una sucesión de fotogramas cual montaje cinematográfico, con el eje puesto en el lenguaje y en la asociación de imágenes y no en el relato. Simetría y mucha teoría como resultado de tres años de investigación crearon una poética propia y muy original.

Almacenados, bajo la dirección de Susana Hornos, puso en escena dos generaciones con dos grandes actores como Horacio Peña y Juan Luppi. Una obra muy virginiana, si se me permite la licencia de interpretación astrológica, donde las reglas y la repetición en el tiempo, el detalle de lo que “hay que hacer” para que funcione el sistema, pone el foco en lo micro sin poder ver la estructura macro que el viene a plantear el personaje joven; una mirada sobre la angustia y amargura de la rutina laboral.

Montaraz de Braian Kobla de La Plata, es una búsqueda por poner en escena la tensión en el cuerpo de la mujer, a fuerza de repetición y elementos pos-dramáticos. Una propuesta de teatro físico y político que se pregunta cómo coreografiar la violencia. Desdibujando ciertas maniobras virtuosas de la ejecución se logra una actuación sintética que late y genera un pulso colectivo entre las intensidades de las cinco potentes actrices que lo dejan todo en escena.

Los golpes de Clara, de y con Carolina Guevara, fue el plato fuerte y la piña en la cara que sacudió con mucho humor negro el tema del rol de la mujer. Unipersonal que se apoya en la tremenda actuación de Guevara que va llevando a ritmo sostenido la odisea de una madre soltera que quiere patear al patriarcado hasta dejarlo knock out, y así deja al público. Y con pañuelo verde de la campaña por el aborto legal en el saludo final, empezó a subir la temperatura en una ciudad donde el polo conservador empezó a repudiar al festival por compartir la nota del colega Miguel Passarini publicada en el diario rosarino El Ciudadano, que ilustraba una nota del festival con la foto del elenco de Montaraz con los pañuelos verdes en alto. Pero sigamos un rato más con las obras que la olla a presión en el segundo día del FTR estaba recién cocinándose a fuego lento.

Y llegó Javier Daulte, consagrado autor y director muy esperado por la comunidad teatrera de Rafaela, que presentó sus últimas dos obras Siniestra y Clarividentes, un combo de thrillers psicológicos con tintes de ciencia ficción. La búsqueda de Daulte viene hace tiempo por el lado de crear cosas aparentemente imposibles, uniendo universos filosóficos con procedimientos teatrales, creando una poética única e inconfundible. El dispositivo en Siniestra pone en escena la posibilidad de volver el tiempo atrás para cambiar las cosas cuestionando lo  que uno es capaz de hacer por una segunda oportunidad; la reflexión sobre la inevitabilidad del paso del tiempo. En Clarividentes, se arma un juego de cajas chinas de ficciones dentro de las ficciones, creando las reglas del verosímil de su propio mundo de representación. Textos inteligentes y muy complejos de llevar a escena que quedan resonando sin dar respuestas, más bien abriendo cada vez más interrogantes.

Siniestra de Javier Daulte

Otros problemas de humanidad de Sebastián Calderón llegó de Uruguay cual palimpsesto del proceso de creación, escribiendo y borrando en loop, y en ese proceso de borramiento y reescritura es que se encuentra lo interesante. Una propuesta que coquetea con lo surrealista y termina siendo un homenaje dadaísta que rompe con la tradición y con la lógica de la realidad, enfrentándose al fracaso; porque si en el teatro no hay riesgo ¿qué hay?

Siguiendo con la programación internacional, de Colombia vimos El ensayo de Johan Velandia y la compañía La Congregación de Bogotá. Es una compañía que viene trabajando sobre la imagen que tiene el mundo de su país, en relación al narcotráfico y al boom mediático de los últimos años en torno a Pablo Escobar. Tres actores varones vestidos cual abuela Yetta de joggineta y vincha de aerobics en plenos años noventa, con la imagen de la Virgen de los Sicarios de fondo, meneando cumbia y tratando de hacer justicia por mano propia para vengar la violenta muerte de un hijo. Una obra que pone el foco en las madres de las víctimas y de los sicarios, y el alcance de la violencia en una sociedad que se reconoce melodramática: “nos encanta sufrir”. Y el sentimiento se hace género teatral fusionándolo con una buena cuota de humor para dar como resultado una obra que retrata y cuestiona a la sociedad colombiana de hoy.

De Córdoba llegó Flores nuevas, la nueva creación de El Cuenco Teatro (Volver a Madryn) con dirección de Nadir Medina, sobre un cuento de Federico Falco y la tremenda actuación de Ignacio Tamagno. Unipersonal híper íntimo que logra generar un primer plano cinematográfico (el director viene del palo del cine y esta es su primera experiencia en teatro) con poca luz y mucho humo de los inconfundibles Parissien que fuma compulsivamente el personaje, ¡y qué personaje! Tamagno realiza un tremendo laburo actoral: compone y sostiene la tensión en el cuerpo y la contagia al público que lo rodea a pocos centímetros. Absolutamente hipnótico y fascinante. De lo mejor del festival.

Y en el cuarto día apareció Dios, de Lisandro Rodriguez. “Nada más teatral que una misa” se escuchó decir, porque lo que la obra propone es compartir el ritual de la misa católica como obra de teatro (con algunas sutiles bajadas de línea que cuestionan a la Iglesia), mientras por detrás el artista plástico Norberto Laino va montando una muestra con sus pinturas, esculturas y maquetas en homenaje a León Ferrari, que culmina con una escultura del Papa Francisco de unos 3 metros de alto siendo abrazada por una pareja desnuda cual Adán y Eva en el paraíso. La verdad y el respeto con el que arma esta misa apócrifa es palpable, hay mucho amor en las canciones de misa que recordamos de nuestra infancia y cantamos a viva voz junto al coro, porque lo que viene a recordarnos esta obra es que los mensajes bíblicos pueden ser hermosos, por eso los dardos apuntan a la institución más poderosa de los últimos dos milenios y no a la religión. Rodriguez cuenta que la pieza nace como un homenaje al Papa, tomando como punto de partida lo sucedido con la muestra de León Ferrari en el Recoleta que termina agradeciéndole a Bergoglio que al mandar las hordas de religiosos a manifestarse (en contra de su exhibición) le impulsó el último subidón de su carrera. Y como todo vuelve y la historia se repite, acá en Rafaela ardió Troya a partir de una obra de arte que cuestiona a la Iglesia y pasó algo muy similar: luego del espanto que despertó la pieza en el sector más conservador de la ciudad (la mayoría que ni siquiera vio la obra sino unas fotos, un recorte de la misma), el obispo de Rafaela escribió una carta de repudio y luego empezaron a pedir las cabezas de los directores del festival, pidieron armar un comité de “gente común que seleccione las obras” y varias ideas medievales más para limitar la libertad de expresión. Cae en una coyuntura muy sincrónica esta obra que viene a provocar y agitar el avispero en una ciudad declarada provida como Rafaela. Por eso, se agradece el riesgo de programar esta obra en el FTR, necesaria herramienta de transformación social y cultural.

Dios de Lisandro Rodríguez

Las piedras de Agustina Muñoz fue otra propuesta que vino a romper con la idea más clásica del teatro, planteando algo más performático que dialoga con elementos que no son del plano teatral. La estructura está lejos de ser lineal y recuerda el gran lema de Bazin: el montaje es todo y es lo que genera la diégesis. La obra nos invita a descansar de la narrativa y a corrernos del lugar del sentido y de la búsqueda por entender algo. Hay una materialidad más emocional que lógica, más del orden de lo onírico entre fragmentos de la historia del arte, videos y voces en off.

Como si pasara un tren de Lorena Romanin fue la obra más entrañable del festival. El personaje de Juan Ignacio, interpretado magistralmente por Guido Botto Fiora, fue el disparador para preguntarse desde dónde se encara la fragilidad. Se arma un micromundo del trencito que encierra a un adolescente muy particular, sumando la sobreprotección de una madre que solo tiene miedo y una prima citadina que con toda su frescura viene a romper con la dinámica cerrada de la familia. Conmovidos por un material que conecta con emociones personales e íntimas y genera una fuerte identificación con el público.

La sala roja de Victoria Hladilo plantea una reunión de mamis y papis en un jardín de infantes: un micromundo que representa a la clase media argentina con personajes absolutamente arquetípicos. Y para colmo, la imagen de los adultos en un espacio para niños que queda chico e incómodo, y hasta ridículo, brinda una reflexión muy simbólica sobre nuestra sociedad. Hladilo ya presentó sus obras en varias ediciónes del FTR y sus trabajos son siempre muy bien recibidos; este año fue un torazo (programaron la obra a último momento en reemplazo de otra que no pudo viajar) y el éxito fue total.

Llegando al final de la fiesta rafaelina, apareció la frutilla del postre: Mis días sin victoria de Rodrigo Arena, un chico trans que en una hora y pico de biodrama carnal nos sacudió fuerte. Una obra necesaria con un cuerpo discursivamente presente y absolutamente político “tengo tetas y concha y soy un varón” sentencia Arena en su presentación, “es una obra que empezó siendo una cuestión visceral y terminó siendo un tema político” nos cuenta. Si lo personal es político, en esta pieza que remite bastante al estilo de Marina Otero (que abrió el festival con 200 gramos de jamón serrano junto a Gustavo Garzón) la cosa resulta movilizante y perturbadora, con una honestidad rotunda que en el fondo habla del amor. Incluso poéticamente, la obra provoca una ruptura desde la propia puesta en escena ya que dan vuelta el teatro a la italiana y el público se sienta en el escenario. Y así quedamos, dados vuelta.

Y entre vuelta y vuelta, cada mañana se arman las rondas de devoluciones entre periodistas y críticos invitados, elencos, estudiantes y público general. Como siempre, este espacio resulta tan valioso como transformador, hasta revolucionario se podría pensar, porque el intercambio sobre las obras vistas abre reflexiones y cruces con nuestra realidad y termina excediendo al mero hecho teatral, y en ediciones como esta que se da en medio de un debate tan candente como la Ley de Aborto Legal, los hechos demuestran que el arte mueve montañas. Y también este festival que es una fiesta nos regala momentos como la entrega que hizo el Senador Nacional Omar Perotti de un reconocimiento a nuestro queridísimo ciudadano ilustre Roberto Schneider, periodista, crítico teatral y docente por su destacada trayectoria en el ámbito de la cultural.

El cierre de la 14º edición del FTR estuvo a cargo del grupo Urraka con su hermosa y divertida Ópera Prima. Pero antes, realizaron la muestra del taller que brindó la compañía en diferentes barrios de la ciudad durante el festival, con niños y adolescentes. Reutilizando bidones, tachos de pintura, bolsas de plástico y demás elementos cotidianos, armaron una orquesta e hicieron bailar a la colmadísima sala del Cine Teatro Municipal Manuel Belgrano que despidió a esta fiesta teatral bien arriba y esperando la próxima edición. El Festival de Teatro de Rafaela se supera cada año, demostrando ser cada vez más necesario y enriquecedor, y en esta edición con tanta polémica surgida por los pañuelos verdes, Dios y el obispo, queda claro el alcance que tiene el festival, que con una clara intención de diversidad en la programación, logra sacudir, hacer pensar y transformar a quien se acerque; el FTR es un faro que ilumina cada vez más nuestra escena nacional y se expande en Latinoamérica como referente ineludible. Arriba las palmas y por muchas ediciones más.

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