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90'

Cuando los actores secundarios toman los medios de producción de obra, ¿qué sucede con el espectáculo en escena?

A diferencia de Rosencrantz y Guildenstern que, en la obra de Tom Stoppard se vuelven los protagonistas de Hamlet para decir que no entienden nada de lo que está pasando ni qué rol cumplen en esa obra y poner en abismo lo absurdo de la existencia humana, acá Beto sale de esa misma reclusión para analizar como experto la trama de la producción teatral de la que forma parte. No hay dudas acerca de su conocimiento actoral, técnico y analítico de la puesta en escena: eso también es parte del relato de este personaje bien construido y bien interpretado. Con la seguridad de un loco o de un guerrero, Beto nos dice que, esencialmente, todo es una farsa, a la vez que nos recuerda que el mundo es un teatro y que es él quien, con su observación y detenimiento, puede mejorar las cosas.

Nosotras le creemos a Beto porque le creemos a Roberto Peloni y al dispositivo que monta en escena. Repone a los demás actores, siendo actores y siendo intérpretes; siendo personajes de la obra principal y de las obras subsiguientes representadas dentro de la trama.

“¿Que clase de personaje somos en esta historia?”, se pregunta Beto incorporándose sabiamente a la tradición iniciada por Shakespeare y seguida por los lectores de Shakespeare que han buscado desentrañar los secretos de una serie de obras sumamente prolíficas. Su duda va tomando forma de claridad y la claridad se vuelve acción y nosotras vemos ese pasaje. La obra es el pasaje que termina en un acto de coronación simbólico: Beto y sus descamisados.

Todo surge a partir de una pequeña rumiación; desemboca en monólogos en donde Beto revela los yeites de la actuación, explica procedimientos, repasa las convenciones del teatro isabelino que, en definitiva, es la marca de origen de esta otra tragedia-comedia. Beto se emociona, se deja llevar por la naturaleza de los personajes que interpreta o quiere interpretar, se corrige, corrige (en su cabeza) a los demás intérpretes, nos regala unos fragmentos de recuerdos que bien podrían ser el momento epifánico de cada une de nosotres cuando nos dimos cuenta de que el teatro, la literatura, el cine, las artes en general y el hacer cultural eran nuestro espacio de representación en el mundo.

El Brote maneja muy bien los picos de estrés y emocionalidades múltiples: por momentos te encontrás puteando y por otro, casi a punto de las lágrimas, lista para pararte y gritar: “Capitan, my Capitan”. Así las cosas, así las obras que nos interpelan. Por otro lado, las referencias también cuentan su historia, arman un caminito que se puede tomar o no, y la propuesta funciona de cualquiera de las dos maneras. Algunas que me gustaron y que produjeron ciertas cadenas de significación para mí: Calibán, el outsider de la sociedad al que le han quitado todo, incluso su identidad, que busca venganza. Los bufones, esos que con la inversión del lenguaje nos revelan las pasiones ocultas y lo que nadie se anima a decir; los que anuncian los cambios espaciales y temporales, indispensables en cualquier caso y olvidables, opacados frente al gran actor principal. Todos ellos, personajes marginados que reclaman un espacio en escena. Quieren ser dueños de algo: una porción de tierra, tiempo protagónico, unas líneas más. Por supuesto, Beto también lo quiere y su, digamos, sangre caliente, lo va a llevar hasta los extremos. Como en una de las comedias más trágicas, no se puede resolver el destino a medias tintas. Hasta que no termines comiendo empanadas con la carne del cuerpo de tu enemigo, no podés detenerte. Y entonces ahí, cuando los pobres estén sentados en la mesa bebiendo de las copas del mejor vino, o bien, protagonizando la obra para contar sus propias historias, se produce el triunfo mayor: el encuentro de la ironía trágica con los hechos contados.

Ficha técnico artística

Dramaturgia: Emiliano Dionisi
Intérpretes: Roberto Peloni
Escenografía: Micaela Sleigh
Iluminación: Agnese Lozupone
Diseño De Sonido: Martín Rodriguez
Realización de escenografia: Giuliano Benedetti
Fotografía: Luis Ezcurra
Comunicación: Alejandro Veroutis
Diseño gráfico: Nahuel Lamoglia
Asistencia de escenografía: Guadalupe Borrajo
Asistencia de iluminación: Lailén Alvarez
Asistencia de dirección: Juan Jose Barocelli
Prensa: Alejandro Veroutis
Producción artística: Sebastián Ezcurra
Producción general: Compañía Criolla
Dirección: Emiliano Dionisi

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