El Festival de Teatro de Rafaela es una de las mejores propuestas culturales que tenemos y nos da orgullo ser parte. “Late con fuerza” fue la consigna de este año, como un epígrafe que reúne emociones, experiencias y deseos de la comunidad artística del país entero.
Una de esas razones es la programación que invita y recibe a obras de varias partes del territorio nacional apostando a una federalización de las artes escénicas y la cultura. A su vez, hace mella en que los porteños nos movamos para allá a desafiarnos a nosotros mismos en una propuesta de formación e intercambio colectivo.
Directores y docentes fueron convocados, otro año más, a desarrollar los “Laboratorios de Creación” y decimos un año más porque la continuidad de la propuesta habla de otro de los aciertos del festival. Juan Parodi ideó y coordinó la performance de apertura que inundó las cinco cuadras que van desde la Plaza 25 de Mayo hasta la Jefatura de policía, habitando negocios, bulevares, edificios y la calle entera en un desfile de música, juego y baile. La imagen es la de la comunidad y la alegría. La imagen es la del espectador como un colectivo en donde sus partes operan en función de la mayoría; un espectador partícipe de su ciudad que, de alguna forma, observa cómo lo cotidiano puede ser modificado por el arte. Por su parte, Santiago Gobernori le propuso a un elenco de veinte personas llevar adelante una experimentación y exploración escénica que devino, también, en una experiencia colectiva. Con humor y creatividad como norte, actores y actrices rafaelinos usaron el espacio de la vieja estación para realizar una obra en dos partes: una vez que el público estuvo prendido, rendido ante los pies de lo que veían, los hicieron dialogar y pensar en el cine de todos los tiempos, en las escenas de novelas de la tarde, en los elencos, en las parejas que se terminan, en la tecnología y en el proceso de creación de una obra. También, María Eugenia Meyer coordinó el laboratorio de dramaturgia que resultó en un recorrido por la ciudad de día, en donde los espectadores escuchamos relatos de las calles, casas y secretos de Rafaela de la voz de sus habitantes.
Como medio independiente que viaja para la ciudad santafecina y es muy bien recibido, decimos que, sin dudas, iríamos en burro, camión o tren y nos preguntamos: ¿A qué medios masivos u oficiales les interesa saber cómo se puede encender de alegría y orgullo una comunidad del país en torno a un festival que aloja artistas, docentes, críticos, periodistas, productores y técnicos y que fomenta el diálogo entre ellos? Nosotras sabemos que Rafaela ofrece a quienes se acercan a participar un espacio de aprendizaje continuo. Forma espectadores año tras año, al punto de que el público sabe qué esperar y sabe cómo mirar las obras que se presentan. Las rondas de devoluciones son, también, un espacio fomentado y sostenido para el cruce entre las distintas partes que hacen a un espectáculo teatral: allí intercambiamos y nos hacemos preguntas, extendemos comentarios hacia los colegas y nos vamos pensando, transformados, en lo que escribiremos como críticas teatrales, en lo que comunicaremos o bien en lo que nos interesa de una propuesta escénica.
El ritmo del festival es intenso y gratificante. Cada año, sabe leer la coyuntura y abre la cancha a discusiones fundamentales. Muchas veces, rescata debates que de alguna forma fueron solapados por la urgencia de la actualidad, regalándonos tiempo para pensar un poco. Por ejemplo, la obra Un tiro cada uno, escrita por Mariana de la Mata, Consuelo Iturraspe y Laura Sbdar e interpretada por Fiamma Carranza Macchi, Carolina Kopelioff y Camila Peralta, se hizo por primera vez en una cancha de básquet real, la del Club Peñarol, y ver ese espacio siendo el mismo pero convertido en otro nos llenó de angustia el pecho: un club es un lugar para la amistad, el trabajo y el deporte. En donde los pibes se desarrollan física y emocionalmente, pero también puede ser un espacio que contenga todos esos pequeños momentos que configuran una masculinidad dolorosa para sí y penosa para el resto. Todas pibas, del equipo de la obra, las que nos hicieron recordar que estamos vivas gracias a otras, que seguimos produciendo belleza a pesar de nuestro dolor y, sobre todo, que en esa belleza se discute sobre nuestro derecho al placer y a la vida. En la línea de lo no-dicho, lo secreto compartido, estuvo Matate amor, la obra interpretada por Érica Rivas, dirigida por Marilú Marini, basada en el libro homónimo de Ariana Harwizc. La protagonista, extremadamente sensual y monstruosa, habla a corazón abierto de los sentimientos y pensamientos bizarros del puerperio. Entre otras cosas, de que ser madre es doloroso y de que la soledad corroe la piel desde adentro. Esta pieza es fundamental para el presente de las maternidades y para el futuro del teatro, ya que verla a Érica Rivas en el escenario es una experiencia única.
Estamos grabando es una obra tucumana de Guadalupe Valenzuela con Maria José Medina y Camila Caram que parte de las grabaciones del padre de la directora para reconstruir un recorrido sensible por la historia familiar junto a la historia del país. En esta obra se pone en jaque el rol de la sociedad civil durante la última dictadura militar argentina, haciendo que nos preguntemos por el día a día de las personas bajo el gobierno ilegal. El punto de vista hace foco en pequeñas memorias, sonidos y mapas de una ciudad como San Miguel de Tucumán que fue punto de cruce y encuentro entre militancias, levantamientos armados, centros clandestinos, y momentos de miseria y pobreza extrema. El que esta obra haya estado en el festival nos invita a seguir pensando en nuestra historia reciente, en nuestro vínculo con el pasado y en la actualización de los temores que nos dejó la dictadura a la luz de la actualidad política y social en la que estamos inmersos.
Si de irreverencia se trata, tenemos que hablar de Hermanas tejedoras de Marcelo Allasino con María Laura Bañón, Marilú de la Riva, María Cecilia Tonon y Manu Zimmermann. Un grupo de monjas se ha quedado sin padre y sin sustento para sostener el hogar en donde viven. ¿Dónde está dios cuando lo necesitamos?, podría ser una pregunta que atraviese a la obra. La respuesta: en los detalles, en las pequeñas cosas. A esto las monjas lo saben y por eso atesoran sus carreras como actrices, sus santas populares de la tv argentina, sus porritos y pajitas en silencio o con amigas. Monjas creativas si las hay nos demuestran que la realidad y la actualidad golpea a todes, incluso a aquellos que parecen encerrados en un templo vetusto, atemporal, protegido por los santos evangelios. Como un golpe de rayo, Allasino vuelve a poner en agenda el debate de la Educación Sexual Integral y desliza una idea motriz: la iglesia como intermediario entre el pueblo y el estado, puede llegar a ser militante de las causas justas.
El FTR nos ofreció, por otro lado, la posibilidad de disfrutar de espectáculos frescos, de belleza descomunal, donde el vestuario, la actuación y la técnica puesta en función de la trama nos recordaron que, como país, somos faro para el mundo en materia de teatro: Les Reyes de Mechi Beno Mendizábal y Damián Mai, dirigida por Felipe Saade, presenta a dos miembres de la familia real que se desarman en discusiones y tensiones. Esta obra es una oda a lo perfecto: un texto incomprensible y a la vez clarísimo, trajes de texturas y colores que no están puestos por puro capricho, sino que acompañan los movimientos de les intérpretes, quienes, además, son lo suficientemente expresivos para mostrar la forma particular de sus performances, resaltando lo original de sus estilos. Luces, violín en vivo y caprichos de gente rica para demostrar que, al final, hay algo que nos doblega a todes. El encanto de la juventud, por su mirada fresca y renovada sobre el dispositivo escénico, entró también con Breve enciclopedia sobre la amistad de Max Suen, Felipe Saade, Casandra Velázquez, Maga Clavijo y Tomás Masariche. Un homenaje a trabajar con amigos: si la patria se pudiera construir a la medida de nuestras emociones, haría suelo en una obra como esta. Reflexiones sobre el hacer teatro, y sobre reflexionar haciéndolo. ¿Qué le gusta ver a nuestros xadres cuando van a ver una obra? Entre otras cosas, esta obra hace de esa pregunta un desafío cuya respuesta es otra pregunta: ¿por qué hacemos esto que hacemos si no es redituable? Nunca lo fue y eso no importa tanto tampoco, como el tiempo que perdimos y ganamos algo en el verano eterno de la adolescencia que va desde diciembre hasta marzo, cuando vuelven las clases. O las primeras desilusiones que, si tenemos una patria donde morir de cara al sol, se juntan y se encienden como anécdotas en el aire de una noche en la terraza.
Lo tejió la Juana con María Pilar Mestre, Juan Francisco López Bubica, Maitina De Marco, Paula Trucchi, Federico Buso e Ignacio Sánchez Mestre fue otra de las obras que impuso una mirada fresca sobre su propia trama pero también sobre la forma de hacer teatro. Una reflexión sobre las cosas que podemos hacer con el dolor, sobre la comunidad entre las personas a pesar de la falta de comunicación, y sobre la vida privada de nuestros mayores, que se suele imponer como secreto pero se abre, mágicamente, frente a una muerte y unos vasos de vino. La propuesta de la obra es pensarse con humor y sin prejuicios. Entre y sale, por momentos, de la ficción para dedicarle también un ligera pensamiento al hecho de hacer teatro, de estar haciendo teatro en un teatro repleto de gente que aplaude de pie.
Los aplausos fueron también de Suavecita, la obra de Martín Bontempo, con la presencia estelar de Camila Peralta. No nos cansamos de recomendar esta obra para ver la actriz que la rompe en escena, una actriz y un personaje que cumple todas nuestras fantasías sexuales y teatrales. Pero también, la recomendamos por su texto que aborda un asunto complejo. Ambos, director y actriz, se animan a poner en primer lugar a una santa del trabajo. Una devota que ni siquiera es consciente del poder que tiene entre sus manos. La idea que nos queda es que hablar del deseo salva vidas. Suavecita es, de alguna forma, escucha y lugarteniente de los rincones oscuros y lúdicos de la sexualidad y sensualidad de un moribundo, un niño ausente, una anciana. Esta obra es, también, irreverente y sensible como ninguna y por suerte, te podemos seguir diciendo que la vayas a ver en capital.
El Festival de Teatro de Rafaela genera las condiciones óptimas para el intercambio entre las distintas partes que hacen al universo del teatro, desde los espectadores, técnicos de sala, productores, actores, hasta los divulgadores y comunicadores. Además de instalar temas en agenda o de medir los temas en agenda y tomar una posición al respecto, nos ofrece propuestas que van al hueso de la experiencia escénica: disfrutar, reírse con otros, formar parte de algo más grande mientras se mira teatro. Esto último es difícil y por eso mérito. De esta forma, también, se celebra.