Reseña
45''

“Todos somos madres, padres o hijos de alguien. Alguna vez fuimos amantes o somos amantes o amados, en multitud o en soledad. Somos algo a nuestro modo, familia, intento o lo que sea. Todo eso junto, a veces, y nada, al mismo tiempo”, dice el texto de la obra de Christian García.

En la obra hay, en principio, tres personajes que, podemos intuir, conformaron algo parecido a una familia. Está la madre (Laura Nevole); su ex pareja (Pablo Chao) y el hijo de ambos (Lucas Crespi), un chico con síndrome Down. El padre viene a buscar las cosas que dejó en la casa y la ex esposa intenta seducirlo para que se quede a cenar. De golpe, la violencia irrumpe —se escucha pero no se ve— y los espectadores nos quedamos congelados en los asientos, sentimos miedo, sorpresa, intriga.

A lo largo de Las cargas, las identidades mutan. Les actores cambian de personaje constantemente: todos pasan a ser hijos con algún tipo de discapacidad, padres, madres y hermanos. Hay una atmósfera tensa, una sensación de peligro latente; un gesto amoroso puede tornarse, en un segundo, en un gesto violento. La hija extiende su mano y agarra la de su papá, que la mira con miedo. Ella le muerde un dedo y él grita.

La escenografía está compuesta por dos banquitos y cajas de cartón, esas que se usan para las mudanzas. Están siempre presentes en el escenario, como un recordatorio de que hubo algo ahí; una incomodidad que persiste, un resabio del pasado que se rehúsa a desaparecer, esas mochilas invisibles que llevamos en la espalda durante un tiempo, o toda una vida. Las cajas también se usan en las acciones; en una escena devastadora, la madre las pone en las cabezas de sus hijos. En otra, los hijos intentan ponerlas en orden y se pierden contándolas.

Los personajes de Las cargas intentan relacionarse entre sí y fracasan, una y otra vez. Hay momentos donde el acercamiento parece posible, por un instante la distancia se acorta con una mirada o un gesto recíproco, pero siempre falla. En esta obra ni siquiera parece haber voluntad de comunicación y, mucho menos, tolerancia de la diferencia. El no entender, el no poder relacionarse con otros provoca frustración y violencia. Los puentes entre los personajes están dinamitados. Y cuando lo distinto del otro es demasiado, tanto que se vuelve intolerable, se le pone una caja en la cabeza para hacer como que no existe.

No hay una lógica causal que encadene las escenas ni una historia con un desarrollo lineal; son situaciones independientes pero complementarias que se van resignificando a medida que avanza la obra. Hay ciertos elementos que se repiten: se habla de las focas, de los objetos que algún personaje se olvidó en las cajas, aparece un títere perturbador que el hijo usa para irritar a su madre, se habla del deseo de ver la nieve y del deseo de renovar la casa, aparece la violencia intrafamiliar (verbal y física) y una discusión que se repite como un loop pesadillesco alrededor de quién cocina la cena.

El procedimiento del cambio de personaje pone en evidencia que todos somos o fuimos hijos, padres o madres, hermano, amigos, desconocidos y exes, muchas veces al mismo tiempo. Además, pone en crisis la idea de una identidad fija y refuerza la fragilidad de estos vínculos enajenados. Este recurso funciona de forma muy similar en Edipo en Ezeiza, la obra de Pompeyo Audivert, basada en la tragedia griega donde los integrantes de una familia cambian constantemente de rol.

Lo trágico de Las cargas, es que no hay comunicación posible entre los personajes. En una escena, el hijo interpretado por Crespi le hace adivinar a su padre qué está diciendo; el padre responde quinientas veces “Alfredo” pero el hijo dice que no (aunque no está claro si le está mintiendo). Entonces, el padre le pega una cachetada. En otra escena, el hijo es Chao, que dice “Los voy a matar”, muy claro, y la mamá y el papá no lo entienden, o hacen como si no lo entendieran.

La obra desborda de recursos teatrales y escénicos originales. No necesita escenografía. Hay telekinesis, vaivenes emocionales que hacen que el público se ría y se horrorice con un segundo de diferencia y, por momentos, destellos de esperanza que pronto se extinguen. 

En Las cargas, los personajes no saben cómo estar juntos. Es una obra que nos interpela directamente, que nos hace repensar nuestros vínculos y reflexionar sobre su fragilidad. Es una obra trágica, pero acá no hay grandes catástrofes ni dioses todopoderosos responsables del destino humano. La verdadera tragedia es darnos cuenta de que los únicos culpables somos nosotros. 

“Y ahí al borde de todo vamos a esperar que la marea nos arrastre, que haga suya nuestra carga”.

Ficha técnico artística

Dramaturgia y dirección: Christian García

Actuación: Pablo Chao, Lucas Crespi, Laura Nevole

Escenografía: Darío Coronda Kartu

Asistencia de dirección: Ignacio Arroyo

Diseño de luces: Ricardo Sica

Vestuario: Lara Sol Gaudini

Prensa: Valeria Franchi

Producción: Casa Teatro Estudio

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