El hombre de acero, escrita y dirigida por Juan Francisco Dasso, se presentó por primera vez en el FIBA 2021 donde ganó el premio XII Premio Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia. A Dasso lo venimos queriendo mucho desde hace tiempo: el año pasado dirigió al Grupo Mínimo en Que todas las vaquitas argentinas griten mu y es dramaturgista de la Compañía Buenos Aires Escénica, que lleva adelante el Proyecto Pruebas ¡desde 2013! (nos encantaron La desintegración, El ritmo y El hipervínculo). Pero esta es una faceta nueva de Dasso. En este monólogo no hay un despliegue barroco de personajes, historias, escenas, chistes. El hombre de acero es una obra que se construye lenta y metódicamente.
Con esto no queremos decir que sea una obra simple. Aunque Montes es el único actor en escena y representa a un solo personaje, Dasso logra construir, a partir de un monólogo, un diálogo entre dos niveles: la obra y la meta-obra, es decir, la obra que habla de sí misma. El escenario tiene una isla de cocina como único mobiliario. Ahí, Marcos Montes interpreta a un padre desesperado por entender lo que le pasa a su hijo Neo, un adolescente autista que está en pleno despertar sexual. Pero cuando Montes comenta que los ensayos para El hombre de acero se realizaron alrededor de una isla de cocina muy parecida, la mesa se vuelve un señuelo constante del hecho de que el escenario también es una isla, es decir, un espacio dramático limitado donde transcurre una escena en tiempo real.
Podemos darle incluso un tercer sentido a “la isla”, porque la ambientación de la obra nos hace pensar en el barrio porteño de La Isla, un reducto exclusivo de casonas, mansiones y embajadas rodeadas por calles con nombres de los jueces y políticos que defendieron sus privilegios. ¿El teatro no es también un reducto, un mundillo al que le cuesta reclutar habitantes que no sean “del palo”? El padre de Neo, por su parte, exuda poder económico, desde su vestuario, su modulación, su elección de palabras y, por sobre todo, desde el tono de absoluta confianza en su superioridad respecto de su interlocutor: un chico que asiste a la misma escuela especial que Neo, pero que viene de un barrio pobre.
Este interlocutor, cuyas intervenciones solo podemos intuir a partir de los comentarios del único actor en escena, es Dionel, el único amigo de Neo y también autista. Fue convocado con una misión: sacar a Neo, que hace cinco horas se rehúsa a salir de la bañera, del cuarto de baño. El padre de Neo se refiere al “incidente” que protagonizaron su hijo y Dionel, algo que hizo que sacaran a Neo del colegio, algo que tiene a Irene, la madre de Neo, durmiendo dopada hace doce horas. Pero más que la intriga por conocer el contenido de aquella situación, lo que cautiva es la actuación de Montes, que compone un personaje ominoso, a punto de explotar. La situación es tensa y Montes mantiene al público en vilo con una sonrisa que simula calidez pero destila frialdad, autoritarismo. Le sirve a Dionel un bowl de cereales con leche y lo conmina a comerlo antes de que pierda “la crocancia” y se vuelva “una esponja”, una masa informe y blandengue de colores pastel.
Y es que no es solo la condición de clase lo que impide la comunicación fluida entre el padre de Neo y Dionel. Tampoco es el autismo del adolescente, que le impide mirar a los ojos a su interlocutor. El hombre de acero del título se refiere al padre de Neo, que una vez se disfrazó de él para el cumpleaños de su hijo. Por supuesto, el hombre de acero no es otro que Superman, literalmente el súper-hombre. ¿Y cómo puede hacer para comunicarse un hombre por encima de la media con meros humanos? ¿Y qué tal si los considera algo menos que humanos?
Hacia el final de la obra, los cereales absorbieron todo el líquido y se vuelven, efectivamente, una esponja. Ya no hay más “crocancia”. Así, también, el padre de Neo pierde su rigidez y se reblandece. Después del despliegue emocional de la obra, después de la soberbia, el asco, la nostalgia, la ira, el padre de Neo se demuestra, finalmente, permeable a lo que viene de afuera. Logra, finalmente, completar él mismo el circuito de comunicación. Por supuesto, siempre queda la duda: ¿de verdad me hice entender? Eso nunca lo sabemos.
El texto de esta obra sería ya una lectura espeluznante, pero en las manos (y el cuerpo y la cara) de Montes, con la dirección precisa de Dasso, se transforma en una experiencia que te deja boquiabierta, por momentos incluso sin respiración. Frente a nuestros ojos, el superhombre soberbio y omnipotente va perdiendo su armadura, hasta el punto en que logramos empatizar con su dolor. En El hombre de acero un tema particular, que tranquilamente podría resultar ajeno a la gran mayoría del público, se vuelve una tragedia humana universal y definitivamente imperdible.
Ficha técnico artística
Dirección: Juan Francisco Dasso
Dramaturgia: Juan Francisco Dasso
Actuación: Marcos Montes
Escenografía y vestuario: Cecilia Zuvialde
Iluminación: Ricardo Sica
Fotografía: Laura Mastroscello
Asistencia: Ana Schimelman
Prensa y difusión: Carolina Alfonso
Producción: Zoilo Garcés