Reseña
75'

Una de las cosas que más se dice de Bufarra en las charlas de pasillo del ambiente teatrero es que es una obra en la que hacen asado en vivo. Y hasta que uno va a verla parecería que ese detalle es explicación de su éxito, pero hacen falta pocos minutos para darse cuenta de que la obra va más allá del recurso de la parrilla. 

Escribir sobre Bufarra conlleva su dificultad porque el gancho que atrapa la mirada poco tiene que ver con aquello que se puede escribir sobre la obra. Así que mejor empezar por el título, que sí merece explicación. Bufarra es el término con el que se nombra a los abusadores de menores y es la palabra que corona a Silvio Marconi (Facundo Cardosi), ex presidiario y amigo del padre de familia Vicente Rodríguez (Martín Mir). El conflicto es claro: Susana, (Leilén Araudo) la madre de Ángel (Leo Espíndola), está preocupada por la llegada de Silvio a la casa. No finge su enojo, ni su incomodidad y le escupe en la cara ya desde el primer cruce en el patio la palabra que resume todo: Bufarra. Como una acusación, como un látigo para castigarlo, Susana nombra a Silvio con todos los sinónimos posibles de la perversión. La tensión queda develada, así como la lucha de Vicente por defender la inocencia de su amigo y padrino de Ángel. Ustedes se preguntarán, si el conflicto es así de claro, ¿entonces qué es lo atrapante?

La respuesta es sencilla: en Bufarra el acontecimiento es la actuación. Facundo Cardosi y Martín Mir se morfan la obra. Así de llano, así de simple. Las dos actuaciones son un imán. Lo que acontece en sus caras, en el gesto, en el cuerpo narra más que todo lo que acabo de escribir. Es un fenómeno en sí mismo que no necesita ser explicado, sino vivenciado. Sólo un trabajo como el de Cardosi puede generar el asco, la ternura, la sensación de peligrosidad y perversión que logra sintetizar en su actuación. Esa es la verdadera fiesta, el asado que se come con los ojos el espectador.

Como la parrilla en la que se asa la carne lentamente, las actuaciones van cocinando un clima de peligrosidad que llega a ser insoportable con la llegada de Ángel a la casa. La amenaza latente es real, ya no potencial: el abusador está en la casa y el niño también. Y como el teatro se trata de quilombo, uno ya sabe cómo va a terminar la cosa (aunque no quiera). Así que al mismo tiempo, es el deseo de ver cómo va a pasar lo que ya se sabe y las ganas de correr de la butaca a la realidad como si todo fuera una pesadilla de mal gusto. Por eso, vuelvo a insistir. La dramaturgia sostiene, sí. Tiene cierto tono grotesco costumbrista muy logrado (aún si aparece alguna que otra palabra como “bullying” en el medio que corta el verosímil de época). Pero lo sabroso no está ahí. El lomito es la actuación, puro acontecer, puro presente. Aplausos al director que más allá de la puesta realista supo dejar a punto a los actores.

Sólo me quedo pensando en el código de actuación de Ángel, que es un actor adulto aunque parezca sorprendentemente un niño. Él también resulta perturbador, casi tanto como Silvio. Parece que en Bufarra nadie se salva…Ángeles y demonios están hechos de la misma carne.

Ah… y una recomendación: llevar buen abrigo. La obra dura hora y pico al aire libre.

Ficha técnico artística

Dirección y autoría: Eugenio Soto.

Actuación: Leilén Araudo, Facundo Cardosi, Leo Espíndola, Martín Mir, Darío Pianelli.

Asistencia de dirección: Mara Beger.

Diseño de vestuario: Lucía Scarselletta.

Diseño de iluminación y espacio escénico: Félix Padrón.

Fotografía: Juan Francisco Reato, Mariano Martínez.

Prensa: CorreyDile

Producción: La Jangada

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