En la actualidad estamos ya muy acostumbrados a pensar en China como en una inmensa fábrica de productos que invaden el mundo, pero el territorio chino es, desde los comienzos de la civilización, sobre todas las cosas, una de las culturas más ricas, variadas e intensas de la historia. Cuando en Europa vagaban nómades bárbaros, Chung Kuo o el Imperio del Centro, es decir, China, contaba ya con una población casi tan grande como la de la Argentina de hoy, en la que prosperaban cien escuelas de filosofía con mayor diversidad que en la Grecia antigua y el teatro era una de tantas formas del arte, desarrollado sin interrupción a lo largo de más de cinco mil años.
Los comienzos están relacionados con las danzas y los cantos shamánicos, que impresionaban al público y desde el siglo VI a.C. están registrados como antiguos en libros clásicos como el Shu Ching, recopilado por Confucio y sus discípulos.
Después hubo bardos, juglares, comediantes, músicos y cantantes que alegraron las cortes y cantaron las loas de caza de príncipes y nobles. Con su buen humor, inteligencia e ironía no sólo cumplían la función de entretenimiento sino de instrucción y advertencia política a quienes detentaban el poder. Durante la dinastía Han (206 a.C- 220 d.C.) también gozaron de prestigio y popularidad las obras que representaban combates mitológicos y luchas entre hombres y bestias.
Con los emperadores T’ang (siglos VII al X) también se agregaron a las formas más antiguas las representaciones de a dos: un actor principal y su ayudante, que se convertía en blanco de sus golpes fingidos y contraparte de sus monólogos.
La proliferación del budismo fue también la chispa para la creación de obras de maravilla, donde se difundía la nueva doctrina del Buda en los estratos más humildes de la población, como medio indirecto de evangelización.
Recién a partir de la dinastía Song (960-1127) el teatro se convierte en un arte en sí mismo, con piezas escritas para ser actuadas. No sólo los nobles de palacio accedían a ellas sino que los comerciantes fueron los responsables de un estallido de popularidad teatral en las grandes ciudades. Aparecieron los críticos y los analistas del fenómeno, encargados de clasificar y ordenar, como le ha gustado siempre al pueblo chino, los distintos tipos de espectáculos de representación según el escritor fuera un literato o no, según el tipo de maquillaje, escenografía, vestuario y temática de las obras. Algunas de estas variedades tenían una complejidad tal que incluían una secuencia de setenta y dos ítems en un programa de celebraciones para el cumpleaños del emperador, señalando los instrumentos que se tocarían- en solos o con orquesta-, las danzas, los números de magia, los cantos, las piezas para títeres y cuatro zaju u obras actuadas. Se conservan todavía dieciséis obras del periodo Yuan.
Si éste era el panorama en el siglo doce, no debería sorprendernos, entonces, que sea China la precursora de las tendencias que creemos modernas actualmente, donde se conjugan en un mismo espectáculo teatral la representación de una obra, la música, la acrobacia, el canto, los juegos de luces, la pintura y la performance.