Es un momento muy extraño el que estamos viviendo. En líneas generales, a nadie pareciera importarle que lo que se desarrolla en el ámbito de la cultura es una parte estructurante de la sociedad. Es como si se hubiera develado el gran engaño de los y las trabajadores del rubro de que lo que estábamos haciendo era una gran estafa. Alcanza con echar una mirada sobre lo ocurrido con el Instituto Nacional del Teatro, el Instituto Nacional de Cine Argentino, las bibliotecas populares, los espacios de memoria y los centros culturales oficiales para ver que el ataque es dirigido y puntual hacia artistas, gestores, periodistas. Hace dos años, nos encontrábamos por última vez en la Fiesta Nacional del Teatro, en donde obras de todo el país hacían sus presentaciones en salas y teatros de las provincias de Catamarca y La Rioja y la búsqueda de sus proyectos giraba en torno a la conquista democrática, a los valores de un país que se reconoce soberano, por lo menos, en lo que respecta a sus símbolos, sus consensos, sus logros en el terreno de los derechos a nivel internacional. Hoy, ese pacto está roto y la promesa de reconstrucción, junto a la luz tenue de la reparación, es lo que nos guía a seguir haciendo las cosas que hacemos. Por eso, pensar hoy en el Festival de Teatro de Rafaela, en sus veinte años de historia y en su presencia en el escenario nacional, es una puerta para pensar qué queremos, qué sentimos y como nos posicionamos en el campo cultural. Como trabajadores, pero también como espectadores y consumidores. En definitiva, solo entre las partes se puede configurar un todo. Y solo entre las partes podemos llevarlo adelante, cuidarlo y sostenerlo.
En torno a un festival de teatro se configuran sensibilidades, y Rafaela es estandarte en generar el espacio para eso. Esas sensibilidades construyen comunidades, saberes compartidos y vínculos sólidos alrededor de la producción de artes escénicas. El Festival lleva adelante un esquema oficial de encuentros entre las partes: las llamadas “Rondas de Devoluciones” en donde periodistas y críticos tienen la posibilidad hacerles preguntas a los elencos acerca de sus obras presentadas, en un diálogo directo; los “Laboratorios de Creación”, en donde se apuesta por la formación mutua entre los y las actrices locales y directores de otras partes del país; y, finalmente, por una serie de Seminarios que varían año tras año, de dramaturgia, crítica, actuación, danza, ofrecidos al público general. Los resultados de todas estas actividades se pueden ver a lo largo de la semana que dura el Festival de Rafaela, pero también a lo largo del tiempo. Porque si algo estamos aprendiendo sobre las conquistas es que hay que sostenerlas, defenderlas con el hacer, y hablar de ellas hasta el cansancio. De esta forma, se han generado lazos con un público que no solo acompaña, sino que se siente orgulloso de su ciudad, de sus artistas y productores. De este lado del país, la ciudad porteña, nuestro deseo es insistir para que cada vez más personas quieran ir a Rafaela en vacaciones de invierno, tanto a participar como intérpretes, cuyo terreno ya está ganado gracias al prestigio que representa formar parte de la programación, como a personas para que hagan un viajecito teatrero. Por eso les contamos lo que aprendimos en esta edición, aquello que observamos y nos modificó. Sobre todo, cómo se vive un festival de teatro sólido, bien pensado y ejecutado, resultado de la prepotencia del trabajo.
Luz, cuerpos, acción
Una serie de obras de la edición veinte años tuvo como foco el movimiento y el cuerpo como objeto de exploración. La apertura, de hecho, estuvo a cargo de Fulanos, alguien, algunos, nadie, ninguno por Compañía La Arena y dirección de Gerardo Hochman. Este gran inicio se impuso con la idea de que un espectáculo que trabaja con la ilusión puede ser disfrutable a cualquier edad de la vida. El elenco de Fulanos se encarga de transmitir este mensaje un poco olvidado: la magia es artificio puro. Los cinco integrantes disfrutan de las posibilidades físicas de una escalera y la utilizan como soporte para la acción, sus cuerpos son como móviles, de entresueños, conducidos por ellos mismos a través de un mundo que busca reivindicar las tardes de juego, de siesta, de lectura, de paseos por un barrio imaginado. Con una trayectoria extensa de trabajo en conjunto, el equipo comenta que esta era una obra que veían de chicos hacerla por quienes luego fueron sus docentes en actuación. Se puede ver ahora en vacaciones de invierno en el Konex con amigos, infancias y, acaso, también con adolescentes. Estos últimos tuvieron su espacio destacado en Rafaela con En Peligro, resultado del laboratorio de creación coordinado por Max Suen quien tiene un termómetro justo para trabajar con intérpretes jóvenes. La propuesta fue abordar la ansiedad y lo que vimos fue un grupo de personas que, a corazón abierto, lograron poner sus inseguridades a disposición de la escena, obligando a los adultos a escuchar. Un acierto utilizar máscaras de colores, divertidas, pero con un costado siniestro. ¿Se animarían, eventualmente, a ponerle rostro a las confesiones? Los pibes se animan mucho más de lo que pensamos y ya no se sabe si es que nos conviene tenerlos de nuestro lado o si es que conviene que estemos nosotros de su lado. El sentido de comunidad se entramó en esta experiencia, donde surgieron miedos compartidos pero también deseos de futuro, de vidas con ganas de ser vividas a través del arte.
Otro de los laboratorios de creación estuvo bajo la mirada y dirección de Toto Castiñeiras, quien trabajó también con intérpretes rafaelinos y les llevó una propuesta de combinar obsesiones: el elemento elegido en común fue ‘los pájaros’ que parece que abundan en la ciudad de Rafaela. Una especie de analogía entre el mundo que ocurre en los árboles, techos y costados de las calles, con lo que ocurre en una oficina de un último piso con empleados estatales: todos fundamentales y olvidados para el equilibro de los días. El desafío es lograr que un elenco tan grande se comprenda en un mismo lenguaje sin perder los toques propios de cada uno. En Caza de pájaros está lograda la armonía necesaria para continuar creyendo en la escena como espacio de formación para todos y todas. Los cuerpos estallan en conjunto y la obra se presenta en planos. Algunas cosas ocurren acá adelante, en la mesa de entradas, y lo que pasa directamente en la oficina. También, podemos ver perfectamente la terraza donde todos salen a fumar, a la hora del puchito, luego casa taza y la repetición de una rutina conocida y a la vez hilarante.
Hay otra obra que planteó un escenario de oficinas como oportunidad para extrañar la mirada sobre el quehacer cotidiano. Amanuenses de Constanza Feldman pone en abismo la repetición y utiliza a su favor el gran temor de cualquier empleado: despertarse un día para ir a trabajar con la pregunta en la boca, ¿cuál el sentido de todo esto? Los y las intérpretes nos transmiten que no solo hay uno, sino varios sentidos posibles si se piensa la creación desde cuerpo y en el mundo como un gran escenario. Amanuenses se puede ver en El Galpón de Guevara los domingos a las 20 horas.
Esta serie de obras es coronada por la experiencia Dentro de Melisa Zulberti. En esta obra de danza, los y las intérpretes se encuentran en un rectángulo de plástico que se sostiene por una máquina de aire. No se desinfla ni se desintegra al igual que los y las bailarinas encerradas en un movimiento constante que pareciera ser la forma de conexión que tienen con el mundo. Desesperante y atrayente, como todo lo que da miedo, Dentro es un disparador de sentidos: por ejemplo, ¿hasta cuándo resiste un cuerpo colectivo? La musicalización en vivo de Julián Tenembaum le da un marco noctámbulo, del después hora, haciéndonos pensar también en la fiesta que se ubica siempre en un terreno liminal. La militancia está en reivindicarla como productora de placeres, pero también como una oportunidad del cuidado comunitario.
Si de hacer patria se trata
La obra Mensaje a pobladores rurales de Ana Laura Suarez Cassino trabaja con el servicio aún vigente de comunicación radial entre pobladores de la Patagonia. Intérpretes, directora y músico en escena exploran algunos mensajes específicos y nos ofrecen la apertura hacia experiencias de vida que desconocemos. De esta forma, se reivindica una mirada política sobre la historia de las personas: atenderlas a todas ellas, considerarlas parte de un mismo territorio, rompe con la heterogeneidad cultural del país y con la idea centralista de que todo ocurre las grandes ciudades, en particular, en Buenos Aires. La obra tiene una mirada sensible y respetuosa sobre la soledad, presenta sutilmente los temores que puede generar un paisaje a veces inhóspito, también hermoso, de vientos secos y fríos, noches estrelladas y ecos profundos de oscuridad en parajes vacíos. Me gusta especialmente el tono de la obra, construido de sonidos y de voces, con un manejo particular de los silencios, y salidas poco solemnes para los pasajes entre las escenas. Hacer patria es, entonces, conocer la Argentina, saber cómo vive su gente y contar sus sueños y miedos. ¡Esperamos que pronto reestrene para recomendarles que vayan!
La compañía Hasta las Manos elige ahondar en la construcción de la memoria y en el trabajo con el archivo con la obra Flota. Rapsodia santafecina. En ella, se cuenta la historia de la gran inundación de la ciudad de Santa Fe y sus alrededores ente el 29 de abril y el 3 de mayo del 2003 cuando Carlos Reutemann era gobernador. Desde el principio, la obra plantea que el dispositivo será ese: bucear en los huecos, en los fragmentos, en los archivos inundados de la forma que se pueda para intentar contarlo todo, aquello que se sabe y lo que no sabe, en un ejercicio colectivo de elaborar el trauma y de no dejar a nadie atrás. Se presentan como teatro de títeres y objetos, pero exploran diferentes lenguajes preparando el público para ser parte de esa exploración sin usar nunca golpes bajos. Hacer patria es, en este caso, sostener un pedido justicia, orquestar una propuesta que tiene como bandera ir “contra todas las bestias y el olvido”.
Belgrano hace la bandera y le sale primera, de Adela Basch por Grupo Teatro Tambor y dirección de Nicolás Cefarelli, plantea un escenario conocido por todos los argentinos: un candidato a la presidencia que, mediante el cinismo, expone sus intenciones y lo que lo llevará a su gran fracaso que es no conocer la historia de nuestro país, ni la construcción de sus símbolos. Ese es el puntapié para contar lo ocurrido en el proceso de independencia iniciado en 1810. Un elenco compuesto de tan solo cinco personas interpreta a muchísimos personajes que giran, fundamentalmente, sobre la figura de Manuel Belgrano. Una obra para todo público que explora los sentidos de la bandera, de la soberanía, y de la resistencia frente a los saqueadores extranjeros con actores y actrices tiernos capaces de contar las luchas con sutilizas y humor propio para las infancias. Hacer patria es que las personas sepan de dónde vienen, que conozcan su identidad y que sepan quiénes son los que dieron la vida por la independencia, por la democracia, por la conquista de derechos.
Hace ya un tiempo se develó que estamos transitando una era caracterizada por la crueldad: la agresión, la persecución y el hostigamiento se volvieron conductas no solo aceptadas sino constantes de la dirigencia política y de ahí se fueron filtrando en los vínculos cotidianos. Se sabe, esto no viene solo, se combina con que estamos hambreados, laburando de forma inhumana, y cargando una tristeza profunda mezclada con enojo. Frente a esa política de la crueldad, la obra Todo lo que está a mi lado, que Fernando Rubio ha llevado a recorrer varios países, erige la bandera de la patria ternura. Aquella que nos olvidamos, que intentan sacarnos, y el teatro se ocupa insistentemente de volver a poner en escena. Esta propuesta es una oportunidad para explorar la intimidad entre desconocidos y ponerla a disposición del mundo como un pedido urgente de escucha y calma. El público, de siete personas por pasada, es invitado uno a uno a ingresar a una cama junto a una intérprete que nos habla muy cerca del oído. En ese relato hay una oportunidad de mirar y ser mirados, mientras afuera la calle, la ciudad, la vida que continúa. Hacer patria es militar la conexión con los demás, construir espacios donde haya caricias sin tiempo, suavidad en las palabras.
Lo que hace Lautaro Tymruk en Seré asombroso. Esta obra se inscribe en una serie de obras que trabajan con la memoria, el testimonio y la construcción de nuevas formas de abordar la dictadura. El actor es ventrílocuo, mago, y médium. Entregarse a este formato, el de ser habitado por otro, es valiente y salvaje a vez. En este momento en el que hablar de política es señalado como algo negativo, en donde se nos obliga a tener vergüenza por reivindicar el tener una historia y una ideología formada a través de esa historia, Seré viene a decir con fuerza que la familia es la patria y el cuerpo un archivo vivo que, a pesar del sufrimiento, puede explorar su dignidad hasta en los encierros más oscuros. Sobre un plan sistemático de exterminio y vejación, una fuga asombrosa de cuatro detenidos: fusilados que viven antes y ahora a través del relato de sus vidas. Voces que se prestan e intercambian entre compañeros y que son el cantar de la tierra nuestra que echa flores.
Las tres vanguardias
Manuel Puig. ¿Cómo abordar la novela Cae la noche tropical y llevarla a la acción? La respuesta es que Leonor Manso es increíble y junto a su compañera de aventuras Eugenia Guerty logran una complicidad que se traslada al público. El universo de cartas, conversaciones, chismes se desenvuelve en esa vecindad carioca de tres mujeres que no falan portugués y no importa porque su mundo privado se construye en la nostalgia pero también en deseos de independencia y libertad. Rodeadas de plantas, matecitos y licor, van afianzando el vínculo entre ellas y con la gran Carolina Tejada, hasta quedar suspendidas en la risa. Esta obra se puede ver en Hasta Trilce, los sábados a las 20 horas.
Carlos Correas. A Ha muerto un puto ya la recomendamos en Farsa Mag y por suerte vuelve en agosto para que pueda ser vista por todos y todas. Como decía, la única forma de abordar el archivo Carlos Correas es hacerlo desde su propia poética. Gustavo Tarrío, el director, María Laura Alemán, Verónica Gerez y David Gudiño, exponen sus corazón para que sean atravesados por la “Operación Correa” y evidentemente no podía tratarse de otra forma: la obra es el resultado de esos cruces, del encuentro con el fantasma en la escena, de la espectralidad que hay entorno a los archivos de escritores olvidados cuyas historias no fueron escritas en vida. Tenemos tres Correas, tres voces, tres versiones de Judas que ofrecen la posibilidad contrafáctica de que dialoguen entre sí y la propuesta no dicha pero sí construida por el dispositivo escénico y las interpretaciones de traer a la vitalidad a un artistas que transitó una de las soledades más profundas, la de morir solo. En esta obra, no murió, sino que ha muerto, de traje y corbata, pensando nuevos horizontes para la escritura.
Patti Smith. Finalmente, esta serie de obras que abordan la vida o la obra de personajes fascinantes y complejos de la historia de la cultura se completa con Patti Smith de Patricio Abadi, encarnada por la actriz Ivana Zacharski. El encantamiento del teatro se observa en la experiencia del público con piezas como esta: salimos hablando de esas cosas que nos parten la cabeza, una admiración transgeneracional hacia las mujeres de la música, hacia los lugares y momentos que se volvieron hitos para nuestra formación sentimental. A su vez, la admiración por una intérprete cuyo mecanismo es jugar a ser otra a partir de muchas versiones de sí misma, viajar en el tiempo y transmitir un sentimiento de presencia profunda que construye instantáneamente una habitación de hotel, una departamento prendido fuego, una sala de hospital, un estudio en Nueva York.
Otros lenguajes en escena
Literalmente una obra en otro idioma: Dois, de Miguel Bosco con Matías Federico y Mayra Sanchez, se desarrolla en uno propio. Este idioma es, para mí, el de la frontera, esa zona en las cosas se mezclan y se desdibujan los contornos de las cosas. Aunque haya líneas divisorias, se trata de todo lo que se construye sobre ellas y junto a los otros. En este caso, en donde la fe y la desesperanza están unidas, no hay tiempos exactos ni jerarquías, acaso un atisbo de futuro. En la espera, ambos personajes nos transmiten una escena sobre la soledad, íntima y divertida.
La composición musical de Los bienes visibles, obra de Juan Pablo Gómez, nos habla directo a los espectadores. Es, también, acción. Dice lo que no se puede decir en una escena trabada de dos hermanos y una enfermera privada en torno a un padre que está envejeciendo e intuimos que puede estar cerca de la muerte. La obra se mete con algo imposible: la culpa. Frente a un viejo que no la tiene, los hijos se debaten si puede haber alguna forma de amor, ternura, compresión, hacia alguien que no les dio nada. Experiencias cruzadas que hacen ruido y se meten entre el público, como ecos rotos que dejan preguntas sobre los procesos de duelo y sobre los traumas. Esta obra se puede ver en Santos 4040 los lunes a las 20 horas y cuenta con un elenco alucinante.
Uno de los laboratorios de creación estuvo a cargo de la escritora y directora Consuelo Iturraspe quien le propuso a un grupo de personas de diferentes edades e intereses ahondar en las posibilidades de la palabra para crear piezas en clave de dramaturgia epistolar. El resultado fue la construcción de una respuesta colectiva a las preguntas que nos recorren a todos: la vida de los otros, la soledad, el desamor, la muerte, el ritmo exasperante del presente, la distancia, los encuentros fortuitos. Catorce escritos, catorce voces dialogando entre sí y sosteniéndose, haciendo que cada producción sea parte de una experiencia compartida. La respuesta, con asistencia de Luisina Valenti, fue una oportunidad de prestar atención al lenguaje secreto de las cartas. Una propuesta a corazón abierto.
En esta versión de Las tres hermanas de Chejov, con dirección de David Piccotto, muchos lenguajes se mezclan. Principalmente, el del cine y del teatro, pero también el de los diferentes idiomas del propio teatro y el de la lengua en uso. Una obra que se despliega en niveles y que abre capas y capas de complicidad con el público como el gran interlocutor de la escena. Una versión libre que permite a sus intérpretes jugar con sus talentos ya que les propone hacer de todo y que funciona de forma doblemente espectacular en un gran teatro como Lasserre de Rafaela.
Preguntas sobre la vida y la muerte
La obra Una canción para siempre, con elenco de Rafaela y dirección de Gustavo Mondino, reúne a un grupo de amigos en torno a una ausencia que logra poner en movimiento algunos significantes y generar nuevos sentidos sobre el deseo, la soledad, y las posibilidades de la amistad entre hombres. Se nos propone una mirada tierna sobre viejas rigideces, también una reivindicación de cierta melancolía, esa que permite que los sentimientos circulen, que podamos mirar el pasado como estelas de futuro. En el ala más reflexiva, tal vez también narrativa del festival, esta obra inicia con preguntas sobre la muerte y sobre el nacimiento de nuevas formas para los vínculos.
Sobre el hueco y los conflictos que va generando, está la obra Ante de Ivor Martinic a cargo de la Compañía Teatro Casero y la marca indiscutible de Guillermo Cacace. La disposición es una mesa con tizas, en donde el público puede sentarse alrededor entre los intérpretes. La cercanía ofrece experimentar las tensiones y transformaciones de esos cuerpos que desean y sufren, que son mujeres jóvenes, vecinas, padres, hijos, en la calle, en la cocina y en el comedor de una casa. Todo eso ocurre en la mesa en donde se debaten, con la vivencia, las consecuencias de la guerra, y en donde se experimenta que la sangre derramada, para un niño que ha perdido a su madre, no será negociada. En una obra donde no hay reconciliación posible, la tristeza se vuelve un sentimiento con costados tiernos y deja una pregunta abierta sobre cómo serán las cosas en el futuro.
Otra historia de hijos y padres se desarrolla en Muerde de Francisco Lumerman con la actuación de Luciano Cáceres. Un solo personaje que entre aserrines nos transporta a un galponcito olvidado que es su pieza y su casa. Este hijo cuenta su historia en primera persona, una plagada de aprendizajes a los tumbos, pero sobre todo de abandono. De prohibiciones impuestas a la hora de ser escuchado, querido, soñado, cuidado. Un personaje que, a pesar de su naturaleza violentada, es tierno y sensible. Una obra que aborda la muerte y sus dolores y el deseo como compañía ofreciendo reflexiones a partir de un discurso vivo y natural del protagonista.
La obra Rentera o la primera cena de Nicolás Monutti por Grupo de Contra directamente coloca en escena a un personaje que observa el comportamiento de los demás para abordar preguntas sobre la ética. Como alguien que se siente diferente e importante, se acomoda en la no intervención de los acontecimientos, sin embargo, es igual que el resto. Dos obreros y uno con licencia por discapacidad se encuentran hambreados, al límite de sus propias éticas. En esta cena, la dignidad se sirve en el centro y no es negociable como valor. Ninguno es bueno ni malo, son seres humanos desesperados buscando recursos para volver a entrar a la maquinaria del mundo. La obra se construye directamente con las preguntas y el comportamiento, la acción, son trazos de respuestas.
Finalmente, queremos hablar de la increíble versión de Las Moiras, obra de Tamara Tenenbaum con dirección de Mariana Chaud y que reúne a un elenco ya afianzado en la complicidad. Cuatro mujeres que desafían los límites de su cultura encarnadas en cuatro actrices que trabajan profundamente con el humor. Nos reímos de la mano de ellas, mientras el texto nos deja algunos puntos interesantes como por ejemplo la relación de la literatura con la vida y cómo podemos encontrar respuestas ocultas en nuestros saberes olvidados. Una forma de reivindicación del propio deseo.
Rafaela, en sus veinte años, nos enseña que alrededor de un festival de teatro pasa de todo. Es una semana de formación colectiva, en donde se refuerzan afinidades y se construye comunidad. Es una semana de trabajo para productores, gestores, sonidistas, técnicos, actores, directores, periodistas y escritores, pero también de mucho más tiempo de planificación, investigación, armado de lazos. No hay forma de que alguien diga lo contrario: con el teatro se come y se educa. El teatro es construcción de presente pero promesa de futuro, promesa de vida en el corazón.