Pampa Escarlata es un cross a la mandíbula. Nos propone jugar con reglas filosas y cachondea con temas picantes como la identidad, la tradición, la venganza, el placer, el talento, el linaje. Es un Inglaterra aristocrática y victoriana feat La Pampa húmeda, roja, salvaje.
Palabras clave: carmesí, lienzo, húmedo, siglo XIX, caliente, éxtasis, fuego, ira, óleo sobre tela, malón, frontera, traición, salvaje, desenfreno, no hay retorno.
El siglo XIX es allá como acá y lo salvaje no espera, porque no puede ser contenido en una forma importada, no puede ser apresado, acaso solo a fuerza de masacres. La indomable invade la lengua, ensucia las formas y los engranajes, es parte del mundo. Está en los salones de arte, en los concursos, abajo de la ropa elegante de las señoritas, en los armarios y entre las piernas. ¿Es puro arrebato o es lo que se construye como resistencia a los intentos de opresión? Esta obra habla de lazos, oportunidades, traiciones y revanchas. Es imprevista y locuaz. Les tres actores la rompen, son graciosos, finos y elegantes en sus universos personales. Hablan claro y contrastas unas con otros. Pampa Escarlata, como su nombre sugiere, presenta una historia de mezclas que funciona perfecto en el mundo que construye. Acá les tiramos unas puntas para entrarle pero lo mejor es dejarse llevar y disfrutar sus enigmas y juegos, y aceptar el código que propone: el lenguaje de la sorpresa y usarlo como arma de observación.
Al principio, Pampa Escarlata nos recuerda a esas novelas inglesas en donde la vida de la aristocracia se altera por dramas de clase: qué hacer con el tiempo libre, cómo proteger lo femenino y cómo defender el orgullo. Pero, el verdadero dramón del imperio está en cómo lidiar con el otro exótico cuando se sale un poco del rol de colonizado. Esta obra, hasta acá, nos muestra la desdicha de una joven victoriana recluida en su habitación. De a poco, las cosas se van a picar y lo mejor de todo es que no hay chances de que podamos prever cómo.
Las espectadoras observamos la intimidad de una artista que pinta con oleos sobre un lienzo. Todo muy tranca hasta acá. Ella está de frente nuestro, pero el cuadro está al revés, lo que nos permite imaginar la composición incluso desear verla. Mildred se llama la artista y es Lucía Adúriz quien la interpreta.
Mildred tiene un profesor de arte, muy exigente, que pronuncia cada una de las sílabas de sus palabras. El profesor Woodcock, Pablo Bronstein, está harto y cansado de perder el tiempo con una artista sin pasión, sin imaginación, sin creatividad. Una artista a la que no se le ocurre más que pintar cucharitas, frutas y cacharros sobre las mesas. Woodcock, severo, amenaza con dejarla pero antes le ofrece una última chance.
Mildred arrastra su cuerpo en deprimido, desdichado, sobre esa habitación que es algo así como: su cárcel. A su vez, en ese cuerpo se recontra nota el deseo −es como una piedra caliente que quema sobre las manos−. Se perciben la sed de ambición y las ganas de triunfar. Mildred escribe en su diario y llora, patalea, se arrastra. Lucía Adúriz lo da todo, tiene una onda infinita; es capaz de alojar distintas temporalidades en el cuerpo con su trabajo actoral y puede pasar de un estado a otro cuando le da la gana. Puede ser melancólica, alegre o una sacada total. Una jovencita fina o una arrabalera, una piba con dientes.
La criada de Mildred, una china buena, oriunda de las pampas argentinas, intenta acercase para darle consuelo. Un personaje interpretado por Carolina Llargues que se agranda a medida que avanza la obra, toma cuerpo y se hace presente de a poquito, sorprendiéndonos. Le confía una herramienta milenaria, secreta, solo para ayudarla. Tal vez un Santo Daime produce la proyección astral que Mildred necesita para crear algo diferente. Tal vez es el influjo de algo prohibido u olvidado, bien traído por la china argentina a estas tierras del imperio. La cosa es que ahora Mildred es una artista. Se arrebata en raptos de lucidez, delirio y creatividad. Un mensaje, un lenguaje y una imagen salvaje le vienen a la mano. Se pinta sola sobre esos lienzos vacíos generando un contraste cultural. Un choque. Es lo que emerge de un paisaje considerado “desierto” pero ampliamente habitado. Una llanura imprevista, indomable, que se alza en las pinturas de esa habitación victoriana. Un misterio para la joven que no sabe qué le sucede pero sabe que le gusta, que le conviene y que quiere más. A partir de ahora, la máquina hambrienta que vive en ella se descontrola, vibra, se mueve sola y decide por objetivos. Si el mecanismo da resultados, ¿por qué frenar?
Ganadora de la convocatoria Óperas Primas del Centro Cultural Rojas (UBA). Pampa escarlata es una producción del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas con el apoyo de Proteatro y del Instituto Nacional de Teatro.
Ficha técnico artística
Autoría: Julián Cnochaert
Actúan: Lucía Adúriz, Pablo Bronstein, Carolina Llargues
Diseño de vestuario: Paola Delgado
Diseño de escenografía: Cecilia Zuvialde
Diseño De Sonido: Cecilia Castro
Video: Victoria Fini
Diseño De Iluminación: Ricardo Sica
Fotografía: Victoria Fini
Asistencia de dirección: Jennifer Sztamfater
Prensa: Carolina Stegmayer
Producción: Catalina Villegas
Dirección: Julián Cnochaert