Los comensales del banquete son miembros de la alta alcurnia porteña. Entre cigarrillos y abanicos, exponen la problemática  “civilización o barbarie” (dicotomía en la cual encarnó el antagonismo social entre unitarios y federales, allá por 1829). Pero las miradas se posan lentamente sobre Hilario,  el criado, repentino representante del enemigo social. Implacables, descargarán sobre él toda su violencia. Con la ferocidad que acusan en la barbarie, pero con la elegancia que otorga estar a la luz de Las Luces.

La manipulación

El banquete es la tercera obra de una trilogía atravesada por el procedimiento de la manipulación. Al igual que Bacantes (2009) y que Manipulaciones II: tu cuna fue un conventillo (2011: Premio Trinidad Guevara a Diego Starosta por su labor en la dirección), esta pieza investiga la manipulación física como dispositivo de actuación: cuerpos manipulados por otros cuerpos, a la manera de objetos o marionetas. El resultado es espectral: vestidos de gala y con las caras blancas, los comensales parecen jotas salidas de naipes. Sensuales, alucinatorias, pero carnívoras. El espectador es parte de un sueño perturbador. Y el mayor hallazgo de la pieza es la creación de este alfabeto escénico: gestos como máscaras, cantos en la oscuridad, movimientos corales que rozan lo ceremonial (todos se cierran en flor sobre un invitado, todos corren de repente alrededor de la mesa, asfixian el centro, evocan el rodeo en el matadero, la sumisión del animal). La sensación de peligro es permanente.

El matadero

Esta aproximación al relato de Echeverría (considerado, discutiblemente, como fundacional de la literatura nacional) presenta inversiones de número, espacio y roles sociales. Si el relato original es llevado adelante por una única voz, aquí el relato se atomiza en la voz de varios personajes. Si, en segundo lugar, el espacio original de la acción es el matadero (geografía de la violencia y la trasgresión de la ley) aquí se reinserta en una casa de las afueras de Buenos Aires, propiedad de una familia adinerada. Por último, si en el relato de Echeverría es la figura del unitario la que se adentra en el territorio hostil de sus enemigos sociales, en esta versión es el criado de la casa, Hilario (que ocupa el lugar ideológico que en el relato corresponde a los federales), quien se encuentra en territorio forastero y peligroso. Las inversiones sirven para dar cuenta de que el síntoma social resiste las acrobacias narrativas: no es “civilización o barbarie” sino “civilización y barbarie”. La identidad se construye mediante la exclusión y negación de un otro. La civilización necesita de la bestia, como condición de posibilidad de su propia existencia.

 

Ficha técnico artística

Dramaturgia: Gastón Mazieres
Actúan: Moyra Agrelo, Diana Cortajerena, Sebastian Garcia, Federico Perez Gelardi, Luciano Rosini, Claire Salabelle
Vestuario: Luciano Rosini
Escenografía: Diego Starosta
Iluminación: Diego Starosta
Música original: Adrián Vazquez
Diseño gráfico: Mauro Oliver
Asistencia general: Daniela Mena Salgado
Prensa: Carolina Alfonso
Producción ejecutiva: Daniela Mena Salgado
Puesta en escena: Diego Starosta
Dirección general: Diego Starosta

 

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