Imperdible
60'

Ver una obra de Jorge Eiro es como abrir la puerta de una casa y espiar lo que está pasando adentro: los sentimientos y pensamientos más profundos de sus habitantes, lo que les saca el sueño, lo que les interrumpe el día, lo que los avergüenza cuando se miran a un espejo o se quedan desnudos sentados al borde de la cama. Es un tipo de teatro que plantea que se le puede dar entidad a las subjetividades y que el observar al otro puede sensibilizar nuestra mirada sobre el mundo.

De la mejor manera es espiar lo que pasa en un bar de chabones luego de que su padre, el dueño, haya muerto. ¿Cómo hubiera querido que sean las cosas en su ausencia? ¿Cómo deberían comportarse sus hijos frente a la pérdida? ¿Hay algún hermano más responsable o adulto que otro? ¿Cómo tendrían que organizar ese velatorio, justamente, en frente del cementerio de la Chacarita?

De la mejor manera nos hizo emocionar a todes, inclusive a mis amigos −machos argentinos− del barrio. Lo que quiero decir es que es un teatro que emociona y eso, en este mundo loco y cambiante, es una forma de rescate. Los recuerdos, las experiencias y los sentimientos te van a tomando de a poco. Algo que me entusiasma de las obras dirigidas por Jorge Eiro es que podrían representar lo que pasa en el inconsciente. Como si llevara a los actores a encontrarse con un lado maldito −maldito por silente− y los invitara a mirar adentro de ese espacio donde todo se mezcla y todo está permito. El resultado son historias que nos dan la posibilidad de tenernos cariño y paciencia y de esa forma poder interpretarnos, sacar algo de lo que llevamos oculto y convivir con nuestras heridas.

Nosotras habíamos visto la obra en el Sísmico, justo antes de la cuarentena. Como última experiencia escénica diría que titiló en mí con el encanto de una vieja pasión. Esa vuelta, la historia de los dos hermanos (Federico Liss y David Rubinstein) transcurría en una rotisería de Villa Crespo. La heladera-mostrador, la cortina de chapa y las publicidades de gaseosa armaban un microclima característico y de ahí su magia: historias en la ciudad de Buenos Aires que ocurren calladitas. En un negocio, en una familia de inmigrantes, en la casa de la infancia, en un restaurante del once, en una obra en construcción. Lo épico de aquella versión se traslada atrás de la vidriera del Rodney que, luego de que elegís tu mesa y pedís tu trago, aporta otro nivel de sentido. Las botellas, los tapizados rojos y percudidos, las fotos de motos, la banda que toca después −en el Rodney siempre hay unos tocando−, la noche que azota por la Avenida Newbery. ¿Quién diría que los motoqueros iban a permitirse compartir su espacio con gente que llora, ríe y se emociona de distintas maneras frente a otros dos tipos que también ríen, lloran y se abrazan? A través del vidrio vemos cómo la historia familiar toma la vereda, ocupa el espacio público, plantea la duda acerca de lo que no llegamos a ver, borrando la distancia racional que nos separa de la ficción.

Por todas estas cuestiones De la mejor manera, escrita y dirigida por Jorge Eiro, Federico Liss y David Rubinstein, es una experiencia y, como tal, se asimila y se completa cuando se comparte con otres. Podría explicar los detalles del artificio para entender dónde se produce la magia. Pero prefiero recomendar la obra y saborear ese brillo que queda después de verla, que ahora ya es parte de mí.

Ficha técnico artística

Dirección: Jorge Eiro, Federico Liss, David Rubinstein
Autoría: Jorge Eiro, Federico Liss, David Rubisntein
Actúan: Federico Liss, David Rubinstein
Vestuario: Manuela Sánchez Almeyra
Iluminación: Ricardo Sica
Asistencia de dirección: Ana Clara Barboza
Producción: Zoilo Garcés

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