Imperdible
50'

Lorena entra de golpe a su habitación de hotel abarrotada de cosas. Una habitación que es un vida, que contiene elementos de lo cotidiano y a la vez contiene sueños en figuritas, rastros de mudanzas, huellas de noches, objetos que son altares, objetos que la mantienen viva. Esa habitación puede ser un refugio, también un botiquín, un diario íntimo donde la voz propia aparece y va cubriendo de relatos la experiencia reciente. Esa habitación tiene su espacio en la realidad: el hotel Gondolín en Aráoz al 924, Villa Crespo. Casa, desde hace más de veinte años, de mujeres travestis y trans.

Lorena es un montón de cosas. Pero, por sobre todo, es alguien que quiere una vida con amor, con ternura, con vínculos afectivos de mutuo respeto. Quiere una vida cercana al placer, con viajes y paseos, salidas en familia y noches de birra y pizza con el hombre que le gusta. Lorena, ese día, entra vestida a su casa como una muñequita nocturna, pasada de escabio y con la mandíbula torcida, golpeada, rasponeada, con el rímel corrido. Payuca, que la interpreta, sostiene ese estado que a veces sube y a veces afloja gracias a lo que va consumiendo. La obra es ella entera haciendo magia en esas cuatro paredes. Hoy es una de esas noches en donde todo aquello parece un sueño lejano, posible de ser cumplido para otras, porque ser trabajadora sexual y travesti le devuelve dificultades y un mensaje claro: el mundo no está hecho para vos. Sin embargo, Lorena nos invita a pensar que vivir y proyectarse a la altura de sus anhelos es la forma más digna de vivir.

Lorena piensa que mató a Ramos, no lo sabe, no está segura. Solo sabe que una situación extraña, que alguna vez fue hermosa, devino en una violenta: reclamos, paranoias, pedidos desesperados y pum, un empujón, sangre en el piso. Como en esos cuentos donde lo peor pasa al principio y solo queda bajar, Lorena intenta calmarse y pensar qué hacer. Llama a La Negra que está, del otro lado, dispuesta a ayudar. Empieza a revisar ese historia de amor, de trabajo, de crecimiento y también de decepción. Mientras cuenta cómo se conocieron, qué hicieron y cómo terminaron así, da cuenta de quién es: Lorena es quien es porque puede contar su vida. Porque puede decir qué quiere y qué no quiere más. Es quien es porque puede decidir hasta donde creer, hasta donde dar y, sobre todo, porque puede buscar refugio en una noche estallada.

Ramos tiene una hija y la proyección de esa infancia en el relato de Lorena es tierna y simple y nos hace pensar en los días de parque y rosas y en que todo es posible si se lo hace con suficiente convicción y ternura. Nos hace pensar en que lo que sobra son voluntades que quieren encontrarse y compartir el tiempo y que no hay afuera que de miedo cuando el flechazo es preciso. Tanto así que el momento más hermoso del relato es justo antes de la caída: Milena y Lorena pasan una tarde en el hotel, con las compañeras de casa, jugando, bailando, tomando la chocolatada y maquillándose. Esa escena está interpretada de forma dulce y profunda, tanto que las pudimos ver corriendo en el último piso del Gondo y después bajando las escaleras, riéndose con las otras chicas del hotel contentas de tener un visita miniatura, de la generación de las infancias, esa que posiblemente, para muchas, haya estado marcada por desencuentros, violencias, rechazos o indiferencias.

Esa escena nos demuestra que la obra es un homenaje a la comunidad, a lo colectivo. Que un proyecto de vida posible puede ser construir una intimidad adentro una comunidad imaginada: un mundo que cabe en un hotel, que se sostiene gracias a la solidaridad, a la resistencia y a la reescritura de acuerdos. Atrás de cada puerta hay una vida con derecho al placer y a la ternura. Afuera de cada puerta, un llamado por teléfono, un mate, una mirada, tal vez peleas, recelos, afinidades y experiencias compartidas. Chicas que se miran en los espejos de noche mientras se maquillan y se preparan, como colimbas, para dar la batalla de la noche. Muchas historias que merecen ser contadas y que son invitaciones a entender formas de intimidad en un mundo que puede ser siempre construcción. La obra, además de todo lo dicho, tiene ese acierto que es tener como protagonista a una actriz como Payuca: hermosa por donde se la vea, con una cadencia misteriosa en su andar, con un fuerte trabajo de personaje -en el que sostiene la borrachera, maneja los estados de las sustancias- y se emociona frente a su público, que la ovaciona de pie.

Ficha técnico artística

Dramaturgia: Felicitas Kamien, Federico Liss
Actúan: Payuca
Diseño de vestuario: Paola Andrea Delgado
Diseño de escenografía: Rodrigo González Garillo
Diseño De Iluminación: Gonzalo Córdova
Diseño gráfico: Morizze Borzone Müller
Asistencia de dirección: Morizze Borzone Müller
Supervisión dramatúrgica: Javier Daulte
Dirección: Felicitas Kamien
Agradecimientos: Marisa Acevedo, Viviana Borges, Juan Doumecq, Zoe López, Marlene Wayar, Anabella Iara Zarbo Colombo, Dani Zenko

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