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Trastorno, la última obra de Pompeyo Audivert codirigida con Andrés Magnone nos lleva a desentrañar los rincones retorcidos del trastorno: el inconsciente, los actos y las palabras. La sensación, a veces, es extraña al estar frente a un cuadro tan perfecto: una mesa con un teléfono de época, unas botellitas de whisky, un piano, una luz que alcanza para ver los detalles y a la vez, para situarnos en un ambiente hostil. En el medio del cuadro, un espejo y un cajón, ambos vibran por siniestros. Frente al espectador atento, se aventura un engaño demasiado bien armado. ¿Funcionará? ¿Cómo lo logrará?

La clave es sostener el engaño mediante nuevos y mayores engaños. La apuesta fuerte, en esta vida, es mantener la erótica. El engaño es un trastorno. Y esta obra arma una realidad sobre un trastorno atrás de otro, por lo tanto, el origen del problema se niega por lejano y su fin resulta inabarcable. Sin pensarlo, e incluso sin darte cuenta, ya formas parte del engaño. ¿Qué pensarías, ahora, si te dijeran que sos un trastornado? ¿Que algo no anda bien, que hay que arreglarlo? Parece ser que el trastorno está del lado de la interrupción, de la anomalía, de la alteración de lo esperable de las cosas. Es decir que, ¿te sentirías menos vos si te dijeran, a los gritos, “trastornado”? ¿Te ofenderías? Ahora bien, ¿sigue valiendo la vieja norma cuando ya no sos vos solo sino que son -y somos- todos trastornados?

Así como suena, una obra que tiene la estructura de un reality impredecible y que pone a varios trastornados en una casa… a ver qué pasa. El resultado es la tensión compartida. El complejo entramado de pasiones, engaños, vergüenzas, represiones, traumas, apegos, perversiones, de una familia o de varias y acaso de una época. Fuentes inagotables de crisis para los personajes que, como tales, son llevados a sus límites: Ivana Zacharski con su cuerpo expresa la infelicidad interna del personaje; Juan Manuel Correa logra una mirada melancólica y fatigada sin perder su encanto, a lo Hamlet. Pablo Díaz construye un personaje que se va achicando físicamente a medida que se complejiza la historia. Julieta Carrera, en su personaje de enfermera, grita y dice lo que nadie quiere escuchar. Como todo buen bufón, subvierte las palabras mientras agudiza la risa.

Ahora digo, entonces, la dicha no es cosa alegre. Porque si bien todos parecen nadar como quien nace con aletas en un territorio inundado de fatigas y secretos [¡no me vayas a decir que te sorprende que tu familia te lo haya ocultado!], también se agotan, porque el ser humano se agota. Aquí algo fundamental: estos personajes son tan poderosos que parecen casi monstruos y, como la luz asombrosa del teatro, te parte al medio para develarte, como un reflejo, lo monstruoso de lo humano y lo humano de lo monstruoso. Es decir: trastorno is the new black. La realidad se resignifica a través del ojo de la ficción, solo nos queda seguir bailando al compás de los que se prenden fuego, de los que tienen conciencia de que van a perderlo todo. ¿Acaso no vamos todos camino a eso?

Hablando de la realidad, la obra no para de jugar con esta idea, cosechando paradojas y recordando, siempre, que el mundo es un gran teatro. El personaje de la madre, interpretado por el mismísimo Pompeyo, personifica al temor, guiñándole un ojo a la tradición medieval, y luego lo ocupa todo como el gran Próspero: dueños de la palabra mágica, la palabra performática, hacen y deshacen un pequeño teatro de actores, guiando la realidad, siguiendo planes individuales, jugando al dios que se disimula esclavo. Los hijos, al igual que aquellos impulsados por una fuerza externa en el medio de la isla, resisten queriendo terminar. Pero no pueden. Porque el temor condiciona y la sombra del genio maligno que podría existir o no se proyecta con altura en cada paso que dan.

La sensación, a veces, es extraña al estar frente a un cuadro tan perfecto. Tal vez la salida es la explosión final, el saberse sufriente. El no saber quién es actor, quién es testigo, quién es espectador. Evidentemente, todos cómplices.

Ficha técnico artística

Dirección: Pompeyo Audivert, Andrés Mangone

Autoría: Pompeyo Audivert

Sobre textos de: Florencio Sánchez

Actúan: Pompeyo Audivert, Julieta Carrera, Juan Manuel Correa, Pablo Diaz, Fernando Claudio Khabie, Fernando Naval, Ivana Zacharski

Diseño de vestuario: Julio Suárez

Diseño de escenografía: Pompeyo Audivert, Lucia Rabey

Diseño de luces: Leandra Rodríguez

Música original: Claudio Peña

Fotografía: Bernabé Rivarola

Asistencia de dirección: Marta Davico, Mónica Goizueta

Producción ejecutiva: Marta Davico, Mónica Goizueta

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