Reseña
70'

Sentada en una casa de vidrio, escrita por Paula Ransenberg y dirigida por Marcelo Nacci, es una obra de ensueño, con personajes que podrían ser el elenco de superhéroes venidos a menos de una obra infantil deprimente. Lo primero que se nota en el escenario negro es un charco rosa, húmedo y viscoso. ¿Pintura? No, slime, una pasta sólida que actúa como un líquido y que resulta una metáfora impecable para varios aspectos de la obra interpretada por la misma Ransenberg y Daniela Catz

Catz es, en principio, una dramaturga desvelada que ordena los juguetes de su hija mientras ella duerme. Todos los personajes restantes son creados por ella, durante una especie de sueño lúcido que comienza cuando pisa accidentalmente ese charco de materia informe que es el slime. La primera alucinación es una criatura vestida de rosa y cubierta de flores pero con la voz rasposa de un machito porteño: la brillante Ransenberg. La dramaturga interpretada por Catz le cuenta a esta criatura su idea para una obra y enumera a su elenco: un grupo de personas tristes, decepcionadas por la vida, que han perdido algo y se han convertido -literalmente- en perdedores.

Ambas actrices cambian de aspecto, voz y gestos para representar a cada uno de los once personajes que componen ese elenco con una fluidez que impresiona, sin abandonar ni una vez el escenario. Ransenberg pasa de cordobesa quejumbrosa a formoseño arrogante, pasando por una yanqui con suspiros muy Marilyn Monroe. Cuando interpreta a una Marie Curie encendida en todos los sentidos, Catz se regodea en su altura, pero minutos después la esconde, encorvada y misántropa, al representar a una experta en foley, aquel arte del cine que busca recrear los sonidos que no aparecen en la grabación original.  

La reflexión sobre lo verosímil, lo real y lo ficcional atraviesa los textos de los personajes. “It’s not real”, le dice la actriz de una película a esa artista del foley que explota burbujitas de plástico de embalar para que suene el chisporroteo de una fogata. El gigante González (un basquetbolista argentino muy real) se jacta de haberle ganado a un luchador invisible (una lucha decididamente ficcional) ante una periodista (una recreación de la entrevista que Leila Guerriero le hizo al legendario jugador de básquet) con palabras que suenan familiares porque son citas textuales de la crónica escrita por Guerriero.

La obra sigue la lógica de los sueños, progresiones extrañas, que tienen sentido en el momento de la experiencia pero lo pierden en la narración posterior. El hilo conductor son los pocos objetos que hay en el escenario -el slime, los bebés, una manta, un cubo, una puerta- y el color rosa: rosa chicle, rosa bebé, rosa cerebro. 

Tal vez lo más perturbador de este juego inocente es que esa lógica onírica parece filtrarse a la vigilia. “It’s not real”, repite una y otra vez la actriz norteamericana interpretada por Ransenberg. El foley no es “real” y el slime, aunque lo parezca, no es líquido. Sin embargo, el texto no pregunta cómo distinguir lo real de lo representado: los muestra uno al lado del otro, sin siquiera intentar diferenciarlos, al punto que lo que al principio pensábamos que era un sueño lúcido resulta ser más lúcido que sueño. 

Ficha técnico artística

Dirección: Marcelo Nacci

Autoría: Paula Ransenberg

Actuación: Daniela Catz, Paula Ransenberg

Voz en off: Ona Ransenberg Catz

Asistencia de dirección: Marcelo E. De León

Diseño de escenografía: Alejandro Mateo

Realización de escenografia: Escaleno Taller, Jorge Crapanzano

Diseño de vestuario: Alejandro Mateo

Realización de vestuario: Titi Suárez

Pelucas: Mónica Gutiérrez

Muñecos y trucos: Federico Ransenberg

Diseño de iluminación: Fernanda Balcells

Diseño de sonido: Joaquín Segade

Prensa: Antonela Santecchia

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