De los viajeros europeos a la llanura americana
Dos científicos desembarcan en el Río de La Plata buscando desentrañar un mito prometedor: el primer humano nación en la América. En algún lugar de esa tierra baldía se encuentra su cabeza. Su bienvenida, sin embargo, es un aluvión de historias, singularidades, deseos y ambiciones que les terminan devolviendo una imagen tétrica y, a su vez, aleccionadora. Esto es: la experiencia que entra en tensión con los límites del discurso científico para abordar la naturaleza. Nos habla, entonces, de la imposibilidad de construir un lenguaje-otro, una traducción, unos trazos naturalistas en el lienzo de la hoja. Es que no se puede controlar lo nuevo, lo que tiene un sonido propio, un susurro, una manera singular de ir hacia adelante.
La imagen propuesta por la obra es la de la modernidad. El hambre por descubrir, desde una mirada europea, un elemento fértil para la historia en términos de evolución y progreso entra en choque con lo que efectivamente sucede. Indios, monjas, cautivas, armas, líderes, sacrificios, animales, plantas, tierra y polvos se levantan armando un cuadro de delirio. Alerta: nuestra tierra es así. Una historia siempre por escribirse pero ya escrita en las piedras desde antes de cruzar la frontera. Hay marcas en el aire. Hay ideas en las cintas que decoran los trajes, en la sangre que se mezcla con el agua de río, en el fondo del río turbio.
Las Ciencias Naturales es una forma de explicar, con todas las posibilidades que da el hecho escénico, la experiencia americana. Aquel que intente, de nuevo, venir con un cuaderno blanco para tomar notas se irá con un cuaderno manchado, quemado, pasado por agua, con humedad, probablemente arrojado y levantado de nuevo, en una clave vacía. La experiencia es un acontecimiento: un momento de irrupción en el continuo de la historia. Podríamos pensar que los dos viajeros, el alemán Dr. Weiss y el secretario español Calixto Blanco, llegan con la idea de controlar la historia del mundo; de poner, una vez más, su firma de autor, sus nombres en suelo americano y así adueñarse de un secreto a revelarse desde el lugar del conocimiento.
Lo que ocurre es bien diferente. Las pasiones, las peligrosas y las deseantes, van tomando forma sobre esos cuerpos para dar cuenta de que hay un exceso, un excedente de experiencia que es imposible traducir. Hay una mezcla rara que desborda: el silencio ensordecedor, lo que se está por contar. Cada palmera tiene un comentario, cada piedra una inscripción, cada bicho que camina una canción para cantar. El diablo anda suelto (de hecho, es un personaje más) y solamente debe tirar de un hilo para que el hombre de la ciencia, frágil cuerpo blanco sobre una cabeza sobrepensante, utilice su arma blanca irracionalmente. ¿No pueden ya observar como lo que desborda enloquece a quien no sabe, no puede, defenderse con algo que no sean solo palabras?
Cuando vendrá la canción primitiva y no tener más sobre mi corazón una cabeza
¿Cuántas historias de locura conocemos? Quienes fueron en busca de El Dorado, quienes vieron mujeres desnudas poblando la tierra, quienes encontraron pepitas en el fondo del río. Para todos ellos: esta obra es un recordatorio y una advertencia. El territorio al que llegan ya tiene sus propias reglas, no es inocente, no es un lienzo o una hoja en blanco. Es furtivo, es peligroso. Hay un Juan Manuel de Amapolas que los recibe y les impone un trato: aquí no pasarán tan sencillamente pero podemos arreglar. Los caballeros aceptan entrar al delirio pidiendo permiso. En esta vida, todo es negociable excepto los saltos, las crisis, las interrupciones que pueden aprovecharse para cambiar el rumbo de la historia. Las Ciencias Naturales se trata sobre ese exceso. Ese excedente, la tierra latente, lo que desborda, intraducible aún porque su propio lenguaje es indivisible con la materialidad. Entonces, la única forma de asimilar la experiencia americana, para un europeo, es la locura. Un torbellino de necesidad de goces varios. O bien: someterse. Pueden elegir.
Breve reseña para saber de qué trata
Weiss y Calixto Blanco (Agustín Rittano y Ariel Perez de Maria) bajan en el Río de La Plata. Son los albores del siglo XIX. El gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Amapolas (Juan Ferrante), los recibe hablando en inglés, con indios que hacen asado y con un espejo de mano para mirarme mejor. Su hija (Gabriela Ditisheim), fina y pequeñita, también pasional, se enamora de uno de los visitantes. En paralelo, una monja (Andrea Nussembaum) va camino a la clausura, no sin preguntarse por qué es que le toca esa suerte. A medida que los viajeros avanzan en el recorrido por el país, la naturaleza toma cuerpo y es como un empujoncito para que los distintos personajes sean tomados por sus deseos más profundos (y hasta perversos, según el caso): el diablo, una palmera, animales sueltos, un malón, una compañía de teatro, también viajera, los moviliza, les cambia el rumbo, los pone a prueba. Tanta experiencia que se vuelve imposible de comunicar. Los destinos se bifurcan y multiplican hasta dejar todo patas para arriba. La música es en vivo, por Ian Shifres y todes cantan y tocan algún instrumento. El relato de viaje, o la documentación naturalista del pasaje por suelo americano, va perdiendo su sentido inicial y va incorporando otros. Cada personaje crece y desarrolla su propia historia, sin dejar nunca de participar de una historia colectiva, contada desde distintos puntos de vista.
Por qué sí, bis
Gente, por si toda la reflexión anterior no alcanza para explicar por qué hay que verla, acá voy al hueso. Así como Las Cautivas, Las Ciencias Naturales aporta a la hora de repensar las fundaciones simbólicas de la cultura nacional. Pero, ojo, no es escolar, no es por demás un discurso erudito o academizante. Es más bien una apuesta por el disfrute, a diferencia de la otra obra que el placer era el contenido mismo como tema, en esta se observa en los caminos que toma la historia, el detenimiento en ciertos diálogos y en ciertas situaciones que tienen como protagonistas personajes secundarios o rasgos marginales de personajes principales.
Ficha técnico artística
Dirección: Mariano Tenconi Blanco
Dramaturgia: Mariano Tenconi Blanco
Intérpretes: Gabriela Ditisheim, Marcos Ferrante, Juan Isola, Andrea Nussembaum, Ariel Perez De Maria, Agustín Rittano
Creación: Compañía Teatro Futuro
Diseño de vestuario: Magda Banach
Diseño de escenografía: Rodrigo González Garillo
Diseño de luces: Matías Sendón
Diseño de Sonido: Miguel Alvarez, Mateo Sapire
Música original: Ian Shifres
Producción artística: Compañía Teatro Futuro, Carolina Castro
Coreografía: Jazmin Titunik