Fleabag: el monólogo

“Tengo la sensación horrible de que soy una mujer codiciosa, egoísta, pervertida, insensible, cínica, degenerada, de apariencia masculina y moralmente en quiebra que ni siquiera puede llamarse feminista”.

La cita es de Fleabag. ¿Acaso necesita introducción? Es una serie británica estrenada en 2016 sobre una mujer en sus treinta que no sabe qué hacer con su vida. La protagonista es dueña de un “guinea pig café” (un café con temática de cobayos, pero sin cobayos) a punto de fundirse, una mujer que sale con hombres muy impresentables, que le gusta hacer “eye-fucking” en el subte con desconocidos, que habla de sus ganas de coger sin censurarse y que está atravesando dos duelos cercanos. Ah, y le encanta masturbarse viendo videos de Barack Obama (entre otros kinks), se lleva mal con su familia y siempre dice lo que se le canta el orto. Con una segunda temporada que nos rompió el corazón en mil pedazos y que, en mi opinión, es aún mejor que la primera (no hace falta que hable del “hot priest”, ¿o sí?), Fleabag encarna una de las mejores tragicomedias británicas del siglo XXI. Se destaca, entre muchísimas cosas más, por sus personajes femeninos fuertes y su humor recontra ácido. Pueden ver la serie en Amazon Prime (o de pirata por Stremio).

El monólogo fue escrito y protagonizado por Phoebe Waller-Bridge, actriz, productora, escritora y comediante británica. Al igual que su personaje en Fleabag, Phoebe tiene una sonrisa enorme y tensa  —más que una sonrisa genuina, parece una forma de apretar los dientes para no gritar o escupir puteadas—. Pero puede que solo la esté confundiendo con su personaje. En el 2013, Phoebe la rompió en el Fringe Festival de Edimburgo con el monólogo que después daría origen a la serie. Como si fuera poco, también es la creadora del hitazo Killing Eve y la protagonista de la serie Crashing

Phoebe cuenta que sus amigxs la obligaron a escribir el monólogo. En el 2012 hizo un show de stand-up de 10 minutos y le fue tan bien que, como sus amigxs no paraban de decirle lo increíble que había sido, decidió expandirlo. Dijo que su idea era interpretar a una mujer “con un humor ácido y oscuro, atrevida, sexualmente voraz, descarada y rota”. Junto con su amiga Vicky Jones, crearon DryWrite, una compañía de teatro dedicada a difundir nuevxs dramaturgxs. Para hacer la obra de Fleabag, Phoebe decidió conseguir la financiación ella misma y lanzó una campaña en Kickstarter. Necesitaba exactamente 3.955 libras y lo logró. El monólogo de una hora se estrenó en el 2013, en el Fringe Festival y ganó el primer premio. 

En una entrevista, Phoebe dijo que sus personajes siempre tienen una veta atrevida. “Me entusiasma construir personajes femeninos a los que no les importa lo que la gente piensa. Por ahí porque me ayuda a convertirme en uno.”

El monólogo es muy parecido a la serie. Es la misma historia, con algunos chistes picantes más. Lo que más cambia es la intimidad que se construye entre Phoebe y el público. Ella nos cuenta sus tragedias —entre risas, dientes apretados y comentarios de una honestidad chocante—, sentada en un banco en un escenario vacío. No hay nada más. Y tampoco necesitamos nada más. Al igual que en la serie, nunca nos enteramos su nombre. Pero no importa. La escuchamos como si fuera una amiga cercana que necesita desahogarse. O como si fuéramos el “hot priest” del otro lado del confesionario. Al escucharla, nosotrxs nos desahogamos también. Phoebe habla de qué significa ser mujer en este mundo tan confuso y lleno de “double standards”, nos dice que es una mala feminista, que no soporta no sentirse deseada, que su cuerpo es lo único que tiene, que su hermana no le cree cuando ella le dice que su marido se zarpó con ella, que se masturba para no llorar (y después de llorar), que siente una culpa enorme que le aplasta el pecho y más. Es un personaje al que sabemos que le pasó algo incluso antes de que abra la boca.

(Una recomendación: si terminaron Fleabag y se quedaron mirando la pantalla negra, totalmente desoladxs y vacíxs como yo, vean This Way Up. Es una miniserie británica, también tragicómica, con una protagonista mujer y con una onda a Fleabag).

Fleabag, tanto la serie como el monólogo, funciona tan bien porque nos identificamos con su protagonista. Se anima a decir las cosas que, en la vida real, al resto de los mortales nos cuesta poner en palabras. Por ejemplo, que es muy difícil ser una “buena feminista” cuando a veces solo querés coger. O que todxs estamos un poco rotxs en el fondo, y eso es normal. Que a veces nos llevamos muy mal con nuestra familia. Que gran parte del tiempo nos sentimos patéticxs y solxs. Que somos seres humanos y nos mandamos cagadas. Por suerte, la protagonista nos recuerda que “la gente comete errores. Por eso los lápices tienen gomas de borrar en la punta”

Después de decir que necesita sentirse deseada, el personaje expresa: “O todo el mundo se siente un poco así y no lo dice, o estoy completamente fucking sola, lo cual no es ni un poco fucking gracioso”.

El monólogo nos permite acercarnos a la protagonista. Mucho más de lo que ella nos deja en la serie, donde solo nos mira de vez en cuando y durante pocos segundos. En la obra nos está mirando todo el tiempo. No le podemos sacar los ojos de encima —y no queremos sacarle los ojos de encima—. No hay otros personajes en escena, no hay distracciones. La cuarta pared está totalmente destruida. No hay momentos de distensión. Solo estamos nosotrxs y ella. Ella contándonos cómo se queda en corpiño —sin querer— en una entrevista de trabajo, ella diciéndonos cuánto extraña a su mejor amiga muerta, cómo su novio desaparece y vacía su departamento. Nos pide que empaticemos con ella, sin nunca pedirlo. Nos reímos con sus tragedias porque también son las nuestras. Ya lo dijo Aristóteles, el teatro fue y es una forma de catarsis.

En una entrevista de The Guardian, cuando le preguntaron a Phoebe por qué creía que Fleabag generó tanta empatía, dijo: “Creo que mucha gente se da cuenta de que estos personajes intentan vincularse con otros y fracasan. Eso es algo que siempre me obsesionó, ver cómo las personas intentan y fracasan”.

En el monólogo, Phoebe abre la boca y exige que la escuchemos. Y nosotras la escuchamos, fascinadas, horrorizadas, conmovidas e identificadas hasta el final. 

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