TABA veraneando en Timbre 2020

Se nos fue un verano más lleno de teatro, y nuestro oasis con pelopincho de birras de siempre, el querido TABA, nos alegró el cora como lo viene haciendo consecutivamente desde el 2013. El Festival Temporada Alta en Buenos Aires es una alegría, nos entusiasma como ir al pelotero en la infancia, porque sabemos que nos vamos a encontrar con obras de altísima calidad, y en cada pasillo, patio y rincón de Timbre 4, nos cruzamos con gente amiga, nos tomamos una birra, comentamos lo que vimos y nos recomendamos no perdernos la última función de una que recién vimos y nos flipó. Conseguir entradas a último momento se convirtió en nuestro deporte de alto riesgo, peleando cabeza a cabeza un lugar en la apertura con famosas conductoras radiales, pero siempre la buena onda del equipo timbrero nos hace un guiño y el hueco se encuentra. Farsa y Timbre un solo corazón.

Vimos de todo, casi casi todo, aunque somos muchas a veces no podemos acaparar todo pero que le ponemos toda la onda, no quedan dudas. Pero siempre todo. Siempre a fondo. Siempre TABA manija. Y sin limarla más, acá les compartimos nuestra mirada de las obras que vimos y ojalá vuelvan algún día para que puedas ver las que te perdiste. Sino, comé alpiste convertite en pajarito y volá a verlas a otras latitudes. Bueno, basta. En serio. Ya está. Acá termino. Y acá empieza la posta:

AKA | Cataluña
En el comienzo de A.K.A. (Also known as), la obra de Daniel J. Meyer, dirigida por Montse Rodríguez Clusella, Carlos empieza a hablar y la lluvia empieza a sonar sobre el techo de Timbre. Sobre el “shhhh” del agua, Carlos nos asegura que “no tiene nada para contar” que es un adolescente “promedio”. Solo en el escenario, pero con un despliegue de movimientos que llena por completo el espacio, Albert Salazar relata y representa a un chico adoptado que vive en España e intenta anclar su identidad en medio de una sociedad que se la quiere sacar, modificar, deformar. Para defenderse, anda siempre con capucha.
Afuera están las presiones, los prejuicios, pero en su cuarto Carlos baila hip-hop -unas coreografías de lujo de Guille Vidal Ribas– y disfruta. Carlos se enamora y la historia de su enamoramiento es la que todos conocemos, familiar hasta el sonrojo y un poquito de vergüenza ajena (propia) por lo empalagoso de ese amor. Pero no hay historia sin contexto y el de esta ya anunciaba un final infeliz y agrio: una denuncia xenófoba contra Carlos que retrata la islamofobia latente y creciente en Europa. Así, la capucha que Carlos no quiere sacarse deja de ser el uniforme de un adolescente un poco inseguro y empieza a parecer un casco para protegerse, en vano, de los golpes que no paran de llover sobre él.
/Por Malena Duchovny

Kassandra | Cataluña
Entrar a ver Kassandra es como entrar a una fiesta: luz fucsia, máquina de humo a pleno y pop bien ochentoso. Kassandra, nos recibe bailando, nos invita a algunos a sentarnos en las mesitas de bar dispuestas en los extremos del escenario. Kassandra está con nosotras ahora: es trabajadora sexual, fanática de Bugs Bunny y tarotista. Pero ella viene a contarnos una historia mucho más vieja. Kassandra es al mismo tiempo obra, personaje y símbolo. Dirigida por Sergi Belbel, la obra es una corrección de una versión de la historia incorrecta, censurada. El texto de Sergio Blanco amenda los de los antiguos y reescribe la vida de Kassandra, la princesa troyana con el don de la profecía, pero condenada a ser descreída por todos.
En la nueva versión, Kassandra es magnética y creemos todo lo que nos dice: que nació varón pero quiso ser mujer, que desde los nueve años tuvo una relación incestuosa con su hermano Héctor, que Agamenón -el rey que dirigió a los griegos a luchar contra Troya por el rapto de Helena- era un hombre, digamos, muy dotado. Kassandra, en la interpretación eléctrica de Elisabet Casanovas, es un volcán en erupción que revela sin pudor todo lo que sabe. Quiere contarnos todo lo que antes se censuró, en especial, lo relativo a su cuerpo: pregunta una y otra vez, “Do you like my body?”, confiesa que se operó, pero no todo, cuenta cómo fue el momento de su muerte a manos de una furibunda Clitemnestra, esposa de Agamenón. Aunque habla mayoritariamente en inglés con fuerte acento y lee su parlamento en Troyanas en el griego original, se vale de la ayuda de miembros del público para expresarse en español. Pero sobre todo, Kassandra es un símbolo: representa el dolor de la guerra y sus destrozos, que ilustra -como todo en la obra- mostrando fotos de una revista actual, fotos de una ciudad destruida que bien podría estar en Siria, Afganistán, Palestina.
Con este llamado al presente, el Club Odyssey desde donde Kassandra reformula su biografía no parece una referencia a la épica de Homero, sino un recordatorio de los refugiados que viajan a través de tierra y mar para escaparse de la guerra. Al final, Kassandra tiene que irse a ver a un cliente francés y se despide de nosotros. Las cartas de tarot le aseguran que morirá en el viaje en taxi hacia el cochon, pero no tiene opción: necesita el dinero para ayudar a sus hermanas que lo perdieron todo en la guerra. Kassandra parte hacia su muerte angustiada, pero feliz de habernos conocido, de que la hayamos escuchado. Así, Kassandra nos recuerda que a veces lo único que podemos hacer ante una tragedia es contar, contar, contar.
/Por Malena Duchovny

Sólo cosas geniales | Perú
Acá nuestra protagonista nos necesita como espectadores, actores, compinches, para llevar adelante dos proyectos: una lista y una obra. La lista contiene razones por las cuales vale la pena vivir. Es un recurso que la ayudó a superar (o palear) los intentos de suicidio de la madre desde que era pequeña, que la ayudó a conocer y colaborar con sus afectos, que la ayudó a llevar el hilo conductor del hecho teatral. Ella, Norma Martinez, nos interpela con ternura, humildad y calidez. Sentimos junto a ella, que propicia un ambiente sumamente agradable y hermanado. Romper la cuarta pared en un ida y vuelta del que nos beneficiamos todos
/Por Laura Petracca

Hay que tirar las vacas por el barranco | Venezuela
El título de Hay que tirar las vacas por el barranco, escrita y dirigida por Orlando Arocha, remite a su momento más optimista, a una perspectiva de la esquizofrenia como un desorden con el que se puede vivir y convivir. Pero no es así como empieza. La obra, que está basada en el libro Voces del laberinto, del periodista español Ricard Ruiz Garzón, consiste en una serie de testimonios sobre aquel trastorno mental, comienza con el monólogo de Diana Volpe, madre de un joven esquizofrénico. Su voz es pausada, clara y suave y hace posible escuchar el relato minucioso y angustiante del suicidio de su hijo. Luego de ella, y siempre dirigidos por “el médico”, representado por Orlando Arocha, se turnan para hablar frente a un micrófono el resto del elenco, compuesto por dos compañías ensambladas: Máquina Teatro de España y La Caja de Fósforos de Venezuela.
 Haydee Faverola, en el papel de una esposa y hermana infinitamente paciente y compasiva pero fuerte, cuenta el idilio y el infierno de la vida con su marido, que en su delirio pensaba que era una agente de la CIA que debía eliminar. El dibujante de cómics que escucha voces “frías y vidriosas”, encarnado por Rafa Cruz, cuenta una historia de convivencia con una enfermedad que por momentos lo deja completamente incapacitado, pero también lo inspira para crear sus mejores dibujos. El monólogo de Gretel Stuyck, representando a una mujer que vive un cuento de hadas más cruel que los de Christian Andersen y no tiene en quién confiar, sugiere que la esquizofrenia puede funcionar como salvaguarda de una realidad insoportable. Finalmente, Ricardo Nortier contando cómo logró superar las limitaciones de su enfermedad y trabajar, casarse, formar una familia. Lo que hila a todos los testimonios es la sinceridad metódica, sin velos, que deja al descubierto todos los aspectos de la esquizofrenia.
/Por Malena Duchovny

Carnaval | Chile
Compañía Teatro Anónimo
Lo primero: ¿de dónde salieron estos tres actorazos? Definitivamente la magia del arte se palpa en las excepciones, en lo que se escapa a lo común, como en este caso. Si ves esta obra, acordate de usar cinta o un palito para sostenerle la boca, porque se te agiganta apenas percibís la versatilidad de estos actores. Acá me paro y aplaudo, pienso en el oficio, qué tremendo logro ver el talento, eso que entendemos como algo natural, pero también los resultados del oficio, es decir, el trabajo con la voz, con el cuerpo, con la cara. Acá hay un plus, de posta, y es imperdible.
Lo segundo: ¿qué es esta obra que habla en otros idiomas, que habla de fronteras mientras las atraviesa, cuyos protagonistas son niños? Estos días tuve la suerte de ver y escuchar varios relatos construídos desde la perspectiva de la infancia y el resultado es asombrado: se iluminan ciertos espacios relegados, rincones oscuros de pensamientos, angustias y alegrías, que pasan como livianos, pero en realidad abarcan una profundidad total. A veces, estos olvidados vuelven, pero en formas desconcertantes. Entonces, digo, qué pasará si le damos entidad.
Lo tercero y lo último: hay que tener coraje para darle lugar a la subjetividad de un menor. La obra habla de esto. De lo importante, de lo siniestra que puede ser la infancia, y de la posibilidad de que sea menos cruel. Eligen el carnaval, nada menos que el espacio de la inversión, donde los que están abajo pasan arriba, es decir, los pobres y marginados son los protagonistas de la fiesta. En este caso, este grupo marginado, son los niños y las niñas de todas partes y que además no vienen solos, vienen con sus historias personales, sus emociones, sus dolores y sus anhelos. Una oportunidad para tomar partido y abrir el espacio para estas subjetividades.
/ Por Florencia D’Antonio

Amanecerá con escombros sobre el suelo | Chile
El TABA generó el lugar y el momento para que este biodrama chileno se presente por primera vez fuera de su país. Se trata de es una obra de teatro documental que busca reflejar, a través de cinco historias, el drama del terremoto que estremeció fuertemente una región del país en febrero del 2010.
En la obra se destacan recursos jugados que funcionan a la perfección. Una pantalla gigante sirve de marco para la escena, muestra video en vivo, maquetas, objetos, imágenes de archivo de hace 10 años. Sumado a los relatos e interpretaciones, nos ayuda a ver, en parte, lo que sufrieron los allí presentes. Desde la pérdida de un ser querido hasta consecuencias físicas irreparables o el trauma de pasar horas y horas entre escombros.
En escena los actores recrean escenas insólitas de esos días, haciendo que el público estalle de risa. Pero en menos de un segundo las emociones cambian completamente y el chiste queda de lado para hablar de las cosas que verdaderamente importan: la ausencia del Estado ante un desastre natural, la violencia de los milicos en una situación de crisis, la corrupción y la muerte de ciudadanos inocentes como consecuencia de las ganancias económicas de quienes tienen poder.
/Por Alanis Buchanan

Terrorismo emocional | Chile
Esta obra uruguaya llegó a Timbre4 a derrochar emoción por toda la sala. Clara, la protagonista, se acaba de separar de una larga relación y la vemos en carne viva, en la intimidad de su habitación, replanteándose todo. Vuelve a casa de sus padres y escribe para arrojar todo sobre el papel, prueba experiencias nuevas, vuelve a intentar enamorarse y, sobre todo, se conoce a sí misma.
Con música en vivo, guiños humorísticos y una intensa mirada hacia el interior, Terrorismo emocional habla del amor, en muchas de sus formas.
/Por Alanis Buchanan

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