Foto: Alejandra López
Actor, director, docente, gestor teatral y portador de una carrera imposible de resumir un pocas líneas. Que su trayectoria es de alto vuelto, es indiscutible. En la pasada Fiesta Nacional del Teatro en Tucumán, organizada por el Instituto Nacional del Teatro, Rubén Szuchmacher fue premiado por su trayectoria y aprovechamos el acontecimiento para encontrarnos. Su último trabajo como director en Todas las cosas del mundo de Diego Manso, es el último imperdible de la cartelera porteña ¿te lo vas a perder?
¿Cómo se gestó Todas las cosas del mundo?
Después de 10 años de no trabajar con Ingrid Pelicori, le propuse volver a trabajar juntos; ella accedió rápidamente y nos pusimos en la tarea de buscar material. Estábamos en eso cuando me entero por vía de un amigo de Diego Manso, Leo Brizuela, que me comenta que Diego había terminado una obra que estaba buenísima, entonces le pido que por favor le diga a Diego si me la podía pasar, porque prefería no pedírsela directamente, no fuera cosa que él ya se la hubiera entregado a alguien… A Diego lo conozco hace muchísimos años, pero me daba cierta cosa pedírsela.
¿Habías hecho alguna vez una obra de él?
No, pero había programado una obra de él en el Ciclo Historia(s) en el Rojas y después en ElKafka se hicieron dos cosas que eran de él, Eres mi noche de amor y Quiero estar sola, o sea que lo conocía, como dramaturgo residente ElKafka. La cuestión es que leí la obra y me encantó. Por otro lado, extrañamente, Ingrid había leído la obra porque se la había pasado una amiga de ella, amiga de Diego también, Muriel Santa Ana, entonces, fue un bingo. Fue gracioso, porque Ingrid creía que no podía hacer ese papel, me decía: “No sé, yo no pensé que era para mí”, que lo podían hacer otras actrices; finalmente le dije: “Ese papel es para vos”. A partir de ahí fue poner en marcha una cosa que, dentro de todo, la producción la fui llevando yo, hasta que entró Gabriel Cabrera, en relación con llamar a los actores, a hacer una serie de gestiones, y el plan era hacerlo en El Payró, o sea, la idea era que ese espectáculo con Ingrid, cualquiera fuera la obra, iba a ser el relanzamiento de El Payró, de este nuevo Payró que estamos trabajando ahora. Con lo cual, eran dos cosas, por un lado trabajar con ella y, por el otro, relanzar. Lo que no imaginé nunca en ese sueño era que íbamos a montar una obra de estas características y que esta obra nos iba a provocar tanto entusiasmo, que es lo que termina pasándole también al espectador.
¿Hubo una decisión estética de ir a lo literal del teatro, en el sentido de actuaciones, actores actuando, texto, lo puro puesto en escena?
Una amiga mía, Beatriz Sarlo, dice que fue una especie de manifiesto estético, como si yo hubiera dicho: “Estoy harrrto del teatro que se hace, hay que hacer un teatro de gente que hable claro, fuerte, definitivo, directo”. Creo que la obra me llevaba a eso; la lectura que hice de la obra, me permitía ir directamente hacia esa cosa. Tenía la impresión de que la obra no podía ser hecha de una manera desmayada o falsamente realista, llena de pausas y de tiempos; me parece que eso era destruirla, y creo que no estuvo mal pensado, la obra late todo el tiempo de esta manera. Además, pasa algo, el espectador nunca se cansa, porque siempre está pasando algo nuevo, cuando uno cree que ya pasó todo, ¡trácate!, pasa algo nuevo.
¿Cuál es tu opinión sobre el teatro que se está haciendo en este momento en el ámbito independiente u otros circuitos?
El teatro comercial sigue teniendo sus pautas eficaces, de tratar de poner esos artistas conocidos de la tele en el teatro para que la gente crea que los toca un poquito, pero bueno. A veces con propuestas un poquito más serias que otras, pero siempre superficiales. No siempre ha sido así, yo he tenido en el teatro comercial la posibilidad de hacer Calígula de Camus, Rey Lear o Muerte de un viajante, pero no siempre pasa eso. El teatro oficial es casi inexistente, y en el teatro independiente hay algo de la generalidad de los proyectos de cierta precariedad, o cierta cosa que llamo “work in progresismo”. Es como decir “bueno, vamos a hacer algo”, y que más o menos se estrene, que más o menos todo, y todo es un poquito más o menos. Esto es bastante evidente, por eso los espectáculos son cortos, porque los estiraron… Una idea que era chiquitita no se puede estirar y estirar, era chiquitita y tenía que ser chiquitita, entonces de pronto está estirada de más. Los espacios no son buenos, las escenografías son deficientes, la luz es pobre… Todo eso va sumando cosas que hacen que el teatro que se vea no sea un teatro muy interesante. A esta altura del partido, por lo menos, para mí.
He visto mucho teatro en mi vida, entonces el teatro que trato de ver, o el que me gustaría ver, es un teatro que sea inolvidable, que me conmueva, no un teatro que le divierta al que lo hace. Que uno se divierta o no, haciendo lo que hace, no es un tema que al arte le importe. Y, en general, el teatro que se ve es algo donde lo pasa bomba el que lo hace. Ahora, no hay una responsabilidad sobre lo que se proyecta artísticamente, y eso es un problema. En vez de estar declamando lo que me gusta o no me gusta, este espectáculo es la respuesta, en acto, que me parece la mejor respuesta al teatro que se hace. Por eso me gusta que pase que estamos ganando acólitos. La gente viene y dice: “¡guau, teatro!, ¡guau, actores!, ¡guau, escenografía!”; bueno, los del teatro estamos ganando adeptos.
Sos el coordinador artístico del teatro ElKafka. ¿Cómo están viviendo la situación que está atravesando, principalmente, el teatro independiente?
Con esfuerzo. Tratando de no caer en la volteada. Hemos pasado muchas crisis, no como teatros, pero sí como ciudadanos, los que tenemos cierta edad; desde que tengo uso de razón he pasado por alguna crisis que ha devastado todo. Se trata de ver cómo uno pone la cabeza fría, cómo reclama acertadamente a las autoridades para que se hagan cargo de la torpeza del aumento de las tarifas, pero, a la vez, revisar sus formas de producir. Es como si hubiera venido un terremoto inesperado, cuando, en realidad, lo que hace un terremoto inesperado es acercar las casas que no estaban preparadas para los terremotos. Entonces, como dice Brecht, no hay desastres naturales, es solo un error de cálculo, porque es algo que no se puede prever. Entonces, ¿cómo hacemos? Por supuesto que hay una responsabilidad primera por parte del Estado por haber aumentado las tarifas sin haber considerado la precariedad de este tipo de espacios, pero una vez que uno hace ese tipo de reconocimiento y que se puede salir a peticionar, lo concreto es tratar de ver de qué manera uno repasa, revisa, la manera de supervivencia, y ver qué es lo que tiene que hacerse en cada momento y en cada teatro. Por supuesto, como cada teatro es diferente, tenemos que ver de qué manera cada uno los va a solventar.
Estamos en la Fiesta Nacional del Teatro y que estás a punto de ser homenajeado por tu trayectoria, ¿cómo vivís este momento?
Es notable porque, a pesar de que hoy, escribiendo, me di cuenta de que hace 55 años, más o menos, me subí a un escenario… no fui un niño actor todo el tiempo, pero más o menos a esa edad me subí a un escenario y actué… pfff, qué vida larga (se ríe). Por un lado, me alegra muchísimo el reconocimiento. Por otro lado, me agobia un poco tanta historia (vuelve a reír): de alguna manera me hizo revisar todo lo que pasó. Me alegra mucho que una institución como el INT (Instituto Nacional del Teatro), con la cual nunca fuimos muy buenos amigos, sea la que me reconoce la trayectoria. Eso ya es muy interesante, para mí. Nunca nos llevamos bien con el INT. Esta es la tercera Fiesta en mi vida que vengo, o la cuarta, de las veintiocho mil que hubo fui solamente a cuatro, lo cual es medio un absurdo; presenté espectáculos en Capital y nunca me los aceptaron, espectáculos con actores maravillosos. El Instituto y su jurado nunca me quisieron demasiado, entonces, este reconocimiento es reparador. Básicamente eso. Luego, tengo un sentimiento muy dual con las exposiciones, aunque no parezca, por algo soy director. Soy actor a veces, y salgo y actúo, y después me escondo. Me encanta actuar, pero cuando hay muchísima exhibición empiezo a tener una especia de pequeña fobia, y estoy en este momento atravesando el momento de la pequeña fobia (ríe, otra vez). Además, escribí mi discurso y, como no tenía impresora, lo tuve que escribir a mano, entonces temo no entenderme la letra y empiezo a tener todos los temores (risas). Hasta me vestí bien, me puse el pantalón que uso cuando voy al Colón.
Por último, ¿estás feliz y conforme con tu trayectoria?
Tengo la sensación de que yo no decidí nunca en mi vida, sino que el teatro decidió por mí, y eso me gusta. El teatro decidió que hiciera lo que hice, el teatro me posibilitó, el teatro dijo que no me quedara a vivir en Alemania y que volviera, el teatro decidió que dirigiera Galileo Galilei en el San Martín. Si contara la historia, es raro, porque siempre estaba en algún lugar en donde alguien decía: “Eh, Fulano, vení a hacer tal cosa”, y el Fulano no estaba. “Bueno, entonces, dirigilo vos”. Muchas veces me pasó eso, y muy pocas veces dije: “quiero hacer esto”, y el teatro aceptó que hiciera eso. Generalmente, casi sin darme cuenta. Como en este caso, como en Todas las cosas del mundo. Entonces, a esta altura de mi vida, digo que está bien; el teatro me llevó por muy buenos lugares. Gracias al teatro viajé muchísimo, sigo conociendo gente y lugares, gracias al teatro me mantengo espiritualmente joven; me permite, gracias a las clases, estar con personas que podrían ser mis nietos prácticamente, que no los tengo, pero me mantiene en una especia de agilidad mental, entonces, ¡cómo no agradecerle al teatro que mi vida sea mejor! Porque somos unos privilegiados los que hacemos teatro, por lo tanto, tenemos responsabilidades. Estoy muy contento, en definitiva, sobre todo porque hace poco tuve una crisis en la que pensaba dejar de hacer teatro, hace un año y medio, había tenido un par de fracasos de propuestas, estaba harto; pensaba que no tenía sentido intentar seguir haciendo nada, pero fue gracias a esa crisis que ahora hice esta obra, lo de Gabo Ferrero, también voy a dirigir en el Argentino de La Plata, voy a dirigir en el Colón el año que viene, voy a dirigir en Casacuberta, o sea, gracias a que en un momento dije: “Es posible que no sea necesario que yo siga en el teatro”… Yo me tomo muy en serio el teatro, pero a la vez no creo que uno deba morir por el teatro.