Roseti es más fuerte que el coronavirus

ADVERTENCIA: Los pasajes interpolados en cursiva son citas de Diarios de la actriz/El mundo es más fuerte que yo, de Victoria Roland y Juan Coulasso (Populibros, 2020). Los Diarios fueron escritos entre 2016 y 2017, durante los ensayos para el estreno de El mundo.

La primera y última vez que fui a Roseti fue el siete de marzo de 2020. Me había pasado el verano haciendo una pasantía en un diario y hacía semanas que la nota que abría la sección de noticias internacionales era sobre Covid-19. El coronavirus ya existía, pero estaba lejos, en Asia, en Europa. La cuarentena existía para China e Italia. ¿Y acá?

Acá Juli Zeta, la directora de Farsa, y yo estábamos en Roseti 722, esperando para entrar a ver El mundo es más fuerte que yo, de Juan Coulasso y Victoria Roland. La obra es un despiole glorioso: quilombo de sillas, quilombo de batería, quilombo de Roland gritando. En esa sala estábamos todos juntos, riéndonos. En un momento de la obra hicieron circular un porro por el público: pasó de mano a mano y de boca a boca. 

Nada es normal en esta obra que ni siquiera sabemos si es una obra propiamente dicha. Bueno, para ser honesta con vos, mi querido diario, es claro que esto sí será una obra. Es imposible que no lo sea y eso lo sabemos todos. Pero vamos a hacer de cuenta que no para generar un poco de quilombo,
si no el teatro es puro aburrimiento.

A la salida, Juli se fue, pero yo me quedé. En un par de horas tenía que volver a Roseti para ver a Gente Conversando. En el interín, deambulé por el barrio escuchando un podcast. En la calle tenía frío, pero adentro de Roseti la multitud esperando a la banda generaba su propio calorcito. Ellos tocaron, nosotros bailamos, cantamos, gritamos. Volví a casa en colectivo.

Dos semanas después se terminaron el teatro, las bandas, las caminatas sin rumbo, los porros, los mates. Nos encerramos en casa a ver pasar el coronavirus, esperando que no anduviera muy cerca nuestro. Roseti, como todas las salas de teatro, cerró sus puertas. A medida que pasaban los meses y las medidas no relajaban, el teatro intentó rebuscárselas sin presencialidad: por celular, por Zoom, por radio. 

En julio de 2020, Coulasso publicó un ensayo en Revista Anfibia. “Si el Teatro se inventó, digo yo, para inventar mundos, ¿puede ahora el Teatro, puesto que cambió el Mundo, dejar que el Mundo lo re-invente?”, se preguntaba. “Quizás sea éste el punto de partida para pensar todo de nuevo. Al fin, digo yo, hay algo, un algo, verdaderamente común”, se respondía, sugiriendo que el virus no era el obstáculo, sino la clave. Hacia el final, se hacía una pregunta que era más bien una invitación: “¿Seremos capaces de traspasar los límites obsoletos y aburridos de las convenciones escénicas que nos unen? ¿Podremos, todos juntos, evadir la costumbre, desafiar al Teatro y entregarnos a lo desconocido?”. 

No tenemos piloto. Somos un avión que se va a estrellar contra un teatro.
Un atentado terrorista contra nuestra sala de ensayo

Lo cierto es que, en Roseti, las convenciones escénicas ya estaban siendo desafiadas. No creo que sea casualidad que esa nota en Anfibia fuera acompañada de las imágenes de El mundo es más fuerte que yo, una obra que se presenta como “un accidente, una sesión abierta, obscena y en permanente reconstrucción” durante el cual una “Ifigenia trash será invocada para salvar al teatro occidental de su incesante repetición”. En Roseti, un grupo de artistas buscan invocar un terremoto que sacuda al público y a ellos mismos, que corte la reedición infinita de lo conocido.

En octubre de 2020, Coulasso compartió una nota de Jazmín Carbonell y comentó: “El teatro merece ser reconocido como actividad presencial y esencial, al igual que lo están haciendo con todo el resto de las disciplinas sociales y comunitarias: el deporte, la educación, la gastronomía, la industria, la recreación, las visitas a los shoppings o las ceremonias religiosas… El teatro, al igual que el fútbol, al igual que un recital, no pueden ser virtualizables. Son rituales antiquísimos que cumplen una función comunitaria y cultural esencial. Este ritual no puede ser ejecutado a través de zoom, es insustituible”. Días después, con el anuncio de que se habilitaban clases presenciales de danza, murga y teatro, Roseti volvió a abrir, con los protocolos correspondientes. 

Hacer teatro: un dispositivo para gastar nuestros días. Ensayar: un dispositivo para volver a casa reventados el ensayo. La lógica perversa de la producción capitalista usada para nada,
sin propósito alguno, subvertida. ¿He ahí nuestra “revolución”?

En noviembre de 2020 vio la luz un libro: Diarios de la actriz, escrito por Victoria Roland desde la perspectiva de una actriz que se prepara para El mundo es más fuerte que yo. Lo presentó con una lectura en vivo frente a la puerta roja de Roseti. En diciembre, esa puerta finalmente se abrió para los espectadores. Roseti cumplió seis años; seis meses más tarde anunciaron que se mudaban. 

Hoy Roseti vuelve a abrir, pero ya no en Roseti 722, sino en Gallo 760. De Chacarita se muda al Abasto. En Farsa festejamos este espacio, que se reinvente en otro barrio y que siga produciendo obras que nos saquen de nuestra comodidad y nos devuelvan a la calle, como dice Roland, huérfanos y aturdidos. La recomendación de hoy: vayan a Roseti, vean las obras, lean el libro. Hay cita mañana sábado 21 de agosto, a las 19:30 h tocan Euge Sasso y Basura, y a partir de las 22 h con entrada libre (aunque la capacidad es limitada así que no cuelguen), hay brindis.  

Yo no sé qué cosas más inventarme para sentir algo, para que me tiemble el cuerpo como si estuviera adentro de un tsunami. La ficción es eso, ¿no? Inventarse cosas para sentir cosas, si te inventás cosas pequeñas sentís cosas pequeñas. Si te inventás cosas más grandes, sentís cosas más grandes.
¿Y si no te inventás nada? NO SENTÍS NADA.

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