Poyos rojos y de exportación

Profeta en su tierra y conquistadora de territorios extranjeros, la obra de teatro físico, danza y acrobacia Un Poyo Rojo, dirigida por Hermes Gaido y protagonizada por Luciano Rosso y Alfonso Barón, cumple este año su primera década. Con coreografías colosales y momentos de dubmash que se hicieron virales en Youtube, en esta charla que cruza el charco vía WhatsApp para hacer contacto con sus protagonistas, intentamos develar cómo es que ese poyo se sigue comiendo al mundo diez años después.

Comunicación con París. Las intermitencias tecnológicas  dan letra a Rosso. Si la cámara se tuerce, él gira simulando que todo se dio vuelta con gesticulaciones y caras graciosas. Mientras, Barón ataja y contextualiza: “Estamos en un teatro parisino del 1800”, nos cuenta. Ahí ensayan y es ahí desde donde hace más de  un año la están rompiendo: Premios varios, participación en el  festival francés más prestigioso del mundo – el de Avignon– críticas boquiabiertas de la prensa internacional y visitas glam, como la última, la del diseñador Jean Paul Gaultier.

Cuestión que donde Rosso es absurdo, Barón nos hace un guiño y nos explica. Hay camaradería, aunque la palabra quede corta. Hay química natural, esa que sale sin forzarlo. Hay “algo”. ¿Es un lugar común preguntar ya a esta altura por qué triunfa el poyo? ¿O incluso es más obvio dar por sentado que el éxito internacional se debe su naturaleza de teatro físico donde no hay diálogos?

Luciano Rosso y Alfonso Barón no lo saben.  Y puede que no les interese saberlo. Sí saben que lo dan todo. Y que la ausencia de palabras abre otros campos, juegos y lenguajes. La obra que empezó como un proyecto de danza contemporánea pero que terminó en una alocada performance con lo íntimo de una pareja como  protagonista, está en su punto álgido, justo por retomar una gira con destinos tan diversos como Nápoles,  Valencia, Finlandia, Bélgica y Canadá. Los poyos se preparan para volar alto y justo en este momentito anterior al impulso es donde los encontramos.

Un Poyo Rojo tiene un alto grado de verdad y de intimidad, puede que esa sea la clave para llamar tanto a lo masivo como a la elite.” afirma Barón y a nosotros se nos da por ponerlos cronológicos como para entenderlo en perspectiva. En 2008 dos bailarines querían encarar  un proyecto “muy de danza contemporánea”. Nicolás Poggi y Luciano Rosso eran pareja y al director – Hermes Gaido–  le resultó más interesante entrar en el universo de esa pareja (con sus vericuetos lúdicos e íntimos) que encarar otro proyecto de danza. Así nace y crece el poyo. Un juego de dos hombres, sus vínculos y sus destrezas.  Una simple cotidianidad de pareja. O, en palabras de la prensa francesa de hoy “un spectacle hilarant, burlesque et déjanté vene d´ Argentine” (un espectáculo hilarante, burlesco y delirante venido de Argentina). Claro, en el medio pasaron 10 años. Pero hubo un principio, donde lo íntimo se hizo público y lo lúdico se imprimió en rigor y destreza física.

“En los inicios me daba hasta pudor. Nosotros bichos del contemporáneo queríamos hacer danza contemporánea. Al director le pareció más jugoso lo que hacíamos en lo cotidiano y empezamos a trabajarlo desde ahí. Era verdad, parte de nuestro día a día y de nuestra intimidad, por eso al principio costó exponerse a la mirada (a veces cruel) del otro frente a algo tan propio” confiesa Rosso. Luego se fueron delimitando los roles y así es como quedaron  Rosso y  Barón como performers, Nicolás Poggi, junto a Rosso, como coreógrafo y Hermes Gaido como director. En escena, también hay un tercer personaje: una radio transmitiendo en vivo condensando el alto componente de azar que va hilando las acciones de los actores. Azar que también está en el nombre, una arbitraria mixtura entre Poggi y Rosso, de la que sale Un Poggo Rosso.

Preguntamos entonces cómo se llevan lo escénico y lo azaroso, cómo es repetir lo pautado y, también, repetir lo impredecible a lo que Barón sentencia “Lo impredecible te da riesgo. Y eso hace que todo esté más vivo.” Y el espectáculo lo está. Vivo y vigoroso, sobretodo teniendo una radio encendida, elemento fundamental de la puesta que ayuda en la búsqueda del azar asociativo. “Es un tercer personaje. Lo hace todo más itinerante. En la misma línea de lo que hablábamos con respecto a por qué le va bien al poyo en muchas latitudes, la radio es una de las cosas que lo hace más cercano. La gente escucha voces familiares, publicidades que ya conoce”, continúa explicando Barón.  Inevitablemente, le re preguntarles si alguna vez ese componente azaroso no les jugó una mala pasada a lo que Rosso nos responde: “Hubo pueblitos de Francia donde sólo había una, dos emisoras. O que a partir de determinada hora sólo había noticias, y había que salir a bailarla como se pudiera. Por momentos, se nombraba a Macron y eso ya despertaba algo en el público relacionado a su determinada ideología política.” 

Con respecto a la experiencia teatral, coinciden en  que el mix de previsibilidad e imprevisibilidad les da margen de juego y de error y es desde ahí que construyen. Es ese cúmulo de errores azarosos, juegos físicos, danza y humor lo que les está haciendo de bandera para recorrer el mundo. Ambos creen que, más allá de la procedencia internacional de los públicos,  cada quien se identifica con algo de la obra: “niños con lo caricaturesco,  jóvenes con la conexión con el cuerpo, adultos con el planteo de lo íntimo y  de lo sexual“. A su vez, “lo sugerente del silencio y el grito de lo corporal funcionan como dispositivos que acaparan tanto a la elite como a lo masivo”. La cosa enigmática y la cosa lúdica. Lo intelectual y lo teatral. Rosso y Barón.

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