Te amo, y nadie más que una mujer sabe lo que eso significa.
Quiero que me digan “te amo”.
Quiero decir “te amo”.
Una mujer joven y efusiva se conmueve profundamente al ver a un hombre asistir a las víctimas de un accidente en plena calle. Se le cae la bolsa de la verdulería, se enamora al instante y comienza a escribirle al que será, de ahora en más, su enamorado secreto: “No se si hubo muertos en el accidente, lo que se es que yo quedé muerta con vos.”
Pero el ovacionado rescatista no vive solo y, casi sin querer, su mujer intercepta las cartas de la ilusa fan. A partir de este hecho, y para sorpresa del espectador, no se desata una batalla campal entre la esposa y la amante inconcretada. Sino que se despliega una nueva posibilidad tan femenina y romántica como la esperada.
Quiero decir te amo se mete en dos mundos femeninos que van del rosa al rojo bermellón. El romanticismo, la ilusión, el Amor con mayúsculas, los suspiros, las miradas y, por sobre todas las cosas, las palabras manuscritas (las que se escriben en diarios íntimos o cartas) nos sumergen en una historia de amor apasionado y vertiginoso.
Una pequeña habitación con lugar para unos pocos espectadores nos acerca de lleno a los personajes. Están delante nuestro, nos miran, nos buscan, nos sonríen y finalmente nos conquistan. Con actuaciones al pie de lo que pide el relato, una iluminación contenida y dos músicos excelentes en escena, Mariano Tenconi Blanco logra llevarnos de paseo a un mundo sin una época totalmente definida, en el que una femineidad casi rococó danza en el aire y hace reír hasta al más macho junto a un elenco renovado.