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70'

Las historias de verdad suelen ser atemporales. Los detalles que delatan el tiempo o el lugar donde transcurren son apenas adornos, estéticas que en nada cambian el funcionamiento de esa máquina imponente que es una narrativa bien construida. Es precisamente por eso que Pequeña Pamela logra habitar la frontera entre la tragedia griega clásica y una obra sobre un lumpenaje porteño-bonaerense. Que la escena transcurra en la puerta del palacio o algún recoveco de una cloaca sucia y maloliente es indistinto. La historia en sí es tan transcendental que transcurre en ambos lugares a la vez.

Se abre el telón y una Cíclope toma el lugar de narradora que nutrirá con sus palabras y, aunque no quiera también con sus acciones, la trama que hemos de ver como espectadores. Pamela, ninfa de shortcitos y zapatillas de lona que se baña en las aguas servidas, está enamorada de Ajax, héroe demidios con panza y remera sucia de la selección. Este amor, no correspondido, es épico y mundano a la vez, como casi todo en la obra. Ajax sólo tiene ojos para otra mujer, a quien nunca veremos y cuya existencia sólo adivinamos por los mensajes llenos de emoticones que manda y que Ajax nunca sabe interpretar. A este trío de narradora y protagonistas se suman otros seres igual de líricos y terrenales: el Tío muerto de Ajax, que vuelve del más allá de a ratos para pintar con una poesía exquisita el submundo de la comunidad gay circa 1980 y para pedir todas esas cosas que lo hacen a uno sentir vivo: sexo, drogas, puchos. También están los secuaces de Ajax, Arjona y Sirena, y un Coro 3-en-1 que intenta usurpar la narración de la historia y obligar a la Cíclope a abandonar la neutralidad y la distancia propia de los relatores.

La puesta es precisa, un basural fértil para contar una epopeya. Todas las actrices y actores están en el punto justo para encarnar a estos personajes tan tradicionales y profanos a la vez. Marcos Ferrante encarna en Arjona un ser nefasto y completamente reconocible; mientras que Julián Larquier Tellarini realmente hace honor al nombre de Sirena con una voz y una interpretación atrapantes. Rosalba Menna hace las tres voces del Coro con una esquizofrenia completamente controlada. Santiago Gobernori logra balancear el patetismo y la violencia de un demidios mucho más “demi” que “dios”. Iride Mockert pasa de ser narradora ajena a la historia a parte interesada con una verosimilitud imponente. Camila Peralta hace de Pamela un personaje que el espectador no puede evitar querer cuidar, balanceando con mucha habilidad lo mundano de su entorno con lo épico de su historia. Por último, Lalo Rotavería le pone toda la vida a un muerto que se roba la escena cada vez que aparece.

Pequeña Pamela una historia trágica de desamor ejecutada con precisión y en medio de una puesta por un lado enorme, y por el otro completamente precisa, enteramente mérito de la dirección y dramaturgia de Mariana Chaud. Tal vez sea por eso que funciona tan bien, una historia tan épica, tan grande, pero a la cual no sobra absolutamente nada. Es sólo en ese despojo ornamentado que tenemos la oportunidad de ver una obra así, con un pie en la mugre y el otro en la gloria.

Ficha técnico artística

Dramaturgia: Mariana Chaud

Dirección: Mariana Chaud

Actuación: Marcos Ferrante, Santiago Gobernori, Julián Larquier Tellarini, Rosalba Menna, Iride Mockert, Camila Peralta, Lalo Rotavería

Diseño de vestuario: Gabriela A. Fernández

Diseño de escenografía: Matías Sendón, Ariel Vaccaro

Diseño de sonido: Lucas Martí

Música: Lucas Martí

Diseño de iluminación: Matías Sendón

Asistencia artística: Carla Grella

Colaboración artística: Nahuel Vecino

Coreografía: Luciana Acuña

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