La escenografía parece un living gótico contemporáneo: hay sillas de terciopelo rojo, un piano, el busto de una mujer sin cabeza, ramas y una mesita con tazas y tetera, todo bañado de una luz verdosa, casi fosforescente. Al costado, un televisor viejo transmite “El último pasajero”, mientras la pantalla con estática dibuja formas grises y negras. Hay algo perturbador, distorsionado en el ambiente. Quizás sea la luz, la estática, los gritos que salen de la tele como si fueran de otro universo. La protagonista de la obra vive en este living lyncheano. Es una chica coqueta que usa un vestido lila y sonríe con aparente inocencia. Pero sus ojos esconden un secreto: tiene la capacidad de adivinar los morbos sexuales de la gente solo con mirar fijo a sus pupilas.
Ojos adentro es un monólogo de Lisandro Outeda protagonizado por Rocío Domínguez que indaga en las fantasías, en el lado oscuro de los vínculos y en el problema de saber demasiado de las personas que queremos. El supuesto poder de la protagonista pasa de ser algo divertido a algo que le impide vivir. Adivina los morbos de sus suegros, de la gente que se cruza en la calle, de su novio y del amigo de su novio. Como todo poder, es un don y una maldición al mismo tiempo. No puede elegir no ver.
La actuación de Rocío es una de las cosas más especiales de la obra. Le pone cuerpo y voz a la tragedia de una mujer que no sabe cómo lidiar con una verdad desgarradora. Al principio, parece una chica naif, pulcra, correcta, “normal” pero, de a poco, deja entrever su lado más perverso y vengativo. Con una fluidez impresionante, pasa de la locura al miedo, de la devoción al odio y del humor a la violencia. Cuando llora, lo da todo: grita, se arrastra por el piso, se le caen hilos de moco de la nariz. Cuando se ríe, parece poseída, es una risa casi satánica, a veces malvada, a veces miserable. Rocío también es habitada por otras voces, como la de una astróloga o la de su novio. Su cuerpo se convierte en un territorio en donde se libran batallas internas. Las pulsiones contrapuestas la hacen quien es, todas por igual, y lo increíble es que su cuerpo logra exteriorizar ese conflicto a la perfección.
El texto está construido con precisión y sutileza, en una especie de “in crescendo” que, lentamente, va soltando indicios de lo que se avecina, sin nunca perder el humor ni el drama. Ojos adentro nos teletransporta a un mundo demasiado familiar en donde nuestros deseos son también nuestras peores pesadillas, donde hay sueños con caballos galopantes, fetiches con gatos, escapadas al Tigre y fantasías reprimidas.
Al final, surge la pregunta de si la protagonista realmente tiene un superpoder o si solo imagina los morbos de la gente. Nunca lo sabremos, pero tampoco importa. Porque con la imaginación alcanza y sobra. Porque, a veces, lo que imaginamos es más real que la realidad. Y más terrorífico. Ojos adentro trata sobre el peligro de saber demasiado de los otros pero, sobre todo, de nosotros mismos, porque lo terrible es descubrir qué deseos secretos se esconden adentro de nuestras propias pupilas.
Ficha técnico artística
Dramaturgia y dirección: Lisandro Outeda
Actuación: Rocío Domínguez
Asistencia técnica: Florencia Habilde
Asistencia de escenario: Facundo Massuco
Asistencia de vestuario: Vanina Schwemer
Coproducción: El Brío Teatro