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Ser adolescente es horrible y hermoso al mismo tiempo. Todos sabemos eso. Pero, ¿por qué exactamente? En el medio del siglo diecinueve, Baudelaire escribió Las Flores del Mal: una forma de interpretar o leer la realidad fragmentada, cambiante, que se le venía encima. La delicadeza y la belleza de una flor y su costado siniestro, doloroso. O bien, una forma de decir que la modernidad venía con la iluminación del progreso y con la ceguera de los tiempos salvajes del futuro. El siglo veinte sería sangriento, inenarrable, esperanzador y terrible.

Miguel Ángel es un pibe que, al igual que el poeta, vaga por sus emociones contradictorias y trata, sin ser del todo consciente, de buscar una síntesis entre todo eso. Es una mezcla entre querer transmitir una experiencia cercana a lo bello y saberse un poco ajeno a la posibilidad de entrar en esa zona: la zona del arte. Como un romántico que se para frente a la colina y sufre, por tanto horror y tanta vitalidad latente, Miguel Ángel bucea en un mundo contemporáneo que se mueve al ritmo de lo que se desvanece en dos segundos o lo que ni siquiera se puede tocar: el mundo de los sustantivos abstractos. La historia, el pasado, la virtualidad, la fama.

En el medio del siglo veinte, J. D. Salinger escribía la historia de un pibito que odiaba a todo el mundo. Holden era insoportable, todo y todos le caían mal y desconfiaba de absolutamente todas las instituciones. Solo tenía el respeto por algunos escritores, algunas prácticas y, sobre todo, por su hermana menor: Phoebe. Al igual muchos otros personajes del escritor, este pibe estaba como encerrado en un universo problemático. El de ya no pertenecer a las emociones de la infancia y el de no entender por qué la gente era como era: mentirosa, perversa, confusa, con poco vuelo.

Miguel Ángel está en su habitación y tiene la certeza de que encontró algo bueno, que algo que hizo puede ser una obra de arte. Con conocimientos de bitcoins, un celular y muchas ganas de obtener una validación de que tiene una mirada sobre las cosas, de que su cuerpo extraño puede ser, también, un instrumento para el arte, estudia y habla rápido y en voz alta de lo que puede pasar, de lo que va a pasar cuando la pegue. Por fuera, su madre lo reta porque no estudia y más afuera aun pero, paradójicamente, más cerca, la secretaria del concurso al que quiere aplicar, lo escucha. En estos territorios confusos y triangulares de las relaciones, Miguel Ángel, al igual que Holden, aunque parezca que no, guarda un poco de paciencia y esperanza para sí mismo y se puede relacionar con otros.

Lucía Uribe es la actriz estrella que nos trae su impronta mexicana, con palabras y referencias a una juventud que es de todas partes. Porque ser adolescente es traumático y esperanzador en el mundo entero. Una actriz que sabe sostener la ansiedad, la ilusión y el borrón y cuenta nueva de un pibito que está en el secundario. La magia del teatro nos ilumina: entre una dirección con sello propio, el del código del humor accesible pero estudiado y complejo, y una actuación que es ciento por ciento construcción de personaje, nos transportamos a los tiempos inmemoriales de la juventud, la nuestra, y también la nueva, la de ahora, que muchas veces se nos presenta también a los adultos como algo inentendible.

La obra es, entonces, algo así como propuesta de reconciliación entre las partes. Una invitación a observar las angustias de un pibe de hoy, con el histórico complejo humano de estar varados en este mundo sin una estúpida razón. Miguel Ángel, de la mano de Lucía Uribe, se tiene a sí mismo y el futuro es abierto, por donde, aquellos que quieran detenerse a escucharlo, pueden hacerlo.

Ficha técnico artística

Dramaturgia: Paula Grinszpan, Lucía Maciel, Lucía Uribe
Actúan: Lucía Uribe
Escenografía: Gabriella Gerdelics
Diseño de vestuario: Gabriella Gerdelics
Diseño De Iluminación: Matías Sendón
Dirección: Paula Grinszpan, Lucía Maciel

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