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La obra son dos intérpretes, una compu, un micrófono y una pantalla que se activa a veces y con eso basta construir una experiencia escénica divertida, original y delicada. Ellas son María Zubiri, que encarna al personaje principal, y Luisina Arito, bailarina y operadora en escena, y el todo se llama La Segunda. El título es porque hablamos de una hermana gemela de otra que, desde su relato, es la primera de las dos. La que salió primero, la que llegó primero, la que consigue todo primero y mejor.

La propuesta aborda un tema sensible: la envidia entre hermanas, las preferencias del pueblo, de los compañeros de colegio, de las maestras, de las familias. Una piensa que, como dice José Hernández a través de la voz del Martín Fierro en un acto no previsible de configurar los valores nacionales, “los hermanos sean unidos, esa es la ley primera”, y que eso es lo que rige en todas las casas argentinas. Sin embargo, bien sabemos que nuestra subjetividad nació de un error, de un pecado, de un problema: la muerte de unos por otros, el asesinato intrafamiliar. Tal vez por eso el asunto de las gemelas, hermanas pegote y cercanas en su máxima expresión, sea recurrente en series y películas. Es como una dupla productiva para la comedia, los enredos, las confusiones, la complicidad y las travesuras.

Sin embargo, también es un elemento productivo para lo trágico. Desde mi punto de vista, la obra se sirve de algunas cuestiones del terror clásico para inscribirse en la tradición de lo siniestro: la figura del doble, la figura de la otra espejada. Aquella que conocemos pero desconocemos al mismo tiempo que es, en realidad, una misma. O directamente, una versión otra de mí, que nos desquicia, nos incomoda, nos lleva a la ruina. A la vez, ahonda en la estructura de la novela que es esta historia de superación, transformación o fracaso que se arma entre la protagonista de la historia y su enemigo, la segunda que en realidad es la primera pero la segunda, tiene toda la energía puesta en hacer el mal.

Por todas esas cuestiones, la obra zigzaguea entre risas y momentos dramáticos sosteniendo lo delicado. Con una buena interpretación de la protagonista en su rol de hermana-segunda, habla desde el presente pero también viaja al pasado y repasa nacimiento y, sobre todo, adolescencia, que es esa prueba de fuego donde todo lo que pasa queda para siempre, como marcado en la psiquis. Es decir que ella, a la vez, es producto de aquello. Es la que fue y la que es, ahora, cuando revive y cuenta. María Zubiri es ideal, su cara y su corporalidad cambian al cien por ciento y los espectadores viajamos al pueblo, al drama juvenil que es, en definitiva, una fracción del drama adulto: cuando es la segunda niña, la vemos ahí a la piba y cuando es la segunda adolescente, la vemos también ahí y es asombroso. Luisina Arito tiene un encanto especial, entrando y saliendo de personajes que pululan el pueblo. Lo necesario para que la propuesta funcione bárbaro.

La Segunda puede ser una obra para ver en plan familiar o con amigos. Divertida, de tiempo justo y con el recurso de la actuación como bandera. Sin adornos, con sorpresas.

Ficha técnico artística

Dramaturgia: María Zubiri
Actúan: María Zubiri
Bailarines: Luisina Arito
Diseño de vestuario: Gabriella Gerdelics
Diseño de espacio: Mauro Anton
Diseño sonoro: Marcelo Martinez
Video: Santiago Brunatti
Operación de sonido: Marcelo Martinez
Diseño De Iluminación: Ricardo Sica
Fotografía De Escena: Nacho Lunadei
Asistencia De Escenas: Luisina Arito
Prensa: Carolina Alfonso
Producción: Felicitas Oliden
Diseño de coreografia: Jazmín Titiunik
Dirección: Mauro Anton

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