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¿Hasta dónde podemos llegar cuando intentamos responder nuestras preguntas existenciales, esas que ya sabemos que no tienen una única respuesta correcta? ¿Cuánto arriesgamos, cuánto esperamos aprender, cuánto de lo que no hacemos por miedo se recicla para volver en forma de otra obsesión? Hay una calma que buscamos una vez que nos dimos cuenta que no encajamos ni un poco en ese lugar que nos fue asignado, y mucho menos aún en el que nosotros mismos nos impusimos.

De eso se trata La Calma Mágica. En el caso de Osvaldo, el aparente desencadenante fue la desesperación por conseguir y destruir un video que lo muestra no precisamente como le gustaría, pero todos sabemos de qué estamos hablando cuando hablamos de obsesión. Esa combinación de factores imaginarios que nos dice que todo lo que uno mismo hace está mal, y que todo lo que los demás hacen está bien. Por lo tanto cuanto más hacemos, más empeora todo. Y cuando pensamos que nada podía ser más trágico que nuestra realidad, nos topamos con nuestro Martín que nos marca bien de cerca cuánto le seguimos pifiando a cada paso que damos. Sin embargo, lo que nos pasa puede ser parte de la realidad o puede ser parte de un sueño. No es necesario conocer una Olga y tragarse un buen puñado de hongos alucinógenos para ver que los límites no son tan rígidos como creíamos.

La Calma Mágica usa al dolor como disparador para hacernos reflexionar sobre nuestra existencia como una mezcla entre azar y decisiones, buenas y malas, nuestras y de otros. Un día Osvaldo, después de la muerte de su padre, decide abandonar su carrera teatral e ir a la entrevista laboral en una oficina porque ahora tiene que ser un tipo serio, aún sin saber para qué, ni si existe un anhelo personal que lo empuje a hacerlo. Aparece la sensación de que la tranquilidad va a llegar cuando hagamos lo que tengamos que hacer, tiramos la moneda a la fuente y esperamos que nuestro deseo se cumpla, pero ¿cuánto más podemos dudar de nosotros mismos acá y ahora?

La escenografía de oficina psicodélica aporta a la sensación de expansión y transformación permanente. Como las neuronas que no paran de moverse, trabajando todas en una misma dirección; la del control. Queremos controlar la situación, y una vez más aparece el interrogante: ¿qué tan mal me puede ir la próxima vez? No puedo embarrarla aún más. Pero sí, sí que se puede, Osvaldo.

La superación de este dolor personal de Osvaldo, el personaje de Tolcachir, es el elemento autobiográfico que el dramaturgo español Alfredo Sanzol eligió para darle comienzo a esta historia de su autoría en 2014. El director Ciro Zorzoli hizo maravillas con este texto en clave de comedia y puso a los actores a trabajar con los cuerpos exagerados, poderosos, entregados a la caída onírica de la propuesta, sin un gesto y/o palabra de más ni de menos.

Un Claudio Tolcachir impecable, preciso, que no se descuelga nunca su mochila roja llena de todo tipo de cargas. Una Tamara Kiper (Olivia) explosiva y escurridiza, que lo abarca todo. Inda Lavalle y Gerardo Otero completan este combo actoral que nos lleva de viaje a Kenia y nos devuelve a la ciudad con un dudoso elefante rosa y más preguntas que antes, como parte de este delirio mundano sobre el escenario. Con actores así, sí que da gusto salir de casa un sábado de invierno lluvioso.

La Calma Mágica se presentó por primera vez en Argentina en el tan querido Timbre 4, y tenemos todos los viernes y sábados de agosto para disfrutarla. Es una obra que habla de la vida adulta, del miedo, del amor, de la intriga que nos provoca lo que no conocemos, de las obsesiones y otros juegos de la mente. Y de los interrogantes eternamente irresueltos que todos tenemos y sabemos que es mejor mantenerlos así, pero por alguna razón seguimos empecinados en intentar responderlos. Aún sabiendo que, a veces, la calma viene en forma de incertidumbre.

Ficha técnico artística

Dirección: Ciro Zorzoli

Autoría: Alfredo Sanzol

Actúan: Tamara Kiper, Inda Lavalle, Gerardo Otero, Claudio Tolcachir

Diseño de vestuario: Cecilia Zuvialde

Diseño de escenografía: Cecilia Zuvialde

Diseño de luces: Ricardo Sica

Diseño sonoro: Joaquín Segade

Asistencia de dirección: Cristian Scotton

Prensa: Marisol Cambre

Producción: Maxime Seugé, Jonathan Zak

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