Con un quejido gitano, desgarrado, se presenta Alacrán con su historia a cuestas. De punta en blanco, sufre por el abandono de la única mujer que amó: La Cangrejo, flamenca y deslumbrante, a su peculiar manera. Con cada palabra y con cada gesto, este hombre logra que esa mujer empiece a aparecer y tome posesión de su cuerpo, a través de su relato.

En cincuenta minutos, José Antonio Lucía despliega todos los colores para los actores de su historia, que cobran vida en su propio cuerpo. Un Alacrán parrandero y un tanto histriónico, con una careta de papel pintado que empieza a resquebrajarse a medida que la invaden las palabras de los otros, y deja al descubierto a un gitano destrozado, abatido y atrapado en su propio relato. Una Cangrejo lejos, muy lejos del estereotipo de mujercita que preconizaron las películas del Hollywood dorado, discapacitada, rea y con un vozarrón de marinero de puerto. Un mago tímido y demasiado honesto, un dueño de cantina, protagonistas y testigos de su historia de desamor.

Todas las noches Alacrán se presenta para realizar su ceremonia. La ceremonia es encontrarse consigo mismo, ejercer su fábula y encarnar en sí a La Cangrejo. Recordando sus miserias y retrocediendo sobre sus propios pasos. Como haría cualquier cangrejo.

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