Marina Otero y Gustavo Garzón se unen para hacer una obra. Él le manda un mail a ella porque quiere hacer algo diferente, porque se da cuenta de que es un actor sin cuerpo. Dice: “quiero bailar, quiero cantar y quiero decir lo que se me cante el ojete. Quiero hacer una obra que surja de esta necesidad, de este desgarro emocional que siento. Donde no me importe la plata ni el cartel”. Marina, por su parte, confiesa que no puede pagar el alquiler, que no le alcanza con dar clases de pilates y se pregunta cuántas entradas le venderá Garzón. Así empieza todo. O al menos eso nos hacen creer.
Marina Otero: actriz del under porteño, bailarina fracasada –como ella se define– performer y directora. Se hizo conocida por su biodrama Recordar 30 años para vivir 65 minutos. Gustavo Garzón: ex galán de telenovelas, actor de cine y teatro comercial, “famoso pero no tan famoso”, como lo presenta ella. Una dupla rara, impensada. Dos generaciones que se cruzan, dos universos que se chocan. Se unen para hacer una obra en donde la propia vida es material escénico, donde los límites entre la “realidad” y la ficción se borronean. Se habla de todo: de cuánto le pagan a Garzón por su trabajo en la calle Corrientes, de su cáncer de lengua (que marcó un antes y un después en su carrera), de la muerte de su esposa, de un promisorio llamado de Adrián Suar que salve su futuro actoral.
La obra se construye y se reconstruye en escena: hay tramoyistas que mueven los objetos de lugar, cambian la escenografía, filman de muy cerca a Marina y a Gustavo –imágenes que se proyectan en vivo–, los maquillan, los visten. Hay interpelaciones directas al público: Otero pregunta quiénes vinieron a verla a ella o a Garzón, se le da la palabra a un espectador (¿elegido desde antes, parte de la obra o puro azar?) que dice que no le interesa su trabajo. En un momento Gustavo baila porque sí, en otro, ambos ensayan paródicamente una escena de La gaviota de Chéjov. Varias veces se preguntan qué están haciendo, si la obra funciona o es una cagada. No se rompe la cuarta pared porque ya estaba pulverizada desde el inicio.
En 200 golpes de jamón serrano –título que descoloca al público y que los dos intérpretes admiten no entender– se habla del éxito, del fracaso, del dinero (y su falta), de lo que pasa tras bambalinas. Garzón se queja de tener que viajar hasta Once para ensayar, Marina intenta convencerlo de que viaje en subte o en bondi. Garzón le dice: “Tu teatro es muy moderno, pero la gente no va a entender un pomo”.
En esta obra se mezcla lo alternativo con lo mainstream, el off y lo comercial, la ficción y lo documental. Otero dice: “Esto, más que un biodrama, es un egodrama. Sobre un actor narcisista insoportable y una directora fracasada que no sabe qué hacer”. La obra se presenta como un work in progress en donde no escasea lo cómico ni lo emotivo, es un sincericidio –por momentos exagerado, sin dudas– en el que Otero dirige a Garzón, lo hace salir de su zona de confort y ensuciarse en las aguas del teatro experimental. Ella, a su vez, mantiene su sello: casi todo es metateatral, Otero se burla de sí misma y se adueña de las etiquetas que le pusieron (como “puta”, “fracasada”, “egocéntrica”). Una obra muy recomendable en la que el público puede sentirse parte de su construcción. Una puesta que muestra sus entramados, sus cables (tanto metafóricos como literales) y dispositivos, que parece hacerse y rehacerse muchas veces en una misma función.
Ficha técnico artística
Dirección: Marina Otero
Dramaturgia: Marina Otero
Intérpretes: Gustavo Garzón, Marina Otero
Escenografía: Mirella Hoijman
Vestuario: Endi Ruiz
Iluminación: Adrian Grimozzi
Músico en escena: Federico Barale
Música original: Federico Barale
Asistencia de dirección: Agustina Barzola Würth, Lucia Giannoni
Cámara en vivo: Federico Barale
Dirección de fotografía: Franco Palazzo
Fotografía: Candelaria Frías, Andrés Manrique
Diseño gráfico: Sergio Calvo
Realización de escenografía: Los Escuderos
Asistencia coreográfica: Ivan Haidar
Asistencia de escenario: Agustina Barzola Würth, Lucia Giannoni
Asesoramiento artístico: Juan Pablo Gómez
Asistencia de escenografía: Camila Perez
Asistencia de vestuario: Luisa Vega
Prensa: Marcos Mutuverría
Producción ejecutiva: Marina D’Lucca
Teatro: Chacarerean
Esta obra formó parte del Festival Teatroxlaidentidad 2019 en el Cervantes.