Viento calentito, salas llenas y un bondi directo al río Paraná. Este año, la sede de la Fiesta Nacional del Teatro es el Chaco. Como se explicita al final de cada obra, la alegría es venir hasta acá desde varias distancias, climas y territorios del país, a ver el trabajo de realizadores, dramaturgxs e intérpretes y compartir butacas y escenarios, además de recorridos y charlas propuestos por la programación oficial. Las ganas son las de seguir federalizando el teatro, de visibilizar y darle entidad a las distintas formas de hacerlo, de invitar y generar espacios para performers y compañías de todas las provincias. Se vive un amor y una convicción por el trabajo escénico, se cree en el teatro como otra manera de interpretar el mundo, de transitarlo, de formar parte de las discusiones que nos interpelan. Se cree en el teatro como una manera de contar y elaborar problemas políticos, sociales y culturales que nos atraviesan. Algo de todo esto se sintió en el discurso de apertura y se fue desarrollando a lo largo de la propuesta de programación de los días siguientes.
Desde CABA, llegaron Ana y Wiwi de Lorena Romanin con Luciana Grasso, Mariano Mendetta y Jorgelina Vera. Una obra que, con mucha música y poca palabra, logra transmitir el tierno vínculo entre Ana y Wiwi, una vaca entrañable que la acompaña desde que nació. El despliegue escénico es encantador, representando el respeto y el amor entre humanos y animales. Una aventura que reivindica el poder sanador y transcendente de la amistad. Del campo al bosque, también de CABA vimos Sueño, de la Compañía Criolla, con dramaturgia y dirección de Emiliano Dionisi y la ternura en escena de Lucía Beya Casal, Julia Gárriz, Ramiro Delgado y Emiliano Dionisi. Nosotras ya la habíamos conocido en Rafaela y nos habíamos quedado flotando en ese mundo onírico, exótico y super sensible al que nos llevan les intérpretes. Un homenaje increíble a las comedias de enredos del viejo Shakespeare, con todo el talento y ternura de les actores y actrices para entrar y salir de personajes, situaciones, e intercambiar roles y transmitir emociones diversas a lo largo de toda la experiencia.
La ternura, también, nos golpeó en la cara con la actuación de Nayra Muñoz Arancibia en Flores Blancas (Jujuy) de Natalio Bogananni. La historia es denuncia y a la vez testimonio; crece como las plantitas en escena que la protagonista riega tímidamente al hablar de sus sentimientos y percepciones. Explota como flores blancas de esos mismos cactus y atraviesa la experiencia de un vida sufrida, que es a la vez la de muchas. La obra habla de abusos sin usar golpes bajos, también de alianzas y compromisos políticos en varios subtextos. Una historia que cuenta muchas historias y en donde la protagonista nos encantó con su tono tierno, firme para hablar del deseo y suave y excitado para relatar el proceso de un autodescubrimiento.
La memoria y el trabajo de mantenerla, gestionarla y volverla un todo decible se lo debemos a la obra Podestá (Córdoba), con Gisela Podestá desciende directa de los míticos creadores del circo criollo. El recorrido se construyó a partir de anécdotas y datos fundacionales de la familia que dio origen a nuestro teatro nacional. A partir de la intimidad de una cama, de a poco, fuimos subiendo a un recorrido histórico y emotivo por hitos como la primera representación de Juan Moreira, o la encarnación de Pepito 88 que, para más expectativa, daba nombre a la sala donde nos encontrábamos. La cama se volvió carpa y escenario para todes y, también, espacio para plantarse y contar la propia historia que es, también, la historia de nuestro país.
El escenario que es casa y territorio de exploración se viste de ruinas en Los Santos (Neuquén). Allí los dos performers, Claudio Inferno y Eleazar Fanjún con dirección de Karls Stets, uno medio caficho con bigote tanguero y otro medio la nona de Gasalla, se pelean, se abrazan y se seducen mutuamente con la ayuda de objetos. Sobre todo, ponen el cuerpo para la experimentación, juegan con la sorpresa y lo inesperado en el desarrollo de la obra y con lo que se espera del comportamiento de dos corporalidades masculinas en escena. Se escupen, se respiran cerquita, se tocan y pertrechan la piel del otro para hablar de cómo los restos también son puntas posibles para la construcción de mundos.
Cuerpos, deseos y subjetividades están siendo protagonistas de la propuesta de este año. La bendición (Chubut), con Alfaro Valente y Gonzalo Dato como intérpretes y dirección de Silvia Araujo, nos clavó un altar con velas, vírgenes y sahumos para contarnos la historia de una infancia. La fascinación por Lady Di, la adoración hacia otras formas de belleza, las que se encuentran en los rincones oscuros de las iglesias, del fondo infinito del mar, resurgen luminosas junto a le protagonista de esta historia. El deseo, la ilusión y sensibilidad como arma en un mundo hostil no pueden ser jamás castigados. De eso habla este biodrama y de la fuerza del teatro para abrir espacios de acción a martillazos.
En este mismo sentido, estuvo la obra Deshojados, con Ariel Strada en dirección y actuación. Allí nos cuenta algunos aspectos de su vida desde que es ciego. El recorrido al que nos invita pasa por prejuicios, frases hechas, preconceptos y sobre todo nos muestra la invisibilización y el maltrato que ejercen los gobiernos y la sociedad toda sobre las personas con discapacidad y el silenciamiento del deseo, del placer y de las subjetividades que quedan vedadas en una misma representación. Este performer, que tiene una fascinación hermosa por la vida, nos invita con humor, calidez y soltura a ver cómo son algunas de las cosas que vive día a día, incluyendo las sospechas y ansiedades que lo atraviesan. Esta obra juega con olores y texturas, desde la puesta en escena hasta el texto, invitando a personas ciegas a sentirse parte e invitando a todes a pensarse en un mundo accesible.
Un teatro inclusivo es también el que se mete en nuestras conversaciones y pensamientos. Fantasmáticas (San Juan), con Katy Moya, Ruth Ovin, Estela Rodríguez y dirección de Tania Leyes, nos dejó pensando en las presiones hacia los cuerpos de mujeres, en las exigencias por ocultar el paso del tiempo y en el maltrato hacia la vejez. En una sala-casa derruida, tres mujeres adultas intentan sobrevivir y discuten con la tiranía de la juventud divino tesoro no abandonando nunca el amor ni la pasión por la puesta en escena. En un ensayo permanente para la farsa actual, se quejan de que el mundo es un lugar horrible y de que siempre estuvo hecho para otras. Un humor ácido que se corta antes de ponerse pesado y una escenografía de sueños y pesadillas, llena de cacharos y palomas. Tres actrices, un bolero italiano y un libreto lleno de recovecos para seguir pensando en cómo nos posicionamos frente al paso del tiempo y qué tratamiento le damos a la vejez.
Desde Banfield, Buenos Aires, llegó Piel de Cabra. Una obra que se mete con la muerte inminente, con la autodestrucción que nos caracteriza como especie y con los monstruos que ocultamos abajo de la cama o en los sótanos que, en el fondo, solo son otras versiones posibles de nosotres mismes. Les intérpretes en escena, Soledad Bautista y Gabriel Raso, la rompen encontrando un tono justo para sus personajes. El terror empieza en el Siglo XIX y ambos logran sostener y transmitir una sensación agobiante, por momentos erótica y por momentos excesivamente protocolar. La voz poseída que viene a contarnos sobre el fin de los tiempos en manos del desenfreno de nuestras pasiones es la de Florencia Bonetti, la música que construye ritmo a la historia es en escena por Andrea Gauna y Federico Meier, la gran dirección es de Nicolás Blandi con asistencia de Emiliano Dátola. Con unos guiños a la tradición del fantasy y a la literatura clásica del terror, esta obra invoca a nuestros demonios con humor y, también, nos invita a gozar que se acaba el mundo.
Otro mundo que se acaba es el que aparece en la obra El Bife, desde Junín, Provincia de Buenos Aires, con Lautaro Arrieta y Natanael Ponce. Los personajes recorren espacios típicamente argentinos y también terroríficos: la carnicería, la vieja habitación donde los cuadros se caen, la cocina que chorrea de sus cañerías. Los actores hacen un bife en escena, se pegan, golpean la mesada, se pelean y se reconcilian para mostrarnos que están desesperados, dispuestos a todo para que nadie, por lo menos a ellos, les toque una pálida más ni un bife ese mundo abofeteado, final, hecho bosta.
Estos son algunos de los temas y propuestas que atraviesan a las distintas provincias del país: la necesidad de tratar y visibilizar subjetividades históricamente relegadas se impone como agenda urgente, el debate por el lugar, financiamiento y atención a políticas accesibles para personas con discapacidad, así como los derechos de mujeres y las nuevas expresiones de género forman parte de lo que nos interesa y, por suerte, el teatro nacional que nos representa se hace cargo de su espacio en la escena de debate.