Dicen que en España pateas una piedra y encontrás un romano, así de comunes y silvestres son las ruinas en la península. Pero Mérida es, incluso en ese contexto, especial. Caminando por la capital de Extremadura, una ciudad chiquita y circunspecta, te podés encontrar, en una manzana cualquiera, un templo de Diana y un arco dedicado (tal vez) al emperador Trajano. Pero para los amantes del teatro tal vez lo más impactante sea el Teatro Romano, que fue construido alrededor del 15 aC.
Antes de que comenzaran las excavaciones arqueológicas, lo único que se veía de la estructura eran las gradas superiores. Los emeritenses las llamaban “Las siete sillas”. Cuando desenterraron el teatro, se encontraron con que el cemento romano (opus caementicium) se había bancado los 1900 años de abandono.
El núcleo de la estructura se conserva casi a la perfección y, con algunos remaches y remiendos, hoy se usa para el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, que se inauguró en 1933 nada más y nada menos que con Margarita Xirgu interpretando a la Medea de Séneca en versión de Unamuno.