En el siglo XVI existía en Japón una forma teatral llamada Noh, formal y estática, con contenidos mitológicos y shamánicos muy antiguos y destinada al entretenimiento de la aristocracia. Pero con el advenimiento de la era Tokugawa, periodo de paz en el que los jefes militares o shogunes eran los verdaderos líderes políticos del país a pesar de la tibia existencia de un emperador con sede en Kyoto, el panorama social dio un giro del cual ya no se regresó: ese giro tuvo que ver con el surgimiento de una burguesía urbana en Edo (nombre antiguo de la actual Tokio, por la denominación del castillo donde residía el Shogun), compuesta por los chonin, mercaderes y agricultores que crecieron económicamente y dieron su apoyo a nuevas formas de diversión y de cultura. Así nacieron otras dos variantes de teatro: el kabuki y el bunraku. Este último es el teatro de muñecos, que tuvo su tiempo de gloria y luego fue decayendo. Mientras que el kabuki, con su historia novelesca de prohibiciones y resistencia, creció fuerte y saludable hasta plantarse como la forma de teatro más importante de Japón.
En sus comienzos, el kabuki era representado por hombres y mujeres y las historias tenían un alto contenido sexual, razón por la cual se lo ligaba mucho a las prostitutas y a la lujuria. Por esta razón, el shogun y sus guerreros, la dura casta de los bushi o samurai, prohibieron la participación femenina y esos roles fueron cubiertos por jóvenes mancebos de largas cabelleras que desataron igual nivel de pasión en los concurrentes. Así fue como prohibieron una vez más el hecho de que fueran jóvenes los actores y sólo pudieron subir al escenario hombres más maduros. Tampoco fue fácil la vida para ellos, obligados a no salir de los barrios donde estaban los teatros y a pernoctar solamente en sus casas o en las de otros actores. Tanto en Edo como en Kyoto, los teatros podían erigirse en barrios determinados, que siguen siendo los mismos en la actualidad. Tal fue el nivel de segregación de los actores que se desarrollaron estilos diferentes según la ciudad o la provincia. Por ejemplo, el estilo kamigata, tranquilo y más sutil, se contrapuso a la forma más dura y hostil de la ciudad de Edo.
Sin una dramática precisa, el kabuki incorporó diversos estilos de actuación que incluían formas algo violentas y, a veces, sensacionalistas y baratas. Pero es indudable que desde sus comienzos el kabuki revela mucho de los gustos del japonés medio y constituye una parte de su cultura no expresada por el Noh ni por el Bunraku.
Es interesante pensar que el Kabuki nace contemporáneo del teatro isabelino. Las representaciones en Kyoto tenían lugar mientras Shakespeare (1564-1616) escribía sus primeras obras, y tienen en común el hecho de que terminaran siendo sólo hombres los encargados de cubrir todos los papeles en escena como fue en el Globe londinense. De hecho, el más célebre de los dramaturgos japoneses, Chikamatsu Monzaemon (1653-1724), a menudo es denominado el “Shakespeare de Japón”. El teatro isabelino tenía varias similitudes espaciales con el teatro kabuki y los estratos sociales que los disfrutaron eran muy semejantes también. En ambos países, Japón e Inglaterra, había comenzado una nueva era, aunque cada una tuviera características muy diferentes.
El uso de determinado vestuario, maquillaje y peinados era suficiente para que el espectador de Kabuki identificara al personaje en escena, así como un elemento como una pipa sostenida de un modo tal daba la pauta del estrato social del personaje que la portaba. El kabuki nunca tuvo un mensaje político pero artísticamente comunicaba su punto de vista de manera inconfundible con un vocabulario de expresión conciso. Es un estilo presentativo, como lo fue el teatro griego del siglo V, el isabelino, el de Meyerhold y el vaudeville. En esta forma presentativa de teatro, el actor no pierde su identidad como actor y el público no lo ve ni necesita creer su personaje como si fuera una persona “real”, sino que lo toma como a un actor actuando. Todo el “look” del actor lo diferencia de una persona común y corriente para la mente del espectador. Asimismo el escenario es una plataforma para actuar, no un área disfrazada de un lugar real y los actores en escena pueden comunicarse con el público directamente, ya que ambos ocupan el mismo mundo de realidad estética. “Es difícil para el occidental imaginar una forma de teatro menos realista que el Noh o el Kabuki”, dice Earle Ernst en su libro sobre el tema. (The Kabuki Theatre, Hawai University Press, 1974, E.E.U.U., pág. 20)
Los teatros donde se representa el kabuki tienen una estructura formal propia, que fue variando a lo largo de los siglos pero que se distingue por algunos elementos, como el uso del hanamichi, una pasarela que sale del escenario y se mete en el espacio del público para entradas y salidas importantes de los personajes. El proscenio tiene una abertura de casi treinta metros mientras que la profundidad del auditorio no supera los dieciocho. En el Kabuki-za de Tokio esa disposición permite una capacidad de 2600 espectadores y ninguno estará a mucho más de dieciocho metros del escenario, aunque se siente en el primer piso. Un tercer elemento característico es el sajiki a ambos lados de la orquesta, especies de palcos, tanto por su posición respecto del escenario como de sus implicancias sociales. En lugar de sillas los sajiki tienen tatamis o alfombras de mimbre y el espectador se sienta sobre ellas o sobre un almohadón.
En el siglo XIX el delirio, el sufrimiento y el dolor compartían los temas de las obras de teatro kabuki junto con los crímenes sangrientos, los vicios y el terror, pero estas temáticas no lograron alejar a esta forma teatral de su estilo tradicional. Y hasta el uso de un baldazo de agua en escena estaba lejos de manifestar lo que sería la misma acción en el teatro occidental: el uso del agua denotaba el hecho de que se trataba de una obra para el verano y la acción de arrojarla producía el efecto placentero de refrescarse para el público que la veía. ¡Del mismo modo las obras con fantasmas se daban en la temporada estival porque producían chuchos de frío refrescantes para la audiencia! La creación de una realidad teatral propia en la que público y actuación se encuentran en el mismo mundo de comunicación estética es lo que distingue al Kabuki y lo erige en una de las tantas maravillas de Japón.