El nuevo protocolo que habilita la vuelta del teatro con público a la Ciudad de Buenos Aires abrió el debate: ¿qué posibilidades y qué lugar les cabe a las salas independientes bajo “la nueva normalidad”? Lejos de la grieta sobre si el teatro independiente debería volver o no, lo que aqueja parecería ser otra cosa. Y esto es: la histórica precarización laboral del sector, que la pandemia no hizo más que exponer de la manera más brutal.
Más allá de qué salas sí y qué salas no -podrán o querrán abrir sus puertas- el problema que se presenta como fundamental es el aporte económico que haga viable la implementación y el sostenimiento de los espacios. Tal como expresaba Carlos Rottemberg, tras casi ocho meses de aislamiento debido a la pandemia, la aprobación de la nueva habilitación “tiene un valor simbólico ya que afloja tensiones saber que la del espectáculo ya no es actividad clausurada”. Y lo simbólico está dado justamente por las limitaciones que tiene el protocolo, no sólo para las salas comerciales sino también -y principalmente- para las independientes. Con el 30% de aforo, será muy poca la gente que podría ingresar, más allá de muchísimos otros factores que tienen que ver con el tema de la ventilación y la inversión económica que se requiere.
Es decir, aunque se modifica esa estigmatización respecto del teatro como si fuese una actividad más contagiosa que otra -vale aclarar que en España quedó demostrado que el teatro es una actividad segura y no genera focos de contagio, en Madrid ya están haciendo funciones con un aforo del 60 o 70%-, el problema de fondo no lo modifica. Y más grave aún, a medida que pasa el tiempo, la situación empeora.
A lo largo de la cuarentena, lxs trabajadorxs de la cultura fueron de lxs más golpeadxs por el cese de las actividades. En ese contexto, surgió la campaña #EmergenciaCulturalBA con más de 60 organizaciones que se manifestaron a través de redes sociales. El movimiento viene exigiendo: la declaración de la emergencia cultural en CABA, el registro de trabajadoras y trabajadores de la cultura, la implementación de una renta cultural extraordinaria y la aprobación de proyectos de ley, como la ayuda económica a trabajadorxs de la cultura, a librerías y editoriales.
“Lxs trabajadores de la cultura no estamos en blanco, porque no se puede. No dan los números”, explica Sebastián Kirszner dueño de la sala teatral La Pausa. En relación a su mirada sobre el nuevo panorama se anticipa y dice: “Lo que intuyo que pasará es que no habrá muchos estrenos, pocos se arriesgarán a estrenar con la posible llegada de una segunda ola del virus. Lo que se ve por el momento son solo reposiciones. Al mismo tiempo las salas buscarán estrenar obras económicamente efectivas, y el lugar para la experimentación será muy pequeño. Seguramente también haya menos público. Menos cartelera, menos público, no parece muy prometedor”.
Frente a esta realidad, muchas de las propuestas derivan hacia un mismo lado: que el Gobierno de la Ciudad declare la emergencia cultural en la Ciudad de Buenos Aires.
“Creemos que el ministerio de cultura de la ciudad tiene que abrir una línea de subsidio especial para solventar la reapertura de las salas y evitar que más salas sigan cerrando. Tuvimos un solo subsidio extraordinario a comienzo de año de cien mil pesos”, dice Sebastián Moreno (gestor del Teatro Carnero y miembro de ESCENA).
Aunque algunas salas como Timbre 4, El extranjero, El Método Kairós y el Espacio Callejón comiencen a abrir, son muchas las que (en palabras de Liliana Weimer), deberán “lamentablemente” cerrar definitivamente.
Entonces, en vez de fogonear una grieta que divida aguas en la comunidad teatral -como si el hecho de que dejaran de abrir los teatros que pueden fuera a solucionar la emergencia del sector independiente-, creemos que, al contrario, es el momento de unir todos los frentes si lo que queremos es que cambien las políticas culturales de base para que el teatro sea valorado como se merece, y no solo para la foto con el político de turno que hace campaña a costas de la precarización de quienes hacen cultura remándola siempre a pulmón.
Que se declare la emergencia cultural ya, es hora de reparar décadas de desidia de un sistema que claramente no funciona. Basta de dejar a la cultura siempre en último lugar, que el arte es esencial.