Estoy aquí y no hay nada que decir. No tengo nada que decir y lo estoy diciendo. Y eso es poesía.
Fue por única vez. Y la Martín Coronado ovacionó. El aclamado régisseur y director teatral Bob Wilson presentó el martes pasado la lectura de Conferencia sobre nada, el texto de John Cage que reflexiona sobre arte, música, silencio y quietud. Una partitura hermosa que cae a cuentagotas zen.
Wilson volvió al país después de 13 años para protagonizar el momento cumbre del Evento Cage, homenaje al compositor norteamericano a cien años de su nacimiento. Y se hizo esperar. Porque en aduana retuvieron la escenografía. Y el avión llegó demorado. Pero pudimos flotar en esas luces: constelaciones de un escenario cubierto con pancartas blancas azul celestes.
A pocas semanas de su estreno mundial en Alemania, tuvimos el privilegio de verlo como performer en esta puesta experimental a la altura de su lenguaje. Baños de luz glacial, objetos fuera de escala y la posibilidad de una experiencia hipnótica donde lo que se ve es tan importante como lo que se escucha. Y en superpullman había un hincha de rugby que gritaba como si estuviera viendo un scrum. Y nadie sabía si era otro nivel sonoro de la performance o no. Y lo sacaron. Y experimentamos el tiempo, el tiempo como material compositivo.
“Mi vida cambió completamente a partir de la lectura de Silence”, afirmó Wilson en relación al libro fundamental de Cage del que está tomada la Conferencia. “Leí Silence y fue una profunda influencia para mi trabajo, porque planteaba una forma radical, nueva y diferente de cualquier otro modo de pensamiento.”
¿Qué le podemos pedir a un espectáculo sino la experiencia de haberlo visto? Lograr lo que quería Cage. La posibilidad, en el medio de la semana, aunque sea un segundo, de volver a escuchar.