Ricardo III – Shakespeare puede ser más simple de lo que pensamos

Especial desde Berlín, Alemania

Entrando al Schaubühne Berlin para ver Ricardo III de William Shakespeare dirigida por Thomas Ostermeier me pregunto si estaré a la altura de pertenecer al público. Me cuestiono si entenderé el inglés antiguo de los subtítulos, si podré captar alguna palabra en alemán y si comprenderé alguna de las infinidades de correlaciones políticas que seguramente tenga la puesta. Y entre medio de todo ese enrosque, recuerdo también que Al Pacino hizo todo un documental cuestionándose cómo actuar esta obra, por lo tanto, ya  está: siempre estaré en offside. Pero ni bien se levanta el telón, los prejuicios se evaporan, de entrada se siente esa esencia común, más allá del perifollaje del lenguaje, entre  Shakespeare y Ostermeier que lo vuelve todo más cercano.

Esta versión de Ricardo III se estrenó en el 2015 y aún hoy sigue perteneciendo al repertorio del Schaubühne y girando por varios países. No es la primera vez que Ostemeier se acerca a Shakespeare, ya lo hizo con OteloMedida por MedidaSueño de una noche de verano, y – punto y aparte – la polémica Hamlet que se presentó en Buenos Aires, en el marco del FIBA, agitando pasiones allá por el 2011.

Entre aquella obra que pudo verse en Argentina y esta otra, tenemos el factor común del mismo actor en rol protagónico: Lars Eidinger. Y acá nos vamos a detener primero, que con Eidinger ocurre un “efecto Messi”. El partido es de él, mete todos los goles y lo gana. Eidinger tiene una presencia escénica en donde su imponencia y desfachatez logran darle sentido a un personaje como Ricardo con características tan dignas de temer por cualquier actor de trayectoria -vuelvo a Al Pacino, que hizo lo que pudo-. Su ambición, deformidad, corrupción y bajeza (puede llegar a asesinar niños, de ser necesario para alcanzar su cometido) hacen que pueda caer en el “personajito monstruoso” muy fácilmente, alejándose así del objetivo shakespeareano que es mostrar cómo todos, dependiendo de las circunstancias, podemos llegar a ser Ricardo.

Pero Eidinger es un extraterreste actoral, y en su trabajo quedan justificadas las atrocidades más grandes del personaje. Así, de la misma manera que el personaje gana el trono, Eidinger se gana al público ya que no nos tiene miedo y no duda en mostrarnos su lado más vil. Su deformidad se mantiene aunque él mismo revele el artificio de su joroba y pie artificial. Incluso despojado de esos truquitos de vestuario, nos queda siempre claro que él es Ricardo, logrando generar la ambigua sensación de repulsión al mismo tiempo que identificación.

Esta presencia trae una ganancia inconmensurable para la obra pero también deja al resto de los personajes flotando, por momentos. Es todo tan Ricardo, que los demás se dedican a pasarle la pelota, con altura claro, pero siempre limitándose a asistir. La puesta también está al servicio de él, desde un micrófono en la mitad del escenario que va a tomar para predicar sus planes, hasta el batero que nos rompe la cabeza con cada redoblante que se mantiene constante en ritmo frenético durante toda la obra.

Otra cosa que es permanente en la obra es la sensación de ese ambiente particular, corrupto. Desde el primer momento que se los ve descorchando champagne por haber ganado la guerra hasta cuando nos damos cuenta de que Ricardo pudo jugar con ellos porque estaban todos preocupados por serrucharle el piso al otro. El elenco nos hace entender que la cosa ya está podrida desde antes, y que un tirano así es sólo un claro síntoma de todo un sistema perverso.

La puesta se esfuerza en la escasez y el impacto. El escenario tiene pocas cosas y todas se mueven para que no  enfoquemos en el lugar, sino en lo que está sucediendo. Hasta los personajes de los hijos del rey son representados por marionetas, cual rol simbólico que ocupan. Pero lo que está muy claro es que este Ricardo III no está allá lejos en el tiempo, sino que es algo bien de ahora y esto en la puesta queda bien marcado tanto por el vestuario,  como por la música. Con un texto clásico casi sin modificaciones,  Ostermeier logra así plantear cercanía y poner en relieve a estos reyes y reinas como parte de nuestra clase política.

En el final también se remarca esta intención de mostrar cómo el mundo shakespereano nos está apeleando directamente como seres humanos y como sociedad y de cómo las guerras, batallas y luchas siempre están dentro de uno. Ostemeier decide terminar su versión con Ricardo peleando contra él mismo y sus fantasmas. No hay guerra que vaya a destruirlo, más allá de su propia sombra. Ricardo puede parecernos muy vil y monstruoso pero no es ciencia ficción, las sociedades generan este tipo de caracteres por cuenta propia y Ostemeier nos deja su cuerpo ahí, colgado, para que nos responsabilicemos. La cosa es simple, pero trágica a la vez.

Ficha técnico artística

Dirección: Thomas Ostermeier

Actuación: Lars Eidinger, Moritz Gottwald,  Eva Meckbach,  David Ruland, Robert Beyer, Thomas Bading,  Laurenz Laufenberg, Sebastian Schwarz, Jenny König, Christoph Gawenda, Thomas Witte.

Diseño de vestuario: Florence von Gerkan, Ralf Tristan Sczesny

Diseño de escenario: Jan Pappelbaum

Música: Nils Ostendorf

Vídeo: Sébastien Dupouey

Dramaturgia: Florian Borchmeyer

Diseño de luces: Erich Schneider

Marionetas: Ingo Mewes, Karin Tiefensee

Entrenamiento de marionetas: Susanne Claus, Dorothee Metz

Coreografía: René Lay

SCHAUBÜHNE AM LEHNINER PLATZ

Berlín, Alemania

Duración: 165 minutos

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