Tras tres temporadas de éxito en el West End londinense y varias giras internacionales por Boston, Los Ángeles y Washington DC, la adaptación de la famosa novela 1984 de George Orwell se estrenó en Broadway y revolucionó al público.
El mes pasado, la actriz Olivia Wilde -quien encarna a Julia, amante secreta de Winston- pidió disculpas en Twitter a algunos espectadores que se habrían desmayado durante una de las funciones. ¡Y hasta hubo trompadas en la platea!
Los exitosos Robert Icke y Duncan Macmillan comenzaron a trabajar en la adaptación en el 2013, cuando Icke buscaba un texto no teatral para completar la temporada del Teatro Headlong. Casi por azar, eligió la novela distópica de Orwell y empezó a trabajar codo a codo con Macmillan, quien escribió la adaptación para las tablas. Juntos encararon la dirección del proyecto y centraron la producción en la Habitación 101, la cámara de torturas en la que ocurre la espeluznante secuencia.
La obra incluye proyecciones en pantallas gigantes y entreteje la historia de la rebelión de Winston, encarnado por Tom Sturridge, con algunos de sus recuerdos y sueños, y con escenas de un grupo de lectores, al parecer actuales, que discuten si deben creer o no en lo que están leyendo.
En esta dirección, la adaptación pone en foco una sección del libro que muchos lectores inclusive pasan por alto, pero que para Orwell era de vital importancia. Es el apéndice académico “Los principios de la neolengua”, supuestamente escrito mucho después de la caída del Gran Hermano, que explica el modo en que el régimen controlaba la realidad a través del manejo del lenguaje.
En definitiva, la recién estrenada 1984 discute qué significa confiar “sólo en la evidencia de nuestros propios ojos y oídos” -como dice la famosa frase de la novela-, cuando gran parte de lo que sabemos nos llega filtrado a través de pantallas y textos que seleccionamos nosotros mismos.
Semejante dramaturgia en el contexto de la recién estrenada presidencia de Trump se resignifica y cobra especial relevancia. Además, la publicidad televisiva de 1984 usa las imágenes de Trump, Conway, y el vocero de la Casa Blanca Sean Spicer, así como slogans de la neolengua orwelliana como “La ignorancia es fuerza”. Macmillan dice que durante los ensayos con público, más de un espectador se puso a gritar “¡A resistir!”.
Lo cierto es que la obra traspasa el límite escénico e instala el conflicto en la platea en un momento histórico en el que la realidad supera a la ficción.