¿Puede transformarse el escenario urbano en la locación de tu película personal? La propuesta de la compañía alemana Rimini Protokoll, bajo la dirección de Stefan Kaegi sacó a la calle al público del Festival Internacional de Buenos Aires y lo que pasó fue genial.
El punto de partida es el Cementerio de la Recoleta. Ahí te entregan el elemento clave de la obra: un dispositivo con auriculares. La elección del cementerio no es arbitraria: todo comienza donde la vida termina porque para hacer el viaje es importante tener conciencia de finitud.
En ese lugar también te encontrás con las otras personas: ¿estarán escuchando lo mismo que yo? Por los gestos pareciera que sí. Son desconocidos, pero a partir de ese instante se convierten en tu rebaño. Comienza una experiencia colectiva y las reglas son claras y bastante simbólicas: si te alejás del grupo, la conexión se pierde.
La caminata es por la calle. Sentís que la gente te mira raro y es lógico. Vos estás ahí, pero también en otro lado. La ciudad que creías conocer parece ser otra. Los lugares que ves todos los días son diferentes. La música, el relato y las instrucciones generan un distanciamiento con la realidad que te lleva a hacer cosas que nunca pensaste realizar en la vía pública: cantar, correr, ¡hasta bailar!
¿Es posible que yo esté haciendo lo que estoy haciendo? ¿Perdí la vergüenza al ridículo? ¿Soy yo el que está viviendo todo esto o soy el personaje de una obra? ¿Quién me habla? ¿Por qué le hago caso? Uno se siente inquieto, nervioso, contento… pasa por varios estados. El tiempo se para. Uno se relaja y se deja llevar por la propuesta. La repetición de ciertas pautas del audio va despertando reflexiones existenciales con respecto a cómo los seres humanos nos relacionamos, y sobre todo, cómo funcionamos colectivamente. Somos seres adaptables y una voz virtual e inasible nos va formateando sin que casi nos demos cuenta, ¿por qué seguir a un rebaño me hace sentir seguro? ¿Qué rol juega mi individualidad en el colectivo social?
Dos horas caminando por la ciudad, con tres kilómetros transitados y el sol que comienza a bajar. Cuando parece que termina, todavía queda un poco más. Subir escaleras puede ser una metáfora de la vida que angustia, alegra y hace reflexionar. Todo eso más un último encuentro con el rebaño completo. Un final que llega con la satisfacción de haberlo logrado, mirando el recorrido con una vista privilegiada que te hace, definitivamente, volver a amar Buenos Aires.