Desde que estalló el coronavirus, los teatros fueron los primeros en cerrar, incluso antes de haberse declarado la cuarentena oficial. En Buenos Aires, primero restringieron la capacidad de las salas, después solo habilitaron espacios de hasta 200 butacas, ahí los más grandes cerraron e incluso productores de teatro comercial se anticiparon a dar por perdida la temporada 2020. Algunas salas independientes resistieron una semana más hasta que se decretó la cuarentena y ahí sí, vimos cómo quedaban cerrados todos los teatros del mundo. Fuerte. Nunca imaginamos que algo así sería posible. Y nos invadió la angustia, la incertidumbre de no tener idea cuándo volveremos a poder pisar un teatro, pero con la triste certeza de saber que la actividad cultural será posiblemente la última en retomar sus actividades. Y aunque se vuelvan a abrir los teatros, ¿cuánto tiempo pasará hasta que volvamos a sentirnos cómodas para compartir una obra y sentir la proximidad de la butaca de al lado?
Hace unas semanas, empezaron a circular por redes algunos diseños de teatro pandémico creados por el escenógrafo italiano Emanuele Sinisi, imaginando posibilidades de teatro acorde al contexto de distanciamiento social: un escenario circular creado por autos en ronda que iluminan el centro donde sucede la acción (¿autoteatro? yen2), una platea estilo panóptico en unas carpas individuales tipo palcos, escenarios en vagones de trenes o incluso en carritos movibles (que nos hicieron acordar a Les Éphémères una obra tremenda del Théâtre du Soleil de Ariane Mnouchkine que vimos en un FIBA hace mil, donde las escenas se montaban sobre mini escenarios sobre ruedas que los mismos actores iban moviendo). El tema es que todo esto del #PandemicTheatre (podés ver los diseños acá abajo en la galería) pinta muy flashero pero muy utópico también, porque si lo pensamos en concreto, es difícil de llevar a la práctica, más aún en el contexto de precarización en el que está inmersa nuestra cultura ¿qué sala tiene el espacio y el presupuesto para montar algo así? Tan solo un sueño.
Pero ayer vimos algo que se pareció bastante a la luz al final del túnel: leímos en twitter que nuestra colega Natalia Laube, periodista cultural que vive en Berlín, compartió la noticia del regreso del Berliner Ensamble (teatro emblématico de Alemania fundado en 1949 por la actriz Helene Weigel y su marido, el dramaturgo Bertolt Brecht). El anuncio oficial de la temporada 20/21 que empieza en septiembre, se publicó con una foto (portada de esta misma nota) donde se ven butacas desparramadas por toda la platea del teatro. Y más allá de la paradoja de ver al teatro brechtiano con las butacas así de distanciadas, quedamos medio desencajadas con la imagen y con sentimientos encontrados, así que nos pusimos a indagar: de unas 700 butacas que tiene la sala, con esta nueva distribución habrá lugar para aproximadamente 200 espectadores, se reduce la capacidad casi a la cuarta parte. Queda claro que es inviable sostener esto a largo plazo, y desde el mismo teatro esperan que solo sea una disposición temporal porque obvio que no es adecuado como solución permanente.
Y del entusiasmo de sentir que aunque de una forma rarísima el teatro empieza a asomar la cabeza en el hemisferio norte (en junio se retoman ensayos y en tres meses parece que podrán volver a subirse a los escenarios), volvemos a nuestra realidad y caemos en que estamos lejos de Alemania en mil aspectos. Empezando por las condiciones y recursos con los que cuenta la escena berlinesa, que parte de la base de contar con políticas culturales que acá son impensadas. Pero tratemos de pensarlo en nuestro circuito un momento, ¿qué salas podrían siquiera pensar en implementar algo como reducir su capacidad tan drásticamente? Quizá se podría imaginar en teatros públicos como el Cervantes o el San Martín (y agarrate los juegos del hambre que se desatarían para conseguir entradas), quizá si nos ponemos ilusas los teatros comerciales (aunque el tema guita te la debo), pero qué pasa con el teatro independiente, con los espacios alternativos donde ya de por sí la vivimos remando en los límites de la precarización como para pensar que algo así pueda ser viable. Reduciendo la capacidad a un cuarto, ¿quién sobreviviría?
Pero antes que eso, hoy estamos lejos en términos de fase de esta pandemia. Mientras en Europa empieza la primavera y la cosa parece que puede volver a eso que conocíamos como normalidad, acá recién estamos llegando al pico de contagios, está empezando el frío y la recomendación es que nos tenemos que guardar en vez de estar reclamando libertad como si todo esto no fuera para cuidarnos y evitar la catástrofe. Entonces, reparamos en la coyuntura argentina de hoy y sentimos que es apresurado tratar de pensar en volver al teatro. Y nos parte el corazón porque extrañamos una bocha y nos agarra la ansiedad y las ganas de volver a sentir que podemos palpar ese abrazo teatrero, pero también advertimos la responsabilidad que tenemos en agitar este tema cuando todavía estamos tratando de ver cómo vamos a apagar los incendios de esta emergencia cultural en la que nos sumió la cuarentena. Cómo hacemos para pensar en volver a ver una obra si hoy estamos viendo cómo cierran espacios como la mítica escuela de teatro del maestro Agustín Alezzo que lleva adelante hace más de medio siglo.
Hoy no tenemos respuestas, estamos llenas de preguntas, de dudas y de incertidumbre. Y antes de pensar en cómo vamos a volver, preferimos pensar a dónde vamos a volver. Cuál es el terreno que queremos sembrar en nuestro campo cultural. Si algo quedó en evidencia con todo esto, es que la cultura en nuestro país está atravesada por un nivel de precarización absoluta que ya no da para más. Basta de esperar que quienes laburamos en cultura vamos a estar bancando los trapos siempre, que lo hacemos por amor al arte. No, tenemos que comer. Dejemos de naturalizar este sistema, exijamos un cambio de raíz de nuestras políticas culturales. Resulta muy paradójico que hoy las artes escénicas, la música y el mundo audiovisual estén parados sin un plan de contingencia concreto, más bien naufragando a la deriva sin salvavidas a la vista, mientras lo que nos salva bastante la existencia en este encierro es escuchar buena música, ver alguna peli, serie, obra o recital online.
Entonces, podemos hablar del regreso del teatro en Alemania, espantarnos por ver una platea así de despojada o incluso desear que así suceda acá para poder estirar las piernas mientras vemos una obra, pero primero repensemos el sistema sobre el que esas obras se van a montar. Cómo imaginar la vuelta al teatro en Buenos Aires, si ni sabemos cuántas salas van a sobrevivir. Abramos el debate y reflexionemos con toda la comunidad teatral para ver cuál es el escenario al que queremos volver. Porque si de utopías se trata, soñemos con el teatro que queremos ser.