A casi mil quinientos kilómetros de la costa atlántica uno de los ríos más poderosos del mundo nace de la unión del Negro y el Solimoēs. Es el Amazonas, fuente de vida para la selva tropical más grande del mundo, cuna de flora y fauna de inmensa diversidad, y en cuyas orillas viven desde tiempos remotos tribus que aún hoy mantienen una forma de vida cercana al neolítico. También en esa confluencia de aguas se yergue Manaos, capital del estado de Amazonia, una ciudad fundada por los portugueses en 1669, que tuvo un pico de gloria entre 1880 y 1920 cuando la industria del caucho creció con la rapidez de la vegetación en los trópicos, convirtiendo a esta villa en la primera ciudad de todo Brasil con electricidad, alcantarillado y quince kilómetros de tranvía eléctrico, ¡antes que en Nueva York! Unas cien familias poderosas a raíz de la fiebre del caucho construyeron viviendas palaciegas. Entre ellos, el parlamentario Antonio José Fernándes Junior, un loco – o un visionario, según quiera verse- dejó un legado del que todo Brasil aún hoy se jacta: el imponente Teatro Amazonas.
Con diseño neoclásico del arquitecto italiano Celestial Sacardim, se demoró diecisiete años en completarlo, pero no se escatimaron esfuerzos ni dinero de las arcas públicas para ese fin. Aprobado el proyecto en el parlamento, se hicieron traer todos los materiales más nobles de Europa, incluyendo avances tecnológicos de última generación como la iluminación eléctrica del edificio.
Tiene una cúpula exterior revestida con 36.000 cerámicas de Alsacia decoradas en los colores amarillo y verde de la bandera brasilera. Los muebles estilo Luis XV llegaron de París. Sus casi doscientas lámparas son de cristal de Murano, especialmente diseñadas para este destino remoto. Las paredes de acero provienen de Inglaterra. El telón, con su pintura de “La Reunión de las Aguas” fue realizado en París por Crispim do Amaral y representa la unión de los dos ríos que dan origen al Amazonas. Los paneles que decoran los techos del auditorio y de su cámara fueron pintados por el artista italiano Doménico de Angelis. Sus 708 butacas están tapizadas en terciopelo rojo.
Finalmente, el teatro se inauguró en el 31 de diciembre de 1896 y una semana más tarde, el 7 de enero de 1897, se estrenó La Gioconda, ópera de Amilcare Ponchielli, para deleite de una minoría ultramillonaria que imaginó un futuro que no habría de llegar. Cuando en los años ’20 el caucho fue reemplazado por el látex sintético, el esplendor se fue apagando, y el teatro cayó en un desesperante letargo que lo convirtió hasta en depósito de gasolina.
En los ’90, un nuevo gobernador, Amazonino Mendes, decidió invertir una suma escalofriante de dinero para restaurarlo. Después de casi noventa años, el teatro reabrió sus puertas totalmente puesto a nuevo. Actualmente, Manaos es una de las ciudades más pujantes de Brasil a la que sólo es posible llegar navegando por el río o por vía aérea ya que sigue tan desconectada del mundo por falta de caminos como cuando se fundó. Con una población de dos millones de habitantes, los edificios han brotado alrededor de esta exótica obra de arte, que ofrece visitas guiadas durante el día y una temporada de conciertos y ópera por las noches, una orquesta sinfónica propia, cuerpo de ballet y una exótica como interesante migración de músicos provenientes de otros confines de la tierra como las estepas rusas y Europa oriental. La aclimatación de los artistas va de la mano de la de los instrumentos, que deben cuidarse con particular esmero para evitar su deterioro por la humedad y el calor del trópico amazónico.
El director de cine alemán Werner Herzog utilizó el teatro como locación en la escena inicial de su film Fitzcarraldo de 1982. Parte de la leyenda es que el gran Caruso cantó en él pero, como toda leyenda, la realidad depende de la fe.
Teatro Amazonas
Plaza São Sebastião, s/n
Manaos, Brasil.
Visitas de lunes a sábado de 09:00 a 17:00
Cerrado domingos
Entrada US$ 7.00 – Tel.: (+55 92) 3622-1880/3232-1768
http://www.concerto.com.br/promo.asp?id=95.