Vivir en una casa prendida fuego es una obra en un parque. Resulta que no nos bancamos más el encierro así que prendimos fuego la casa y salimos a tomar aire a Parque Saavedra: ¡ah re que es un chiste pero todo chiste oculta una verdad!

Resulta que las Farsas estábamos a punto de ver una obra en un parque de La Plata cuando anunciaron las restricciones, así que imaginate la fiesta cuando nos enteramos que después de bancarnos estos meses de abstinencia podíamos ver una obra en uno de los espacios verdes más lindos de la ciudad. La alegría fue total. ¡Encima nos tocó un día de sol con temperatura primaveral en pleno otoño! Sólo faltaba vivir esa experiencia tan novedosa como extraña: la de un teatro sin paredes donde el entorno no es previsible, donde los límites son difusos.

La cita fue en García del Río y Pinto, en Buenos Aires. Si alguna vez fuiste, sabrás que es el lugar de encuentro por excelencia para lxs vecinxs del barrio de Saavedra. Y si el finde está lindo directamente estalla en cantidad y diversidad. Podés encontrarte desde una clase de danza hasta una jam entre cientos de personas haciendo picnic o jugando al fútbol. Cada une haciendo su actividad favorita y nosotras también: ¡mirando una obra! (lo escribo y todavía no lo creo)

Ya vivimos algunas experiencias teatrales fuera del teatro en lo que va de la pandemia y en general esas propuestas suceden en el lugar que una está habitando. La última fue Zoraida, la reina del Abasto, una obra por el barrio en el que recorríamos las calles donde sucedían los hechos del relato. En esta oportunidad la propuesta es distinta, porque no se trata de una obra site-specific (un tipo de trabajo artístico específicamente diseñado para una locación en particular, de lo que se desprende una interrelación única con el espacio), sino que nos trasladamos en el viaje de un vínculo amoroso a partir de una fotografía que menciona varios hechos situados en Madrid.

Este relato escrito y (¿vivenciado?) por Julieta Koop es interpretado por María Canale, Flor Dyszel Danae Cisneros y Julieta (que junto a Danae también dirige). Cuando llegamos al punto de encuentro nos dieron unos auriculares inalámbricos con una tecnología de sonido envolvente que te permite percibir diferentes planos que simulan distancias, volumen e intenciones.

Escribí “nos trasladamos” porque no es una obra estática, sino que lxs espectadores caminamos por el parque con una guía y las escenas aparecen con corridas, con picnics sobre el pasto y con situaciones arriba de los árboles. Por momentos las actrices se pierden en la multitud del parque, pero cuando se reúnen, la magnetizante paleta de colores de sus vestuarios llama la atención del ojo para enfocar en ellas, como lo haría la cámara de fotos. Una se siente en una película y esto se debe atribuir a la armonía entre las actuaciones y su utilización creativa del lugar (que utilizan de manera sutil e impredecible), junto con los trabajos de música y mastering de audio desarrollados con belleza y precisión.

Vivir en una casa prendida fuego presenta una estética original y agradable para contar una historia que nos identifica a todxs lxs que tuvimos algún vínculo amoroso: los pensamientos, los cuestionamientos, las inseguridades, el desborde, el deseo. Aparece también la memoria, cómo recordamos nuestras historias metaforizado en el revelado analógico de fotos que, como los recuerdos, a veces se velan o se borran, quedan por la mitad o a todo color y nos revelan también resignificaciones sobre nuestras propias vivencias.

Así que para resgnificar este presente tan difícil que estamos viviendo, te recomendamos un cambio en tu rutina con este recorrido teatral al aire libre, con buenas actrices, música, distintas estaciones, coreos, perfo y vientito en la cara.