“La noche no está hecha para racionalizar sino para hacer cosas que no están relacionadas con la razón”.
Daniel Veronese.
Es de noche y la sala del Teatro San Martín se trasforma en un living comedor donde podemos observar cuatro personas que no paran de moverse, tampoco de hablar. A menudo gritan, corren o saltan: es que por más que intenten dominar esos cuerpos y realizar actividades cotidianas con el fin de escapar a la razón, ésta es más fuerte que ellos, los invade y los animaliza.
Son cuatro universos paralelos incapaces de compartir sus vértices con quienes los rodean. Un mismo techo, cuatro canales diferentes. Es inútil intentar agruparlos en binomios (dos mujeres, dos hombres, dos parejas, dos hermanos). Estos entes llevan consigo una capa impermeable capaz de repeler a cuanto ser vivo se les acerque. Pero a la vez reclaman y demandan la humanidad del otro. Porque aún inmersos en ese dolor que los sofoca, la idea de tener a alguien cerca acrecienta las posibilidades de redención.
Veronese no nos acerca a una familia disfuncional tipíca, sino a una observación y análisis más complejo. Son seres completamente disfuncionales, ya no se trata de la relación o falta de ella con el otro, sino con uno mismo, con nuestras almas. No son capaces de hacer funcionar ninguna vínculo, cada uno pareciera estar aislado en algún lugar remoto lejos de cualquier tipo de civilización. Sin embargo, en aquel exilio personificado necesitan rasgarle las vestiduras a alguien, al ser amado, para intentar vanamente tomar un poco de aire… descansar de ese agobio que los atormenta. Aún así, hay algo de esta angustia que los regocija, estas almas están acostumbradas a la falta de armonía, se mueven como peces entre medio de sus lágrimas. Conocen las leyes que gobierna este mundo deplorable, salvaje, crudo y miserable, pero no las del mundo calmo y armonioso. La zona de confort de estos personajes es la deconstrucción, el lamento y el desgarro.
Los actores ponen su piel en estas brasas y atraviesan los conflictos con un altruismo sorprendente. Los acompañan los textos, un ping pong incansable, que va, viene, vuelve y retoma, asegurándose de que la obra no caiga en ningún momento. Sus cuerpos, encargados de decir todo lo que no se dice, que es de un volumen aún mayor que todo lo que se ha dicho en esta habitación, quedan exhaustos. Veronese vuelve a poner en tela de juicio la noción tradicional de familia tal como lo había hecho en sus adaptaciones de Chejov. Termina la obra y estos cuatro actorazos están compungidos y sus cuerpos lo saben.
Ficha técnico artística
Dirección: Daniel Veronese
Autoría: Lars Norén
Traducción: Francisco Uriz
Actuación: Pilar Gamboa, Luis Machín, Mara Bestelli, Walter Jakob
Escenografía: Franco Battista
Vestuario: Laura Singh
Iluminación: Juan Ramos
Fotografía: Carlos Furman
Asistencia de dirección: María Leiva, Leo Méndez
Meritoria de dirección: Adriana Roffi
Coordinación de producción: Mariana Mitre
Asistente artístico: Sebastián Blutrach
TEATRO EL PICADERO
Duración 100 minutos