La descripción oficial de esta obra empieza diciendo: “Esta obra fue escrita en medio de un tormento amoroso, es una autoficción”. La autoficción es un campo saturado y, a decir verdad, llegamos al teatro con un poquito de resquemor. Maruja Bustamante siempre nos hace reír de lo lindo, pero tememos que solo sea otra vez ir a escuchar hablar de los vaivenes de un amor de cierta burguesía social.
Pero esta no es una autoficción de las que atiborran las estanterías de las librerías “independientes”. Es, para empezar, muy graciosa. Hay un gato doméstico que habla (Liliana Weimer) tirando postas teóricas acerca del poliamor con una copia de Ética promiscua bajo el brazo, hay momentos musicales melodramáticos de la mano de Dulce (Carolina Angriman), hay un plan ridículo de secuestro y fuga. La obra también es tierna y, aunque el punto de vista es claramente el de Maru/Maruja (Aldana Illán), no es miope: sus dos vínculos, Dulce y Jochu (Nahuel Vec), tienen momentos en los que hablan solos, cuentan su propia intimidad sin Maru en el escenario. Su ausencia permite que tengamos un atisbo de otras voces, aún si mediadas por la voz de la dramaturga.
Las actuaciones son clave para hacer funcionar este texto, que es precioso pero complejo. Los cuatro integrantes del elenco manejan muy bien el vaivén -extremadamente fluido- entre seriedad y comedia, entre el diálogo y los parlamentos en forma de aparte. También contribuyen mucho a la caracterización los vestuarios (Maruja Bustamante y Valeria Casielles), especialmente en Jochu y Dulce marcan diferencias generacionales y estéticas que son replicadas también en los estilos musicales (José Ocampo) de estos dos personajes. Cada uno de ellos representa una estética bien marcada: el sarcasmo formulaico de los millennials contra el pastiche centennial (que a veces es difícil entender si es la parodia llevada al extremo o la sinceridad más desgarrada). El personaje del gato también es un gran acierto, porque no es antropomorfizado más que en su capacidad de hablar: es un gato que caga, vomita, persigue pájaros e imagina escaparse del departamento en el que vive.
El gato también presenta una particularidad en el tema de los afectos. Admite, sin miedo, que su apego, su amor por sus dueños, por su familia, es circunstancial. Sabe que se olvidaría de ellos si se fueran y sabe también que cuando sus dueños dicen que tienen miedo de que se escape y no verlo más, de lo que tiene miedo es de enfrentar que todos los dolores son pasajeros, que ese duelo va a empezar y va a terminar. “Tienen miedo de extrañarme, de pasar ese luto, de olvidarme. Por eso me tienen acá”, dice.
Lo que logra Una forma más honesta, su gran acierto, es mostrar cómo lo que se juega en un vínculo amoroso nos afecta transversalmente, marca dinámicas de sumisión/sometimiento en las que interactuamos con el mundo. La escenografía (Pia Drugueri), con su aspecto de maqueta, acentúa esta idea: podemos usar estas mismas piezas para contar otra historia, para hablar de otros temas. El texto, sin embargo, no busca volverse una alegoría política. Mantiene siempre cerca su tema principal, cómo el calorcito de una relación se va volviendo un sofocón, queramos o no. Acá el amor no es un ejemplo de algo, así como cada relación particular no es un ejemplo perfecto de un concepto teórico. El amor en sí mismo es político, sin que nosotros hagamos nada para politizarlo o militarlo. Maruja nos dice que “no se puede innovar en el amor”, pero sí se puede innovar, todavía, en las formas de contarlo.
Ficha técnico artística
Dirección y dramaturgia: Maruja Bustamante
Actúan: Carolina Angriman, Aldana Illán, Nahuel Vec, Liliana Weimer
Vestuario: Maruja Bustamante, Valeria Casielles
Ilustraciones: Antonella Andreoletti
Diseño de escenografía: Pia Drugueri
Diseño de luces: Jorge Thefs
Realización escenográfica: Pia Drugueri
Música original: José Ocampo
Diseño gráfico: Antonella Andreoletti
Asistencia de dirección: Tefi Saragusti
Producción ejecutiva: Valeria Casielles