Un galpón gigante, de techos altísimos, dos hombres ¿son hombres? ¿o son todo? y nosotros, los espectadores, que no lo podemos creer.
El cuerpo: uno nace con él, lo carga todos los días a todos lados, muchas veces le pesa, es difícil entenderlo, ni que hablar manipularlo o desarmarlo, pero estos chicos son el Yoda desquiciado de los cuerpos. Sus distintas partes se salen, se encastran, juegan entre ellas, se violentan, se pelean. Una coreografía con gracia, no faltan las caras, las morisquetas. Se ríen de la danza, de las poses de la danza, y todo el tiempo hay tensión. Porque el cuerpo es sexo, el cuerpo es deseo, y no importa tu inclinación sexual, vos vas a querer que estos chicos chapen, vos vas a querer ver cómo se consuma ese deseo, tímido al principio, que luego toma una forma monstruosa, gigante, y nos come a todos.
Todo esto en un galpón con poca utilería, una radio en vivo que dicta los movimientos de los actores/bailarines que prueban su versatilidad adaptándose a cualquier música o discurso religioso paulista que dicte el dial que eligen. Y no se puede creer, uno sale de ahí y no lo puede creer. Todo en estos chicos, Alfonso Barón y Luciano Rosso, eclécticos, multifacéticos y casi de goma, te dice algo, desde el lóbulo de la oreja hasta el hueso más nimio del pie. Bajo la atinada dirección de Hermes Gaido, la obra es un meteoro que llega a buen puerto obnubilando a quienes lo vemos pasar vertiginoso, delante nuestro. Todo lo anteriormente enumerado son razones más que suficientes para que vayas a ver con tus propios ojos un teatro físico que cuenta una historia, y que confirmes que todo puede contar una historia si sos extraordinario.
Ficha técnico artística
Dirección: Hermes Gaido
Intérpretes: Alfonso Barón, Luciano Rosso
Fotografía: Paola Evelina
Coreografía: Nicolas Poggi, Luciano Rosso