El título apunta preciso y dispara contundente. Todo tendría sentido si no existiera la muerte es ir a un extremo para señalar su opuesto o más bien, confabularlo, que acá hablar de la muerte no es sólo nombrar a la vida, sino estallarla en una ficción. Es la captura íntima de quien atraviesa una enfermedad terminal contada desde la altura de un grandilocuente tono de tres horas que simulan, desde su extensión, todo ese proceso de la escena en nuestros cuerpos. Giros dramáticos, muchísimos; humor por lo alto y conciencia feminista de fondo. Mariano Tenconi Blanco logra atraparnos a lo grande en un universo de detalles y el elenco entero pone de todos sus costados para que el trance nos absorba por completo.
Sexo, whisky, cocaína y rock and roll. Promedian los 80 en una ciudad pequeña de la Provincia de Buenos Aires y todo lo que llega de la Capital, se dimensiona a su manera. Esta es la historia de una maestra de escuela (Lorena Vega) que, tras recibir un diagnóstico terminal y a modo de última voluntad antes de morir, decide filmar una película porno. Entonces, muerte y pornografía en la misma oración, como si un tabú estuviera ahí para extirpar al otro y acá el gran contrapunto que sostiene toda esta maquinaria de humor punzante. Es el sexo tratado con la liviandad que otorga la libertad y el desprejuicio (no sin antes pasar por tapujos y sonrojadas) como alternativa para sobrellevar la densidad de los últimos momentos. Un verdadero juego de extremos bien escorpiano.
Entre medio, o por encima de todo esto, la ficción articula cada opuesto y se vuelve la gran protagonista de esta comedia dramática. Todos los guiños cinematográficos están ahí puestos en escena para formalizar este punto medular en la trama. Desde recursos como múltiples apagones rápidos de alta sincronización, a secuencias musicales puestas como videoclips, pasando por la síntesis misma de la producción cinematográfica bajo la forma de una cámara, una directora, una guionista, una locación y un par de actores. El cine opera acá más como materialización de esa ficción cotidiana que moviliza al drama, que como lenguaje prestado para hacer teatro como tanto venimos viendo el último tiempo.
Luego, empujando desde el fondo de la trama, está el concepto de sororidad como clave para sostener el argumento. Pasa que el vínculo solidario que se genera entre esta maestra y la punky dueña del videoclub (Maruja Bustamante) es el que permite el descubrimiento con el deseo negado por los prejuicios y modelos del patriarcado. Con esta nueva conciencia feminista que empodera cuerpos, tanto aborto como orgasmo por fin quedan permitidos, y es desde ese contacto con la libertad que llega la necesidad de enmarcar el placer en una ficción, volver eterna esta nueva parte de la vida para burlar así las consecuencias de la muerte.
Y tan al milímetro las actrices se apropian de esos personajes, que podemos ver en escena cada gesto de esa evolución en hermosos detalles bien dirigidos como el tono prolijo con el que la maestra lee su guión porno con levantadita de piecito al final cual niña recitando poesía en un aula. Como contrapartida a esas sutilezas, también está lo contundente de las escenas que recrean sexo sobre el escenario desde un arrojo y una consistencia actoral tremenda. Lorena Vega, Andrea Nussembaum y Agustín Rittano nos trasmiten la síntesis de este todo poniendo el cuerpo bien al frente y abierto en toda su intimidad para hablarnos de esa libertad encontrada al borde del abismo.
Todo tendría sentido… es todos sus pequeños guiños en diálogo con sus mega proyecciones. Un enorme entramado de contrapuntos bien engranado desde cada uno de sus tantos giros dramáticos y sobre una escenografía y vestuario que contienen al detalle toda esta explosión de acción. Retomando las palabras de su autor y director, definitivamente es una obra “épica” en su tamaño e “íntima” en su profundidad.
Ficha técnico artística
Dirección: Mariano Tenconi Blanco
Dramaturgia: Mariano Tenconi Blanco
Actuación: Maruja Bustamante, Bruno Giganti, Flor Dysel, Agustín Rittano, Juana Rozas, Lorena Vega
Vestuario: Cecilia Bello Godoy, Johanna Bresque
Escenografía: Oria Puppo
Iluminación: Matías Sendón
Musicalización: Mariano Tenconi Blanco
Música original: Ian Shifres
Fotografía: Sebastián Freire
Diseño gráfico: Gabriel Jofré
Meritorio de dirección: Ana Schimelman
Asesoramiento De Arte En Fotografía: Mume Boskovich
Asistencia de escenografía: Florencia Tutusaus
Asistencia de iluminación: Sebastián Francia
Asistencia de vestuario: Elisa D’agustini
Asistencia de Producción Ejecutiva: Eugenia Tobal
Asistencia de dirección: Maxi Muti
Prensa: Luciana Zylberberg
Producción general: Carolina Castro
Coordinación De Montaje: Mariana Mitre
Coreografía: Jazmin Titunik