Lorena Romanin vuelve con su característica sensibilidad y sencillez. Todo lo posible es una obra que habla de vínculos, expectativas, deseos y mandatos, con un ritmo cómico aceitado y un elenco sólido que lleva adelante la obra.

Todo lo posible narra un vínculo de un hermano y una hermana. Pero también de esa hermana y su marido. Y de ese hermano y un chico que le gusta. Y del marido de la hermana y un accidente. Y del chico que le gusta a ese hermano y su identidad sexual. El título es un acierto en no delimitar la obra a una sola trama o a un único tema. Como ya hemos podido apreciar en otras obras de la misma autora, hay una conciencia de lo variada que es la experiencia humana que buscar retratar.

Sin ninguna pretensión, nos cuenta una historia chiquita, delicada, en la que lo que más cuenta son los matices y sutilezas que los personajes muestran involuntariamente. La obra tiene un elenco seguro de manos que sabe dónde hacer contacto con el público y dónde jugar los unos con los otros. La escenografía, no clásica, habilita una configuración espacial que cumple una función en cuanto al estilo narrativo de la obra y muestra las cosas desde más de un ángulo.

Todo lo posible termina en la mitad del conflicto, justo cuando todo empieza a condensarse, y, si bien nos deja con las ganas, también es una elección dramática interesante, dejándole al espectador la tarea de cerrar lo que queda abierto, pero también proponiendo algo un poco más humilde, dando a entender que, tal vez, hay cosas que se no supone que sepamos.