“- ¿Qué te dijo el peruano del inodoro?
– Se llama Percy, no peruano.”
Sudado no llega a uno, uno llega a Sudado. No nos sentamos en la tranquilidad de unas butacas, se apagan las luces y algo comienza para nosotros. Es uno el que se introduce en el universo de Sudado, casi pidiendo permiso, y en ese sencillo gesto se ve obligado a aceptar sus reglas. Acá ellos marcan la cancha, y eso está muy bien. Es el primer acierto, de muchos, que experimentaremos en el viaje. Entrar en el código del otro.
El hábito ofrece resistencia y hay que cogotear un par de veces, mirar a nuestro alrededor para cerciorarnos de que estamos en una sala teatral y no en un restaurante peruano en plena construcción.
La escena en sí podría resumirse en una frase: dos obreros, uno peruano y el otro argentino, están terminando un trabajo que habían comenzado con su antiguo jefe; después de la muerte de él, quedó su hijo a cargo. Pero el sentido no se agota en la sinopsis. Las relaciones se van delineando gradualmente en esta obra, con la sutileza y profundidad de un bisturí. Entre los juegos de distancia y acercamiento, tanto de los cuerpos como de las tensiones, comienza a entreverse el crisol infinito de las relaciones humanas en sus múltiples matices: culturales, sociales, afectivos. Quién detenta el poder y cómo eso varía en las relaciones de fuerza de la cotidianeidad.
Racismo, competencia, rechazo, opresión, modos de dominación: todo se pone en juego en esta puesta. Y atravesando todo como un bálsamo –pero uno que profundiza la toma de conciencia-, la inevitable carcajada, que surge de que la historia se hace carne en nosotros. Quizá demasiado.
Y uno está ahí. Sudado es el epítome del aquí y ahora teatral. Juega con la acentuación al máximo del verosímil, pincelando con momentos de exceso que recuerdan una fotografía de Marcos López. Y si alguna vez escuchamos “El teatro realista está superado” o “Me aburre el teatro costumbrista” verificamos, una vez más, que el problema no son nuestras costumbres, cuando uno bucea verdaderamente en ellas. Lo que aburre, en todo caso, es cuando al mal teatro se le suma un mate.
Con todo el peso de las relaciones humanas, la obra se nutre de las estupendas actuaciones de Facundo Aquinos, Julián Cabrera y Facundo Livio Mejías. La escenografía y el uso de la luz sorprenden y se vuelven pilares esenciales en la construcción de este mundo. Una mención especial para la música y los sonidos en escena, que desde el primer momento (e incluso antes de poner un pie en la sala) envuelven al espectador, erizándole los pelos de la nuca y levantándolo en vuelo al viaje que le propone la obra.
Y es que Sudado es un viaje sensorial, ético y profundamente teatral, que nos encuentra con nuestras miserias y nuestra ternura como sociedad.
Así es que vayan a ver Sudado. Entren sin prejuicios, o mejor: con una lupa lo bastante grande como examinar todos los que llevamos.
Ficha técnico artística
Dirección: Jorge Eiro
Dramaturgia: Facundo Aquinos, Julián Cabrera, Belén Charpentier, Jorge Eiro, Facundo Livio Mejias, Paul Romero
Acuación: Facundo Aquinos, Cristian Jensen, Facundo Livio Mejías
Asistencia artística: Paul Romero
Asistencia de dirección: Claudio Bonelli
Asesoramiento dramatúrgico: Ignacio Bartolone
Diseño de escenografía: Estefanía Bonessa, Paul Romero
Diseño de luces: Adrian Grimozzi, Eduardo Pérez Winter
Vestuario: Paola Delgado
Fotografía: Czphoto.com.ar, María Sureda
Diseño gráfico: Sonia Basch, Isa Crosta
Productor asociado: Fabio Petrucci
Producción: Paloma Lipovetzky
Esta obra fue seleccionada para los siguientes eventos: IX edición del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA), Bienal de Arte Joven de Buenos Aires
Duración 60 minutos