Seré se propone como un “manual de supervivencia, un instructivo de fuga”.

Lautaro Delgado Tymruk va a realizar ante nuestros ojos su truco de magia. Pondrá en su cuerpo la voz de Guillermo Fernández. Será poseído por las declaraciones y testimonios que Fernández brindó durante el Juicio a las Juntas en torno a su secuestro, tortura y posterior fuga del centro clandestino de detención Mansión Seré, en 1985. Lautaro sirve de ventrílocuo el relato audible extradiegético de Guillermo Fernández. No hay ficción, pero hay ilusión.

Es esta gran ilusión la que, como en el teatro mismo, hace la obra: desde el día en que lo secuestran en casa de sus padres en Morón, el traslado a lo que él reconocerá, gracias al ruido del tren Sarmiento, como un lugar no muy lejano, cuando conoce a su torturadores y registra su rutina, cómo se ganó la confianza de algunos y se ganó el ¿privilegio? de limpiar la mansión Seré y así poder observar todo.

La presencia de todos los que no son él toma forma cuando Lautaro calla -a veces hasta rechaza- cada palabra de esos personajes que Guillermo cita, en sus furcios y en sus pausas.

La escenografía cabe en una mesita, se soluciona con unas maquetas y algunos elementos de utilería o iluminación. Son accesorios porque no tienen posibilidad de materializarse en este ejercicio de recuerdo prestado. Son ayudas-memoria que vehiculizan lo contado pero no le pueden hacer eco real a la tragedia.

No es menor contar que la escenografía no es la misma que en la primera función y no será la misma que en la última. Es un dispositivo armado para ir mutando y para mudarse también (la obra ya estuvo en Casa Nuestros Hijos de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, Teatro Beckett, Fundación Sagai). Como la evocación misma, se nutre colectivamente y se engrosa con el tiempo. 

El lugar histórico real, la Mansión Seré, fue inmediatamente incendiado y dinamitado después de que Fernández y sus compañeros detenidos, Claudio Tamburrini, Daniel Rusomano y Carlos García Muñoz, se dieran a la fuga. Un dato que remarca la tragedia de lo eficaz y expeditivo de la extinción en contraposición a lo engorroso de la reconstrucción.

El valor que tiene esta obra en la cartelera teatral actual es elocuente, urgente también. El gesto de poner el cuerpo para reservar el lugar a la voz original, expone la existencia dislocada de una memoria del horror que fue pero que también puede ser. Tal vez se propone un ejercicio de la memoria menos abatido, menos pasivo. Seré se propone como un manual de acción para espectadores que observan atónitos a los canallas de ayer y de hoy. Seré nos provee las herramientas y nos sacude: ¡hay que actuar!