Si el teatro es un arte de la repetición, Protocolar hace un teatro que repite, apropia y satiriza mecanismos normalizadores de la vida cotidiana. Es decir, protocolos: protocolo de vuelo, protocolo en un acto escolar, protocolo previo a ver una obra de teatro. Convenciones de uso social quedan entonces descubiertas en su robótica estupidez y son llevadas a un uso artístico. Con dirección de Gustavo Tarrío, Protocolar juega con lo conceptual, pero reconceptualizando, es “perfo” pero que perfora, coquetea con el pop art sin perder la vitalidad de un arte de denuncia.
La obra dura 70 minutos. Y es toda así: protocolar. Los actores hacen mociones e interrupciones, tejen y destejen lo más burocrático del discurso ceremonial y protocolar. Nos muestran sus hilos: la dificultad de ponerse de acuerdo, la estupidez de intentar circunscribirnos a la homogeneidad absoluta. Ponen en escena -a través del ritual teatral, ese, el intrínsecamente mágico y des enajenante- otros ritos de uso ordinario, normalizador y (claro que) cotidianamente enajenantes.
En escena: 17 sillas y 17 actores. Caras lindas, caras frescas: contrapunto ideal a la divina sátira monótona que se pondrán al hombro. Vienen con mamelucos de distintos colores. Componen una fauna de colores pop. La grupalidad es acá protagónica. Son corales, son engranajes puntuales y perfectos de una coreografía irónica y, hay que decirlo, bien coreografiada. Es fundamental el trabajo de diseño de movimiento de Virginia Leanza que construye un discurso corporal sólido y lleno de matices. Cuerpo y texto se dicen y se desdicen, colisionan y se dan un beso.
Al rejunte de elementos histriónicos y coreográficos, lumínicos y de vestuario, se lo engruda con un texto particular. El guión de Marcos Kripocavich y Gustavo Tarrío tiene la inocencia de problematizar sin creerse problematizadores, de ironizar desde la no pretensión y de mechar ribetes filosóficos sin perder el jugo de lo espontáneo.
Vale la pena perderse en este tetris teatral. Sí, tetris. Porque tiene algo de lo virtual y de lo vintage (inter- textos de Evangelion, animé japonés de los 90 y parafraseos enciclopédicos; grupalidades unidas pero en uniones que en definitiva son virtuales y artificiosas). Tiene algo (o mucho) de lo lúdico y coral: actores y actrices que funcionan en perfecta sincronicidad, como el icónico videojuego de los ladrillitos de colores. Es, también, una construcción que se deconstruye: la premisa máxima y el mayor anhelo argumental es el de preguntarse: “¿qué protocolo usamos para construir un nosotres?”
Proyecto de montaje del último año de Timbre 4, muy bien logrado. Orquestita de actores, bien orquestada. Dirige Tarrío y (valga decirlo) dirige el lenguaje y su batuta, con sus múltiples ribetes, bien entendidos. Todos los viernes en Timbre 4.
Ficha técnico artística
Autoría: Marcos Kripocavich y Gustavo Tarrío
Dirección: Gustavo Tarrío
Actuación: Florencia Arci, Alejandra Arostegui, Lucía Corral, María del Rosario Costa, Natalia Garuti, Sayi Lavagna, Matias Milanese, Pamela Perez Adomaitis, Mariela Ponsetti, Mariano Rios, Magui Rossi, Stefano Sanguinetti, Agustina Sanz, Luciana Saporiti, Andres Savary, Mariana Tedesco, Jorge Vilar
Arte: Chiara Severi
Diseño Grafico: Marcos Kripocavich
Fotografía: Patricio Toscano
Iluminación: Lucia Fleijoó
Diseño de movimiento: Virginia Leanza
Asistencia general: Sofia Innocenti
Asistencia de dirección: Marcos Kripocavich