Con frecuencia se habla de “excelencia” en tal o cual cosa. En el caso de Piaf, el musical dirigido por el aclamado director inglés Jamie Lloyd, y protagonizado por Elena Roger, ninguna descripción le va mejor que la de excelencia. Excelencia en la puesta, en la dirección, en la actuación, en la iluminación, en el vestuario, en la producción.

Piaf estrenó por primera vez en Buenos Aires en el año 2009 generando muchas expectativas en el público por el éxito que había tenido en Londres (que le valió a Elena Roger el prestigioso premio Lawrence Olivier como mejor actriz de Teatro Musical); tal como se esperaba, la temporada porteña fue un éxito rotundo. Quienes la vimos siempre soñamos con volverla a ver, por eso nos emocionamos tanto cuando el año pasado anunciaron su reestreno para celebrar el 150º aniversario del Teatro Liceo en 2022.

Volver a ver la obra una década después fue increíble, porque estos más de diez años también pasaron en la vida de Elena Roger que, como si no fuera ya una derroche de talento, ganó una tremenda madurez actoral y musical. Con su cuerpo liviano como un verdadero gorrión y una voz inmensa e inolvidable por su color y su profundidad, es imposible imaginar a otra Edith Piaf que no sea ella. Tal como dijo Adrián Suar en el reestreno, Elena parece “poseída” por Piaf, la artista francesa vanguardista que vivió entre 1925 y 1963 una vida llena de talento, coraje, virtudes y miserias que Roger reencarna con soltura cada vez que sube al escenario.

Su estreno en la primera década del siglo XXI fue posterior a la gripe A en Buenos Aires y resulta inolvidable la sensación en la piel al escuchar Non, je ne regrette rien. La coincidencia de la pandemia es sólo un dato de color, pero volver a pisar el Liceo en su reapertura pos Covid-19 y en el año del sesquicentenario de vida del teatro, le agrega emoción de comienzo a fin.

La puesta en escena es de un rigor y una precisión poco usuales; una coreografía que funciona a la perfección. Lejos de alejarnos de lo verosímil, nos zambullimos en la escena como si estuviéramos dentro de una película. Y hablamos de cine porque la iluminación le da a la obra una estética que nos lleva al siglo pasado y a la época del star-system que quiso tragarse a Piaf, si bien no era ése su lugar en el mundo. El éxito y el fracaso lucharon en su vida como en el ring magistralmente recreado en escena, en ocasión de la pelea de Marcel Cerdan, el gran amor de la Piaf, que le arrebató un accidente aéreo y a quien le dedicara una de sus canciones más sentidas: su Himno al amor. Su voz además de talento llevaba el dolor de la pobreza, del abandono, el dolor de la guerra, de la soledad y del desamor. Nos desgarra el alma cuando dice: “El cielo azul puede caerse sobre nosotros y la tierra puede desmoronarse. Poco me importa si me amas, me tiene sin cuidado el mundo entero. Mientras el amor inunde nuestras mañanas, mientras mi cuerpo tiemble bajo tus manos, poco me importan los problemas, amor mío, porque me amas.”

El elenco que acompaña a la protagonista es de primera, ensamblando la pieza a un altísimo nivel. Se destaca Julia Calvo que interpreta a la amiga y Natalia Cociuffo en la piel de Marlene Dietrich con quien canta a dúo La vie en Rose.

No nos vamos a cansar de decir que Elena Roger es gigante. Actúa con una verdad que ilumina, cautiva y dan ganas de vivir. Edith Piaf es el personaje más hermoso que haya encarnado hasta el momento, porque es humano y emotivo. Piaf murió a los cuarenta y siete años, la edad que tiene hoy Elena, y renace cada noche en la piel de su intérprete como un pájaro inmortal.