Podría ser una sitcom o una película romántica europea. Dos solos, ella y él, se encuentran un domingo. Se conocen, se enamoran, se aburren. Y no falta la lluvia. Y los viajes a Brasil. Pero la historia está contada desde el punto de vista del perro: esa cosita simpática y cabizbaja que hilvana la historia del desamor desde su felpudo. Y nos deja ver todo su desamparo: “de sólo pensar en volver a vivir en la calle me paralizo de terror”.

Hay algo de las dramaturgias europeas, en las que el autor no asume la dirección, que funcionan como partituras con múltiples posibilidades escénicas. Una textualidad que es al mismo tiempo fija (el texto es así) y porosa, moldeable en sus posibilidades de representación (¿y ahora cómo lo hago?)

Es decir, algo que de obvio se olvida, por lo menos acá.

Un texto puede asumir múltiples formas y en eso se ve la marca de un director (¿no fue siempre así?)

Gonzalo Facundo López dirige esta puesta de la dramaturga suiza Sibylle Berg y asume estos riesgos con decisión, desafío y soltura. Una estética juvenil donde no faltan canciones, el tecladista con moño, y actuaciones adorables componen un conjunto entre humorístico, patético y tierno, lleno de influencias del cine y la televisión.

De un artificialidad total, como la mesa que parece sacada de las mueblerías que arman escenas domésticas felices. Las margaritas de plástico de revista de decoración. En ese neón brillante que titila en francés también podemos llegar a reconocernos en los amores de otro continente.