En la gacetilla de prensa que nos envían antes del estreno de la nueva propuesta escrita y dirigida por Francisco Lumerman, leo: “Emisión en vivo y en directo desde la casa de su protagonista. Podrá ser vista en www.Tevi.live  desde todos los dispositivos electrónicos y desde cualquier país del mundo”. Se trata de aquella obra que ganó el Premio de Dramaturgia del Fondo Nacional de las Artes 2017 en segundo lugar. De repente toda la desesperanza que me estaba generando el teatro online y su formato falsa-videollamada, se apacigua un poco. Así que me animo, y decido asistir virtualmente al estreno. No me arrepiento.

Voy a desmenuzar un poco la cita y contrastarla con la experiencia. Que se emita en vivo desde la casa en Lima de Alfonso Dibos, el protagonista y único actor, me generó un sentido de proximidad en el confinamiento. Con la ayuda del director visual, David Algar, que tiene una amplia experiencia en dispositivos virtuales por su trabajo en La Fura dels Baus, coordinaron la puesta de escenografía a la distancia enfocados en materiales (telas, papeles) que, en conjunto con la iluminación, dan una ilusión de textura y movimiento, más allá del plano fijo. Además, función a función Alfonso es su propio utilero. Esto es sumamente interesante y un redoble de apuesta a la voluntad de hacer teatro a como dé lugar.

Otra cosa que funciona (y se agradece muchísimo) es la elección de la plataforma. Tevi fue creada en pandemia por el mismo Alfonso y su socia, Lucia Caravedo, con el objetivo de que no dejemos de ver teatro: “Tevi es teatro. No es teatro. No importa, existe. Nace desde el teatro, para el teatro y por el teatro.”, con esta justicia de palabras se definen. No pretende reemplazar el teatro vivo, el convivio (guiño Dubattístico). Llega para servir con instrumentación técnica de calidad a una comunidad que en este momento lo necesita. “Abiertxs para recibir las propuestas creativas de toda la comunidad escénica y ayudar a acercarlas a lxs espectadorxs de todo el mundo”, Tevi focaliza en  la investigación y exploración de nuevos escenarios y lenguajes. En el caso de Muerde, el actor está microfoneado, la calidad de imagen es excelente, la iluminación lúgubre con uso de colores fogonea la expresividad de todos los signos, y la transmisión corre sin fallas. Chapeau.

Muerde es un thriller solitario, un monólogo íntimo con los espectradores (creo que voy a acuñar este término para esta nueva modalidad de espectador-espectral de pandemia). Es la historia de un tipo intentando recordar lo que hizo, lo que no hizo, en diálogo con sus recuerdos, tan fantasmagóricos como las presencias del otro lado de la pantalla. René está herido, pero no sabe cómo.  Hace un esfuerzo constante por rascarse la memoria, por morder lo que encuentra en ella, por mostrarle los colmillos a su silencio y a las presencias del pasado. La actuación, traspasa la pantalla, acerca lo imposible. Y el poderoso texto hinca sus dientes más allá de las fronteras.

El estreno es en simultáneo en Perú y en Argentina. El número de visitas a la función me asombra para bien: 253 personas. “La situación actual nos abrió una puerta para democratizar más la experiencia teatral, para construir espacios escénicos antes impensables y seguir conectadxs.”, dice en la página de la plataforma. Y me hace ver una luz al final del túnel. Peruanxs y argentinxs, por lo menos, unidxs en esta experiencia que sólo la virtualidad  nos puede permitir. Tal vez no esté todo perdido para el teatro. Muerde se destaca en la cartelera actual de teatro en la virtualidad, y trae la esperanza de que el teatro se sigue investigando, se sigue resignificando.